“¿Qué es
entonces la verdad? Una hueste de metáforas, metonimias y antropomorfismos en
movimiento, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido
realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que después de un
prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha
olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza
sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas
como monedas, sino como metal.” [1]
Con este nutrido conjunto de
actos de habla, tomados del discurso filosófico de Frederik Nietzche, en su
obra “La voluntad de poder” damos
inicio a este artículo, que, como el último publicado, cae en el campo de las reflexiones
teórico-políticas propias. El día de ayer comenzamos la lectura del libro
titulado “Dignidad de la Política. La
emergencia de una retórica crítica” del Profesor Jorge Tricás Pamelá,
catedrático de la Universidad Católica Andrés Bello, con sede en mi ciudad
natal: Caracas. En el inicio del libro me llamó muchísimo la atención el
tratamiento que hace el Profesor Tricás de las ideologías y los totalitarismos
para explicar, desde la filosofía política, los vínculos del chavismo con ambos.
Pero lo que más me interesó, fue el tratamiento del concepto de ideología (su
percepción muy personal, cree este humilde servidor) y su definitiva
vinculación con el totalitarismo como forma de hacer y ser gobierno (además de
construir e interpretar la realidad), todo (por lo que deduzco hasta ahora de
mi lectura) con la intencionalidad de ligar el chavismo con el marxismo (o sus
formas ideológicas derivadas de Socialismo y Comunismo), tal y como este (el
chavismo) se ha empeñado los últimos años en propalar hasta la saciedad.
Como colegas que somos tanto el
Profesor Tricás como un servidor (ambos doctores en Ciencias Políticas)
aprovecho este espacio para disentir respetuosamente de la posición del autor
respecto de las “percepciones”, las
“ideologías” (este servidor se permite añadir las “religiones”) y lo que para unas u otras resultan “verdades” y “mentiras” más allá de la
intelectualización de las emociones, tan común en nuestro campo de amplias fronteras
conceptuales, cual es de las Ciencias Sociales. No voy a citar textualmente al
Profesor Tricás; solo me limitaré a exponer, muy brevemente por cierto, mis
puntos de vista respecto de los conceptos referidos, algunos de los cuales, de
fondo y en alguna medida, comparte este
humilde servidor con el católico catedrático. Comenzaré por afirmar que, tal
cual lo hace saber Nietzche, la verdad, como verdad universal, única e
indivisible, no existe. Se trata más bien de conjuntos de “ilusiones” de los cuales la gente ha olvidado de que lo son; que
terminan siendo “metáforas gastadas”
y “sin fuerza sensible” suerte de
monedas que han perdido su cuño y ya dejan de ser monedas para convertirse en
metal. Las “verdades” en consecuencia “son
lo que son” para quienes creen en ellas y para quienes “heredándolas”, terminan adquiriendo la condición de “contenidos
verídicos” a fuer de la costumbre o simplemente por la inercia del tiempo.
De manera que lo que fuera una “verdad” en la baja Edad Media, no
necesariamente lo es en la era Contemporánea. Así, con la circunnavegación de
la tierra, se demostró la condición esferoidal del planeta, cuando para los antiguos
era interpretada como un disco plano. La exploración espacial culminó por
ratificar de manera inconfutable esa condición esferoidal, una “verdad” que se mantuvo desde el siglo XV por vía parcialmente
empírica. Así, pareciesen no existir “verdades”
que, con los siglos, hayan permanecido en el inmaculado espacio de doxa, y, si acaso existiesen,
representan (como afirma Nitezche) “ilusiones
que la gente ha olvidado que lo son”. El
palmarés de los siglos, no convierte una percepción en verdad absoluta e
inexorable.
Las ideologías (nacidas en el siglo XVIII desde el ejercicio de la idea como instrumento político y como
respuesta al materialismo mercantilista para nada relativo a los primeros ejercicios
hegelianos sobre el particular en la filosofía, sino del hecho concreto del
comercio como actividad, impuesta como forma omnicomprensiva de interpretación
de la realidad) son constructos orgánicos
de ideas, por lo general omnicomprensivos, dogmáticos y axiomáticos (lo que los
hace rígidos), que pretenden explicar la realidad en todo su complejo conjunto.
Las religiones en tanto omnicomprensivas, dogmáticas y axiomáticas actúan como
ideologías; de hecho, en el caso de la religión católica, lo fue hasta la
aparición de la Modernidad y con ella del Racionalismo, luego del Iluminismo y
finalmente la ruptura impuesta por la Revolución Francesa. El palmarés de los
siglos no puede eximir a la Iglesia Católica de su abierta actuación en el
mantenimiento de “su verdad”, gracias
al sostenimiento en el Poder como “sustento
espiritual” de cuantos reyes, emperadores, presidentes y dictadores,
favorecieran sus intereses particulares. La Santa Inquisición es una mácula que
llevará en su expediente por los siglos de los siglos. La Inquisición de “Santa”, solo lleva el apelativo católico.
Ahora bien, tanto religiones como
ideologías sufren un proceso de difuminación de percepciones mientras más “terrenas” se hacen, desde las
particulares perspectivas de quienes “sienten
y padecen”. En el ámbito al que pertenecemos tanto el Profesor Tricás como
un servidor, los ejercicios académicos y filosóficos sirven al propósito de “intelectualizar” desde nuestras
respectivas “pre-disposiciones”
(según el Doctor Luis Castro Leiva, nuestros “equipaje” de valores, costumbres, creencias e interpretaciones de
la realidad, mediatizados además por nuestro nivel de estudios y/o
acercamientos cognitivos), las ocurrencias de la realidad al través del tamiz
de la interpretación de las ideologías (y, porque no, de las religiones), inclinándonos mediante
profusos estudios históricos, filosóficos, antropológicos y, por ende,
sociológicos, a re-interpretar nuestros propios “sentires y padecimientos” o los “sentires y padecimientos” que creemos compartimos con los
demás. Un viandante de Antímano, de los
que toman la buseta o el carrito a las cinco de la mañana, poco o nada sabe de
Hegel, Marx, Engels o Lenin; acerca de la propiedad de los medios de producción
o de la dictadura del proletariado; pero tampoco podría saber nada acerca de las virtudes teologales; imposible que entienda el Misterio de las Tres Divinas Personas y
mucho menos aquel de la transustanciación de la sangre en vino.
Es desde la esfera de su “propio sentir” que el viandante de
Antímano comenzará a aproximarse tanto a la religión como a la ideología. Si
una de las advocaciones de la Virgen María, madre de Jesús, es devoción sentida
de aquel viandante, estando en el trance de un apremio doloroso, aquel rezará
con fe; si es escuchado y el resultado esperado ocurre, será siempre devoto fiel; aun no ocurriendo, si su
fe es inquebrantable, seguirá bajo la égida de esa advocación, y de la religión
católica, pero como directa consecuencia de “la
devoción a la advocación” que no a los principios rectores de la Iglesia
Católica o a las virtudes teologales, ambos seguramente aspectos normativos y
teológicos desconocidos por aquel.
Si ese viandante es obrero, pobre
además desde hace más de tres generaciones y se le convence que la propiedad de
los medios de producción por parte de la clase obrera (previa explicación
primitiva y elemental, como suele suceder, de lo que el concepto de “medios de producción y su propiedad”
podría significar), “aumentaría con
creces sus ganancias porque no existiría un patrono apropiándose de la
plusvalía de su trabajo” ergo “el
rico no lo robaría”, la sola “expectativa”
de que su propia realidad cotidiana pudiese cambiar (pesada
por demás como una cruz a lo largo del Gólgota de su existencia), lo haría seguir aquel constructo ideológico y, por ende, a quienes le sirven de
parlantes.
Lo que tratamos de decir, es que la percepción de la realidad desde una
ideología o una religión, depende de la naturaleza y calidad interpretativa de
los “lentes conceptuales” que tenga quien observa la realidad, esto es, las “verdades”
y las “mentiras” serán de la calidad y naturaleza de su propia visión
cognitiva, mediatizada por su propio “sentir y padecer”. Como aquellos
versos de una vieja melodía criolla: “Es
un dolor que no puedo resistir, es un dolor que no puedo padecer, siento el
alma la cruel desilusión…” Dependiendo
del “dolor” y la “cruel desilusión” que sienta el acólito, fiel o seguidor y de las expectativas
ciertas de su remedio, será la adhesión que tenga el venezolano común con una
religión o una ideología.
Los líderes carismáticos
dominadores que nos han conducido los últimos 200 años, se han “montado” sobre sus propias “percepciones”, “padecimientos y sentires”
y los han proyectado sobre sus seguidores y estos sobre las grandes multitudes,
en forma de “religiones” unos, “ideologías” otros. Así lo hizo Simón
Bolívar con la “libertad” y la “República”; de una manera equivalente,
José Antonio Páez con su idea propia de una “República
Independiente”, ambos atados a la “Religión
Republicana” de su tiempo. Por vía equivalente lo hizo también Antonio
Guzmán Blanco con su percepción “liberal
y moderna” de lo que debía ser la realidad, desde un “Liberalismo propio” a medio cocinar. Otro tanto Cipriano Castro y
Juan V. Gómez desde su particular “percepción
positivista”, construida desde el discurso de los “doctores e intelectuales” que los rodeasen. Rómulo Betancourt,
primero desde el “marxismo de tierra
caliente”, luego desde aquella forma de “Socialismo
Democrático Trienal” y finalmente desde la maduración de la “Social Democracia Representativa”
procuró hacer caminar a su tierra hacia una suerte equivalente de aquella del “verde jengibre” del cuento asiático.
Y finalmente Hugo Chávez, en una
extraña combinación del viejo discurso del “Socialismo
Trienal” de Betancourt, junto a
un enrace con el malhadado “Socialismo
Castrista Cubano”, hizo conexión con lo mismo que lo hicieron los otros,
esto es, con los “sentires y
padecimientos” de buena parte del pueblo venezolano en cada uno de sus
tiempos o, más específicamente, con lo
que ellos creyeron, interpretaron, percibieron o impusieron como sus propias
“verdades” y “mentiras”. El resto de aquellos pueblos (esa parte que sobró),
se puso en contra o simplemente marchó silenciosa obedeciendo el mandato de sus
“sentires” y en la ruta del Gólgota
inexorable de sus propios “padecimientos”.
Y aún seguimos sin saber, a ciencia cierta, si acaso no ha sido siempre la gran
mayoría…
[1] Vazquez
Rocca, Adolfo. Nietzche: De la voluntad
de poder a la voluntad de ficción como
postulado epistemológico. Nómadas 37. Octubre. Universidad Central de
Colombia. Bogotá, año 2012.Pág.43. Las negrillas son nuestras.