martes, 6 de diciembre de 2016

Hasta la victoria… ¿Siempre?

En un ciclo de once conferencias en la Universidad de Harvard, allá por los años 70, el Profesor John Austin dio a conocer una muy importante interpretación respecto de las oraciones como construcciones verbales o escritas. Dijo entonces el Profesor Austin que las oraciones eran realmente “actos de habla” en tanto quienes las construían, lo hacían en atención a la expresión formal de tres acciones: informar algo, tratar de producir un efecto sobre quien escuchaba (o leía) y, definitivamente, producir un efecto deseado en quien escuchaba (o leía). Cada uno de esos “actos” fue bautizado específicamente por el Profesor Austin; a los primeros los llamó “locuciones”; a los segundos “ilocuciones”; y a los terceros “perlocuciones”.

El Profesor Quentin Skinner, en la muy afamada y antigua Universidad de Cambridge, siguiendo la teoría del Profesor Austin, formuló el argumento que en todo discurso cada acto habla estaba dotado de una intencionalidad, escrutable en el discurso como texto, estudiado en un contexto determinado. Y finalmente el Profesor J.G.A Pockock, también importante catedrático de esa muy prestigiosa casa inglesa de estudios, terminó definiendo al discurso político como un conjunto estructurado de actos de habla, dotado de una intencionalidad precisa y proferido en un contexto de prácticas sociales y situaciones históricas determinadas.

La pretensión de este artículo es escrutar la intencionalidad del acto del habla con el que se titula; en cual discurso político se inserta;  a qué alude y en qué contexto; y, finalmente, a cuales “situaciones históricas” pertenece. Finalmente, se hace un ejercicio personalísimo respecto de su validez y se hace notar que, quienes lo pronuncian, pero, peor aún, quienes lo escuchan, no han entendido que, en sí mismo, encierra una importante contradicción, contradicción que por desgracia lo debilita temporal y moralmente, según la humilde percepción de quien estas líneas escribe.

Atribuido al Doctor Ernesto Guevara de la Serna (también se le atribuye al Doctor Fidel Castro Ruz), mejor conocido como el Che, la encarnación cabal del guerrillero heroico y del revolucionario marxista del siglo XX, “Hasta la victoria, siempre”  es un acto de habla que viaja de la locución a la perlocución en un instante. Con lo que pareciese ser el deseo inicial de “informar” la resolución de quien la profiere (en tanto su thelos) esto es, la intención de marchar “hacia la victoria” todo el tiempo que sea necesario, aún más allá de la finitud humana de quien la pronuncia, adquiere en un instante la categoría de ilocución porque se desea causar en quien oye la impresión de la resuelta voluntad de quien la pronuncia, convirtiéndose en perlocución para quien en trance de convertirse, decide avanzar hacia la victoria, siempre que sea en pos de quien asume tamaño compromiso al proferirlo.

Este acto de habla se ha transformado en la fórmula final del discurso marxista revolucionario latinoamericano, especialmente en quienes tienen la responsabilidad de su pronunciación pública. Marca el “punto final” de todo párrafo inscrito en la resolución de los gobernantes cubanos, cada vez que tienen una aparición pública y multitudinaria, siendo su clara intencionalidad mostrar “la garra voluntariosa” que precede a la acción. Es un acto nacido en el contexto histórico que marcó el inicio de la lucha armada marxista en el continente americano (norte, centro y sur) de habla luso-hispana con ocasión del triunfo de la Revolución Cubana (el hecho bélico) en las postrimerías de la quinta década del siglo XX. Ese acto nos ha acompañado por más de 60 años y ha sido pinta de pared, consigna de muchachada, cierre de obrero discurso y marca de fábrica de una forma de hacer política real en nuestros predios.

Sin embargo encierra una contradicción interna, paradójico en una construcción marxista, dónde las contradicciones activan la dialéctica como forma de ver y hacer historia. Desde nuestro punto de vista, acaso una contradicción que destruye buena parte de su contenido y convierte, tan potente e histórico acto de habla, en mera fórmula retórica hoy. Comencemos por el principio, no queriendo, claro, hacer el papel del “analizador de chistes”, esto es, aquel que de tanto buscar explicaciones, termina por desdibujar el chascarrillo y despojarlo de su gracia, en aras de una “supuesta claridad de pensamiento”. Pero asumamos el papel y por ende, la responsabilidad.

El adverbio “Hasta” sugiere un límite: “Te amo hasta que muera”, “Hasta que la muerte nos separe”, “Hasta el fin del mundo”. De modo que la voz nos indica que “Hasta que lleguemos dónde tengamos que llegar” la acción que precede el adverbio se mantendrá, luego de ella fenecerá o se cambiará por otra. “La Victoria” es lo contrario de la derrota; el pago máximo de todo juego suma cero; la meta del combate, sea político o armado; la enseña del reconocimiento; el resultado anhelado en la contienda deportiva. Como solía decir John F. Kennedy: la victoria tiene muchos padres, la derrota es huérfana. La combinación del adverbio y el sustantivo, nos conduce al acto de habla: “Hasta la victoria”. Este potente acto de habla nos sugiere que mientras no logremos la victoria, seguiremos avanzando hacia ella, lo cual implica la existencia de una lucha que, por ahora, no tiene definición en el tiempo. Pero si se logra la victoria o alguna clase de ella ¿Fenece el contenido del acto? De ahí la importancia del otro adverbio: “Siempre”. Combinado al acto inicial, nos proporcionaría un acto de habla mucho más completo: “Hasta la victoria siempre”. La potencia del acto ha crecido hasta convertirlo casi en perlocución, esto es y en una suerte de interpretación propia: “No importa cuánto tiempo pase, seguiremos avanzando hacia la victoria, cualquier clase de victoria, su cuantía carece de importancia…”. Luce ser un acto proferido por un hombre tremendamente perseverante, como de hecho lo fuesen Guevara y Castro, y es posible que llegara a significar la enseña fundamental de sus vidas.

Pero aquí empiezan las contradicciones, que van transformando el acto en simple forma retórica, al adscribirlo a otros oradores en otros discursos. Para Fidel Castro  y sus seguidores, el triunfo de la Revolución Cubana fue hecho cumplido y cierto. Aún el sábado próximo pasado y en sus exequias, se insistía en ello, mediante la confirmación de sus “logros revolucionarios”. Quien alcanza un logro triunfa, esto es, obtiene la victoria en su lucha. Entonces nos preguntamos: quién alcanza la victoria en su contienda concreta ¿Seguirá luchando hasta la victoria siempre, aun habiendo llegado a ella? Si la Revolución cubana es dechado de victorias ¿Por qué y para qué seguir luchando hasta la victoria siempre? ¿Y cómo se puede luchar “Hasta siempre” si “Siempre” sugiere infinitud de tiempo y el humano es finito? ¿Cómo se convence al hombre común de que luche “Hasta la victoria siempre” con hambre y privaciones? ¿Cómo puede exigir un burócrata cómodo, en medio de lujos y en el usufructo vulgar del poder, que se dedique un escaso “siempre”, limitado por el tracto de una vida humana, al logro de una “victoria” que no es tangible para quien oye? Con estas inocentes preguntas hemos dejado testimonio de algunas de las contradicciones que lleva consigo este, ahora, en apariencia potente acto de habla. Reducido a fórmula retórica, no pasa de ser equivalente al grito del boguero en la regata, al cántico ritual en un juego de fútbol o el grito de guerra de un partido político tradicional, en el contexto de la pugna interpartidaria cotidiana. Los marxistas leninistas de corte tropical deberían entender la importancia de este acto de habla en la construcción de sus discursos, el compromiso que entraña y de las voluntades de quienes viene.

Comprometerse con una lucha “Hasta la victoria, siempre” escapa de las fuerzas humanas habituales y no hay, especialmente entre los miembros de las Nomenklaturas en los predios nuestros dónde hoy existen, hombres con la talla necesaria para luchar por una victoria hasta el fin de su existencia. Son esos individuos los que la exclamarían como el título del artículo: “Hasta la victoria… ¿Siempre?...”



No hay comentarios.:

Publicar un comentario