lunes, 20 de febrero de 2017

El “Socialismo Real” hispanoamericano: utopía, praxis y contradicción. De la retórica a la farsa.

Cualquiera que se asome desde la Ciencia Política y con seriedad, al pensamiento escrito que dejasen como legado Carl Marx y Federico Engels, no puede, desde nuestra muy humilde óptica científica, negar la pulcritud de sus planteamientos filosóficos y la impecable construcción metodológica de su trabajo, a la luz de la realidad que observasen en la Europa de la segunda medianía del siglo XIX, especialmente en aquella sumergida en la carrera febril por la Revolución Industrial y en el contexto de la tumultuosa adolescencia del sistema capitalista.

Vlladimir Ilich Ulianov (Lenin) le imprimió esa necesaria caída de la voluta filosófica a la realidad posible tras la conservación del poder político, construyendo por cuenta propia y desde su “¿Qué hacer?” esa versión teórico práctica que terminara bautizándose “marxismo-leninismo”. Y Josip Stalin, desde el ejercicio pleno y brutal de ese poder alcanzado “por las masas proletarias”, lo dotó de ese rostro pasmosamente cruel, esto es, desde la retórica marxista, Stalin se hizo del poder absoluto, administrándolo por gracia de las “masas” hasta que una inesperada apoplejía se lo llevara aquella larga noche de agonía, allá en su solitario sofá, acaso como tragicómica sentencia tras su larga y sangrienta dictadura.

De Marx  y Engels devino “la utopía posible” (contradicción retórica en sí misma, pero dotada de posibilidad desde la creación filosófica marxista); de Lenin y su pregunta simple, devino la posibilidad práctica de la organización para la lucha y la toma del poder; y de Stalin la cruda realidad entre praxis socialista y contradicción. Stalin inauguró ese paso letal del Socialismo: de la retórica a la farsa. Y esa maldición nos ha perseguido hasta nuestros días, porque ese parece ser el destino natural del Socialismo doquiera que se instale.

En nuestro continente hispanoamericano suele darse, por otra vía, un metabolismo que pareciese inmanente a nuestra realidad política y que termina, inexorablemente, afectando nuestros sistemas políticos. Inaugurado en lo que parece nuestra experiencia épica republicana, la conformación de cualquier sistema político en nuestros predios hispanoparlantes pasa por las etapas que hemos señalado en diversos artículos: desde un líder, sea carismático o no, se conforma una célula pentagonal de poder, con románticos, ideólogos, políticos de oficio, soldados y negociantes. Los negociantes proveen los recursos financieros y de ellos, junto a los soldados y políticos de oficio, se deriva entonces una oligarquía (en el sentido aristotélico del término) que no solo controla los recursos del Estado sino que a partir del usufructo de aquellos, engrosa su patrimonio particular y tiende sus redes (redes oligárquicas) hacia diversos espacios de la sociedad, mediante un crecimiento profuso de múltiples y complejas complicidades patrimoniales.

De esa oligarquía deviene a su vez una suerte de “clase media” tributaria que se hace administradora de sus recursos, por cierto de origen inequívocamente oligárquico, obteniendo sus pitanzas del chorreo por acumulación.  Y de esta clase media termina originándose una suerte de “clase política” que durante la vida de los sistemas políticos que supongan gobiernos “alternativos y responsables”, funge como la “administradora absoluta” de la cosa pública. Finalmente, bajo de aquella estructura, está lo que retóricamente en nuestras naciones solemos llamar “el pueblo”. Un masa variopinta de connacionales, por lo general en la exigüidad de medios materiales o en la más absoluta de las pobrezas, quienes “esperan su turno” en esa larga cadena de distribución de recursos en la que se convierte el Estado, siendo los mecanismos de distribución, además de sus ínsitos organismos en la administración pública, los partidos políticos de la oligarquía que se encargan de administrar también “el chorreo”.En su tiempo vital llega un instante en que la corrupción, la voracidad, la concusión y el cohecho, generan un gran malestar entre la “clase media” y “el pueblo”, especialmente en aquellos no beneficiarios de “algo” del “chorreo” y, de su seno, insurge otro líder de encendida retórica, quien induce un camino equivalente que, como las vueltas de un carrusel, repite el ciclo de nuevo. 

El lenguaje marxista, como lenguaje político, es extraordinariamente conveniente al discurso político que construye la masa crítica contraria al Estado corrupto, en el momento de producirse la crisis irreversible de nuestro metabolismo institucional hispanoamericano. Lleno de “propiedad popular de los medios de producción”; de “dictaduras del proletariado”; de “reivindicación de los derechos de los trabajadores”; de “parla revolucionaria y justicia social”; y, finalmente, protagonizado de manera estelar por “campesinos y obreros”, calza perfectamente con las aspiraciones sentidas en lo profundo de las sociedades hispanoparlantes, especialmente en aquellos que se sintiesen por fuera del reparto y aspirasen, como consecuencia, alguna suerte de venganza por la “injusticia” de la que creen haber sido sujetos.

Y así hace su aparición el “Socialismo Real” hispanoamericano. Sujeto de múltiples, variadas y manipulablemente arcillosas versiones, encastra en el discurso de cuanto “bicho de uña” autodenominado “vengador”, aparezca en el escenario político ya enrarecido por tanto sinvergüenza, ladrón y aprovechador profesional del erario público, excresencias naturales de nuestros sistemas políticos de parla castellana (excluimos a Brasil, pero no por inocentes, sino por no hispanoparlantes). Necesario se hace entonces proporcionar algunos ejemplos. Comencemos por los socialismos de inicios del Siglo XX. Atrabiliarios y reivindicadores, se echaron a las armas para derrocar “dictaduras sangrientas y corruptas”. Con el discurso popular en los labios, líderes carismáticos tomaron el poder, quedando algunos de ellos en el camino, para reproducir luego gobiernos más crueles y corruptos que los que terminaran derrocando. La Revolución Obrera Boliviana y la fundación inocente del APRA peruano de Víctor Raúl Haya de la Torre, una versión gaseosa de socialismo propio que devino en socialdemocracia, reprodujo durante su vida útil a ladrones de alta factura como Allan García, por ejemplo, con su respectiva oligarquía peruana contumaz en el latrocinio y extremadamente hábil en la prestidigitación financiera.

Pero los ejemplos palmarios de hoy los constituyen el Socialismo Revolucionario Cubano, el Socialismo Sandinista Nicaragüense, su par Indigenista Boliviano, el revolucionariamente Ciudadano de Ecuador y finalmente una contradicción retórica y conceptual en sí misma: el Socialismo Bolivariano de Venezuela. Comencemos por el decano: el “Socialismo Revolucionario Cubano”. Nacido tras una lucha armada cruenta contra una dictadura que había llegado al sumun de la corrupción, la crueldad y hasta la vulgaridad propia de la depauperación moral, se inician los tiempos revolucionarios ciertamente reivindicando a los intereses de las clases populares, pero al hacerlo en el contexto de la Guerra Fría y al oponerse de manera militante a los complejos intereses estadounidenses en la isla (suerte de contubernio entre crimen organizado, burdel y obispado) tiene para sobrevivir que echarse en los brazos de la potencia oponente: la Unión Soviética.

No sin cierto placer al declararse Fidel Castro comunista, el “Socialismo Revolucionario Cubano” sirvió tristemente de proxeneta de su propia patria, haciendo honor a una impronta nacional que ellos mismos condenaran. Con logros indiscutibles en disciplina (característica muy distante de la cubanía), educación, ciencia médica e investigación agrotécnica, la caída del muro de Berlín y la desaparición de URSS, cortaron el cordón umbilical que tenían los Castro con su “estado socialista hermano benefactor” obligando al pueblo cubano a pasar roncha en el panfletariamente bautizado “período especial” mientras los Castro comían langosta y tomaban buen vino francés.

Una oligarquía tributaria del socialismo antillano, integrada por las familias de los Castro, sus soldados, políticos de oficio y autodenominada al mejor estilo comunista soviético “Nomenklatura”, junto a  una variopinta camada de negociantes tanto propios como extraños, terminan viviendo de la más vulgar corrupción dónde los propios hijos de Fidel son referidos como “agentes confiables” para conseguir “pingües negocios” en la isla. Las “prostitutas batisteras” han sido sustituidas por las “jineteras revolucionarias” y la droga, el negocio fácil y la sinverguenzura pública son parte de la realidad de un “Venceremos” que, sin duda, como parte de la retórica grandilocuente del socialismo nuestro de cada día, es atribuible solo a la oligarquía gobernante.

El segundo en edad es el “Socialismo Sandinista Nicaragüense”. Sin duda expoliado duramente por los gobiernos de los Estados Unidos, al considerarse todos y cada uno de ellos propietarios de Centroamérica desde un “siempre” que se remonta a más allá de la muerte de Morazán, ha terminado en lo que el metabolismo político hispanoamericano habría de señalarle: una dictadura disfrazada dónde el fantasma de Somoza debe estarse riendo a carcajadas, en las cálidamente húmedas calles de Managua. Ahora nepotico (al ser Rosario, la esposa de Daniel Ortega, la Vicepresidenta en funciones), luego de haber anulado electoralmente a una oposición donde milita no solo la eterna “derecha” nica, sino también los disidentes de Ortega, el “Socialismo Sandinista Revolucionario”, no obstante sus logros sociales en el campo y en la educación básica para los más desposeídos, ha promovido una vulgar delincuencia a la que se suma la corrupción militar y policial, en un ejército y una policía dónde han regresado las “estrellas” y los “generalatos”  inamovibles, que tanto odiara el sandinismo en Tacho, Tachito y sus tributarios.

Las experiencias “socialistas” conducidas por el Presidente Evo Morales y el Presidente Doctor Rafael Correa, el uno “indigenista” y el otro “ciudadano”, ciertamente han alcanzado logros indiscutibles en materia de educación, administración de sus recursos naturales, distribución del ingreso y construcción de infraestructura. Pero no lo han hecho desde una práctica estrictamente “socialista”, sino a partir del diseño de políticas públicas pensadas y concertadas con la gente, un curso de acción reñido con el más elemental postulado nacido en y desde el “Socialismo Real”. La “retórica socialista” ha servido al discurso de ocasión, en particular en aquellos momentos en que el gobierno de los Estados Unidos, intentara derrocarlos por la vía del descontento presuntamente popular, pero realmente digitado por quienes en el pasado detentasen el poder, esto es, las viejas oligarquías defenestradas y extrañadas de ese tonel de recursos gratuitos que constituye el erario público. Pero apenas un poco más de un par de lustros han recorrido ambas experiencias “socialistas” y ya son sonados los casos de concusión, cohecho y corrupción pública. En Bolivia la “coima militar” a los contrabandistas por el lado de la frontera chilena y el caso de la línea aérea LAMIA, dónde también participasen militares venezolanos; y, en Ecuador, el negocio de los dólares “extrañamente desaparecidos de los presupuestos públicos”, las concesiones de algunos servicios y las empresas que abiertamente son poseídas por una oligarquía nacida al amparo de una “Alianza” no necesariamente por el “País”.

Pero el que bate todos los records de utopía, praxis, contradicción, retórica vacua y farsa cotidiana es el llamado “Socialismo Bolivariano de Venezuela”, hoy bajo el liderazgo teórico del Presidente Nicolás Maduro Moros. Definido sobre una contradicción retórica en sí misma “Socialismo” y “Bolivariano”, es indispensable señalar inicialmente dónde radica este contrasentido; en primer lugar porque tal construcción ideológica no existía en los tiempos de Bolívar, lo que convierte tal acto de habla en un anacronismo; lo segundo, que Bolívar jamás profesó un sentimiento realmente “popular”, en el sentido en que el “Socialismo” entiende lo “popular”, un ejemplo gráfico: con frecuencia mencionó su “horror a la pardocracia”. Siendo un mantuano de origen (lo que los ecuatorianos llamasen un “pelucón”) no entendía el ejercicio del poder político sino en manos de una elite, llegando a sugerir (y luego a legislar sobre el particular en la Constitución Boliviana de 1826) la imperiosa existencia de un “Senado Hereditario” que debía ser constituido con los descendientes directos de los libertadores, lo que sugiere una suerte de creación de una “aristocracia política”. No existe en Bolívar ninguna referencia a “gobiernos populares”  en tanto la participación colectiva (especialmente de los más humildes) en el ejercicio del poder político, por lo que mal puede entonces construirse el acto de habla “Socialismo Bolivariano” porque entraña en sí mismo una contradicción equivalente a decir “Capitalismo Social”.

En segundo término, el “Socialismo Bolivariano” luce profundas contradicciones entre teoría y praxis. De verbo socialista encendido y en un arremeter cotidiano contra la “propiedad privada burguesa” en el contexto de los restos de una “democracia burguesa inoficiosa y corrupta”, son frecuentes los señalamientos de corrupción, concusión y cohecho contra el gobierno socialista venezolano, además de sindicársele de favorecer las operaciones del narcotráfico local. Pero si acaso esas acusaciones fuesen propias de sus enemigos ideológicos, lo que resulta lógico suponer, basta con mirar su comportamiento tanto público como privado: grandes vehículos blindados de lujo; profusión de guardaespaldas; viviendas palaciegas; viajes a centros turísticos paradisíacos; costosas joyas; ropa de marcas europeas; y fiestas fastuosas costeadas con el erario público. A esto hay que añadirle sociedades dudosas con miembros del hampa común; la formación de una oligarquía propia al mejor estilo de sus predecesores de la “democracia burguesa” y, peor aún, de las dictaduras militares del pasado. Y la más reciente: el destape de una olla podrida que destaca los vínculos del Vicepresidente de la República con una suerte de negociado multimillonario en las compras del Estado, obscuros lazos con las mafias del tráfico de estupefacientes y empresarios privados con oficinas y múltiples inversiones en la ciudad de Miami, una de las capitales financieras más importantes del (tan odiado por ellos) “Imperio Norteamericano”.

Plétora de contradicciones ideológicas resulta también la retórica socialista revolucionaria del “Socialismo Bolivariano”. El “beneficio” o “utilidad” es un concepto propio de la práctica capitalista por definición, sin embargo es frecuente escuchar al Presidente Maduro hablar de “planes de inversión financiados con el beneficio de las empresas en manos del Estado”; susceptible de ser tildado de “exageradamente rígido nuestro argumento” la construcción anterior escapa por completo a la estricta retórica socialista: en el socialismo no existe la “utilidad” como concepto y tampoco la “inversión” como acción. De hecho el Presidente Maduro ha sido particularmente cáustico con “algunos marxistas-leninistas” a quienes llamó “traidores preciosistas”, dicterio que pareciese un ataque directo al Partido Comunista de Venezuela, organización política que apoya al “proceso revolucionario” pero que se ha manifestado particularmente crítico al gobierno en las últimas semanas.

De manera que como lo hemos podido apreciar en líneas previas, nuestro “Socialismo Real” hispanoamericano no escapa del metabolismo inexorable de nuestros sistemas políticos. Es pletórico de contradicciones ideológicas y es más “retórico” que real, rayando en algunos casos en auténtica “farsa”, con todo lo contradictorio que pueda tener una “farsa” respecto del cognomento de “auténtica”. Ineficiente e inoficioso y, en no pocas ocasiones, improductivo, el “Socialismo Real” hispanoamericano no difiere con mucho (sobre todo en el ejercicio del poder político) con aquellos sistemas políticos instaurados por sus odiados enemigos de las “Democracias Burguesas” o de las “Dictaduras Fascistas” ambas formas de gobierno bajo el patrocinio del “Imperio Norteamericano”. Corruptos, cohechadores, ávidos de la riqueza material y del ejercicio omnímodo y unipersonal del poder, los gobiernos (y algunos mandatarios) socialistas o autodenominados de tales, terminan cayendo en el mismo pozo séptico que habitan sus denostados predecesores “oligarcas burgueses”, resultando más amargo escucharlos cuando en heroicas peroratas, especialmente en sus onomásticas revolucionarias, se desgañitan nombrando inútilmente y en el paroxismo de la contradicción “…la soga en casa del ahorcado” al defender con fruición sus logros, pero sobre todo “…su moral y ética socialistas revolucionarias…”








viernes, 10 de febrero de 2017

El lenguaje político marxista y la “bravuconada” como instrumento de negociación.



Decía J.G.A Pocock que un lenguaje político constituía una manera “prescripta de hablar” el discurso político en un contexto histórico determinado, definiendo en consecuencia el “discurso político” como un conjunto estructurado de actos de habla, hablado en ese “lenguaje político”, precisamente en ese contexto de prácticas sociales e históricas determinadas. Desde estas perspectivas y con la presentación de evidencia empírica constatable, trataremos de mostrar la presencia de la “bravuconada” como estilo discursivo dentro del lenguaje político marxista, utilizado como recurso estratégico en un contexto definido por la negociación política. Pero antes, resulta esencial definir primero que entendemos por “bravuconada”.

El Diccionario de la Real Academia Española muestra como significado del vocablo, la secuencia que nos permitimos transcribir: bravuconada, de bravucón, dicho o hecho propio del bravucón. Y por bravucón: de bravo, esforzado o valiente solo en la apariencia. De manera que una “bravuconada” es una acción propia del “bravucón” que termina siendo un sujeto esforzado o valiente pero solo en apariencia. Desde la perspectiva de un juego y utilizada la “bravuconada” como estrategia, esta tendría por objeto mostrarse (el negociador) como “valiente y esforzado” en apariencia. Sería acaso interpretable como una “esforzada apariencia” con la intención de “disuadir” o “atemorizar” o mostrarse “esforzado” en hacer realidad el fruto de “una lucha denodada y permanente” por una “causa trascendente”.

La “bravuconada” hacía parte de aquellos famosos debates entre Lenin y Plejanov respecto de la agitación y la propaganda. Era indispensable mantener en agitación constante a la masa para lograr los objetivos revolucionarios a corto plazo. De ahí el discurso encendido en la plaza pública, en la fábrica, en los campos. Resultaba esencial mantener a la masa “a punto de quiebre” para generar la necesaria acción tumultuaria para cuando se ofreciese. El dicterio, el insulto, la acusación y el señalamiento, como figuras retóricas, debían dominar el exordio hasta lograr el tumulto explosivo. Solo así la acción vindicativa podía ser la protagonista del discurso revolucionario. Paradójicamente, esta forma leninista de agitación, pasó al Fascismo italiano y de allí, al Nacionalsocialismo alemán. Son históricas, así como reproducidas ad nauseam, las bravuconadas del Duce y del Fhürer en sus discursos cotidianos de antes y después de la toma del poder.

Ese estilo del “bravucón” de manos en la cintura, brazos en alto, gritos destemplados y acciones teatrales, aún no imitados jamás por Josip Stalin, si lo fueron en la parla discursiva de su aparato gobernante, los discursos de los Comisarios del Partido Comunista Soviético, especialmente en las fábricas y granjas nacionalizadas, así como en los cuarteles y repartimientos militares. Esas exhortaciones constantes a los “Camaradas”, a las “armas”, a las “batallas populares”, pasaron a formar parte sustantiva del lenguaje marxista, convirtiéndose en una forma específica de hablar y concebir el discurso marxista-leninista con independencia del tiempo y el lugar. Pero cabe preguntarse ¿Se convirtió esta parla discursiva camorrera  en estilo? ¿Se hizo condición necesaria y suficiente en el marxista-leninista más como afán de ser visto el Socialismo como una forma de vida que como un sistema político-ideológico? ¿Se transformó acaso en estrategia para encarar los juegos de poder? ¿Hasta dónde se hizo retórica y dejó de ser discurso por auto-convicción?  Algunas de esas interrogantes han sido magistralmente respondidas por afamados filósofos, algunos marxistas como Henri Lefevre y Michael Foucault o por alguna de sus contrapartes filosóficas demoliberales, como por ejemplo, Fernando Sabater.

La interrogante que urge estas letras es “la bravuconada como estrategia en un juego de poder  de naturaleza suma-cero”, reformulando la pregunta: ¿Hasta dónde es “real” la bravuconada? ¿En dónde termina la intencionalidad histriónica y comienza la intencionalidad estratégica? En América hispana, más específicamente, en nuestra historia inmediata, tenemos al menos tres muestras palmarias del “bravucón”: los Comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez en sus expresiones más causticas, el Doctor Rafael Correa con una discursiva más atemperada, pero dependiendo del “escenario”. Imposible determinar con exactitud estos límites, pero si es posible escoger momentos en la retórica de estos tres personajes que, según sea  las coyuntura en tránsito, se puede apreciar la presencia del “histrionismo bravucón” como parte de las estrategias escogidas en el ámbito de una negociación de fuerza. Los discursos de Castro en el contexto de la crisis de los misiles de 1962. Aquellos de Chávez antes del golpe del 2002 y luego durante los sabotajes petrolero y patronal. El arrebato de Correa de quitarse la corbata y abrirse la camisa como acto de “inmolación patria” frente a los policías que lo tenían secuestrado, mientras se profería un discurso “revolucionario-marxista” más como elemento de agitación y propaganda, en el contexto de una situación comprometida, que como una acción impensada y propia del calor de los acontecimientos. Castro, inequívocamente marxista-leninista; Chávez, de afecto fraternal por aquel (tanto por el socialismo marxista como por Fidel); y Correa, “marxistamente discursivo” sin serlo, hicieron uso frecuente de la “bravuconada” como instrumento estratégico de negociación.

No parecería ser aquel comportamiento de “bravucón”  impulsado por y en la “bravuconada misma”, sino parte de una “actuación deliberada” acompañada del discurso incendiario marxista como parte de una movida o conjuntos de movidas para lograr un resultado previamente estudiado, aun cuando el estudio hubiese sido producto de las circunstancias reproducidas in situ, en medio de un instante particular.  Pero como muestra del uso de la “bravuconada” en el marco de la historia política contemporánea, traemos un ejemplo interesante respecto de un incidente que envolviese a Sir Winston Churchill y a Josip Stalin, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, colación intencional que hacemos para salirnos de un ámbito que no sea “tan familiar” a nosotros como aquel que mencionáramos previamente y que, acaso, menos susceptibilidades hiera al ser recientemente fallecidos dos de los personajes mencionados y el tercero estar inmerso en una justa electoral por culminar.

Corría la segunda gran conflagración mundial y la Unión Soviética seguía bajo el asedio de los alemanes, aun habiendo sido derrotados los nazis en Stalingrado. Stalin recibía de Inglaterra ayuda material desde la ruta del norte, mediante convoyes de barcos con escolta británica, que arribaban a puertos soviéticos liberados del asedio nazi o nunca tomados por estos, virtud de la heroica resistencia rusa. Dos encuentros previos en Moscú con ocasión de sendos viajes de Churchill para acordar con los rusos estrategias comunes contra los alemanes, luego de la invasión de Hitler a la URSS, lo que había volteado la tortilla a favor de los Aliados, habían sido en particular molestos para el Primer Ministro británico por el trato, en instantes, “particularmente desagradable” de Stalin. Acaso inscrito en lo que pudiera ser la proverbial bravuconada marxista, el trato del jerarca ruso era visto por Churchill como ausente de tacto diplomático.
  
En el invierno de 1943, el Primer Ministro había recibido numerosas quejas del Almirantazgo Británico respecto del trato recibido en los puertos rusos por parte de las autoridades soviéticas, sobre el tránsito y libre desplazamiento de las tripulaciones tanto de los mercantes ingleses, como de las unidades navales inglesas, que prestasen servicios como escoltas de los convoyes. El Primer Ministro envía entonces el siguiente telegrama directamente a Stalin, quejándose de semejante trato, pormenorizando las afrentas y aprensiones de las que son víctimas las tripulaciones, sobre todo tomando en consideración los “importantes sacrificios que marinos ingleses han hecho para apoyar la resistencia rusa contra el hitlerismo”.  Dice allí Sir Winston:

“Las autoridades civiles de su país nos han negado todos los visados para los hombres que iban al norte de Rusia, incluso para relevar los que hace tiempo deberían haber sido relevados. Mólotov ha presionado al gobierno de Su Majestad para que acepte que la cifra del personal militar británico en el norte de Rusia no supere la del personal militar soviético y la delegación comercial en este país. Pero no hemos podido aceptar su proposición porque su trabajo es bastante diferente y la cantidad de hombres necesarios para las operaciones bélicas no se puede determinar de forma tan poco práctica”[1]

Luego de esta manifestación de presunto bloqueo de las autoridades civiles rusas, lo que pudiese traducirse en actos propios de la burocracia soviética y sus repertorios formales de intermediación con propios y extraños, el Primer Ministro Británico, como dijéramos previamente, comienza a pormenorizar lo que él define como “las restricciones” a las que son sometidas las tropas, marinería y oficiales tanto de la Marina de Guerra como su par marítima mercante:

“… (a) Nadie puede desembarcar de una embarcación de Su Majestad ni de un barco mercante británico si no es en una embarcación soviética, en presencia de un oficial soviético y después de que le examinen los documentos en cada ocasión. (b) Nadie procedente de un buque de guerra británico está autorizado a pasar junto a un barco mercante británico sin que se informe a las autoridades soviéticas de antemano. Esta medida se aplica incluso al almirante británico que se encuentre al mando. (c) Los oficiales y los marinos británicos están obligados a conseguir pases especiales antes de poder desembarcar o pasar de un barco británico a otro. Estos pases a menudo retrasan mucho con el consiguiente trastorno para la tarea que estén llevando a cabo. (d) No se pueden desembarcar provisiones, equipaje, ni correo para la fuerza operacional si no es en presencia de un oficial soviético y hay que cumplir numerosas formalidades para embarcar todas las provisiones y el correo. (e) La correspondencia privada del servicio es objeto de censura, aunque para una fuerza operacional de este tipo de censura debería quedar, en nuestra opinión, en manos de las autoridades británicas. La imposición de estas restricciones afecta tanto a los oficiales como a los marinos, lo que perjudica las relaciones anglo soviéticas y resultaría sumamente ofensivo si el Parlamento se enterara.”[2]

El texto anterior, más allá de la también proverbial intencionalidad británica por “controlar” todos los espacios dónde, durante la guerra, hubiese tenido alguna clase de influencia, aunada a algunas de las características del líder dominador (Spranger) que resaltaran en Churchill, resulta evidente que en la condición de “único aliado” en el esfuerzo de Guerra, sin costo material alguno para los soviéticos hasta ese momento, debía suponer un trato más respetuoso.

Doce días, inusual en esos tiempos de huracanado viento bélico, se tarda Stalin en responder al telegrama de Churchill y lo hace en los siguientes términos, iniciando el texto con un tema para nada relativo al reclamo formulado por el inglés. Dice allí el “Mariscal” Stalin:

“Recibí su mensaje del uno de octubre en el que me informaba de su intención de enviar cuatro convoyes a la Unión Soviética por la ruta del norte en noviembre, diciembre, enero y febrero. Sin embargo esta comunicación pierde su valor cuando manifiesta que esta intención de enviar convoyes al norte de la URSS no es una obligación ni un contrato sino solo una declaración que, según se puede entender, los británicos pueden rechazar en cualquier momento sin tener en cuenta la influencia que esto pueda tener en los ejércitos soviéticos que se encuentran en el frente. Debo decir que no puedo estar de acuerdo con semejante planteamiento de la cuestión.”[3]

El “camarada” Stalin se manda un primer párrafo diplomáticamente demoledor. En principio no solo ignora, por ahora, las solicitudes del Primer Ministro inglés, sino que “reclama” como “una obligación” de los ingleses “el envío de convoyes de ayuda” (compromiso por cierto no consignado en ningún tratado previo), que de no cumplirse, podría comprometer el esfuerzo bélico ruso. Y manifiesta sin ambages “…no estar de acuerdo con semejante planteamiento…”. El “camarada”  está tratando a su único aliado hasta ahora, como si se tratase de un proveedor a su servicio, con el agravante de que, tres años antes, cuando ese “único aliado” estaba siendo bombardeado por Hitler, Stalin fungía como fiel acompañante del líder nazi en la tarea de repartirse Europa. Y continúa más adelante en el afán por la “bravuconada”:

“Los suministros del gobierno británico a la URSS, los armamentos y demás productos militares, no se pueden considerar más que una obligación que, por un pacto especial entre nuestros países, el gobierno británico asumió con respecto a la URSS, que lleva a sus espaldas por tercer año ya la enorme carga de la lucha contra el enemigo común de los aliados: la Alemania de Hitler.”[4]

Stalin sigue sorprendiendo a Churchill. Le arrostra un “pacto especial” aún no perfeccionado, insiste en la existencia de una “obligación explicita en tal pacto” y culmina mencionando la soga en la casa del ahorcado: “…la URSS (…) lleva a sus espaldas por tercer año consecutivo (…) la enorme carga de la lucha…”. Churchill se pregunta: “¿Y quién supondrá Stalin lo ha estado haciendo por el mundo hasta ahora?”...Solo después de este par de “pitanzas bravuconales” es que el líder ruso aborda el tema de los reclamos y en el siguiente tono:

“Con respecto a su mención de las formalidades y de ciertas restricciones que existen en los puertos del norte es necesario tener en cuenta que estas formalidades y restricciones son inevitables en zonas próximas al frente y no hay que olvidar la situación de guerra que existe en la URSS (…) Sin embargo, las autoridades soviéticas concedieron numerosos privilegios en este sentido a los soldados y los marinos británicos con respecto a los cuales se informó a la Embajada Británica hace mucho tiempo en el mes de marzo. De modo que las formalidades que se mencionan se basan en información inexacta.”[5]

Pero ¿habla Stalin con un “aliado” o lo hace con un “socio incómodo”? No solo justifica las restricciones por estar cercanos al frente de guerra (incierto) sino advierte lo evidente “…la URSS está en situación de guerra…” Por supuesto que los ingleses lo saben: ¡¡¡son sus aliados!!! Finalmente, parece ceder al menos en un aspecto (y lo hace como una concesión graciosa) al afirmar que no tiene nada que objetar en relación a que “…la censura de la correspondencia privada del personal británico en los puertos del norte la realicen las propias autoridades británicas…” pero de nuevo advierte “…siempre que exista reciprocidad…”. Tragando grueso, presumimos, Churchill comenta, tanto al Presidente Roosevelt como a su Gabinete de Guerra:

“Acabo de recibir un telegrama de Stalin que no me parece exactamente lo que uno podría esperar de un caballero por cuyo bien tenemos que hacer un esfuerzo tan incómodo, tan extremo y tan costoso (…) Pienso, o al menos espero, que este mensaje venga de la maquinaria más que de Stalin ya que tardaron doce días en su elaboración. La maquinaria soviética está bastante convencida de que pueden conseguirlo todo con bravuconadas y estoy seguro de que es importante demostrarles que no siempre es así.”[6]  
Churchill muestra su molestia por un texto que considera ofensivo, pero le otorga el beneficio de la duda a la autoría de Stalin: “(…) Pienso, o al menos espero, que este mensaje venga de la maquinaria más que de Stalin…”  Y agrega un acto de habla que consideramos medular para este artículo: “La maquinaria soviética está bastante convencida de que pueden conseguirlo todo con bravuconadas”. Este acto de habla sugiere que no es nueva la “bravuconada” como estrategia discursiva (y de acción) en las gestiones de lo que el Primer Ministro define como la “maquinaria soviética”. El asunto estriba en demostrar si se trata de un “repertorio burocrático” (Allison) propio de toda estructura de tal naturaleza o si se trata de un “repertorio propio de la burocracia marxista” en tanto el fondo confrontacional que la agitación supone. Lo que sí parece colegible es que “la bravuconada es propia de la maquinaria burocrática soviética como estrategia para obtener resultados” según se deduce del juicio de valor del propio Churchill. Veamos las consecuencias para los rusos.

A resultas de este telegrama, el Primer Ministro solicita al Gabinete de Guerra se suspenda el envío de convoyes a Stalin por la ruta del norte, petición que es no solo concedida sino respaldada por el cuerpo ministerial, sobre todo al conocer el contenido del telegrama. Seis días más tarde, Churchill convoca al nuevo embajador ruso en Londres, Gúsev y le hace saber que ha recibido un sobre de esa legación, que en apariencia contiene un documento relativo al plan de recepción de los convoyes. Gúsev así lo ratifica y sin abrirlo, el Primer Ministro le comunica “no estar preparado para recibirlo”, se pone de pie, se dirige a la puerta de su despacho y abriéndola para que el diplomático la abandone, le agradece su presencia. Gúsev sorprendido no sabe qué hacer; intenta regresar el sobre al Primer Ministro y este, elegantemente, se niega de nuevo a recibirlo. Previamente le ha hecho saber que Sir Anthony Eden, Ministro de Asuntos Exteriores de la Gran Bretaña, tratará directamente en Moscú y con el Ministro Mólotov la marcha futura de la ayuda inglesa al esfuerzo de guerra ruso. Sobre estas gestiones, Churchill acota:

“El diecinueve de octubre Eden, a su llegada allí para una conferencia planeada hacía tiempo entre los ministros de Asuntos Exteriores de los tres grandes aliados, telegrafió que Mólotov había ido a verlo a la embajada y le había dicho lo mucho que su gobierno valoraba los convoyes y la tristeza que le producía su ausencia (…) Mólotov prometió hablar con Stalin de todo esto y organizar una entrevista.”[7]

Este testimonio de Churchill, basado en la comunicación de Eden, permite entrever que la estrategia de la “bravuconada marxista” está cediendo. Mólotov le ofrece “…hablar con Stalin y organizar una entrevista”. Finalmente, la entrevista se realiza el 21 de octubre de 1943 y para “dramatizar” un poco más el ambiente, Churchill, a sugerencia de Eden, previamente ha suspendido el envío de los destructores a la ruta, operación naval que debía preceder a los convoyes. Finalmente, se logra un acuerdo satisfactorio a las partes, en atención a las aspiraciones mutuas y se reanuda el envío de los suministros. La estrategia de la “bravuconada marxista” no le funcionó esta vez a los rusos, imponiéndose “la tradicional flema inglesa”.

La declinación de Mólotov, independientemente de tratarse de los esfuerzos de guerra, que suponían la vida o la muerte de la “Madre  Patria Rusa”, permite colegir que el tono bravucón era propio de una forma de negociación tradicional en la burocracia rusa, acaso por derivación natural del discurso marxista de la agitación. De cualquier manera, no funcionó con Churchill. Como punto final de este largo artículo, dejemos como epílogo el testimonio concluyente del Primer Ministro británico respecto de todo este asunto:

“Los cuarenta convoyes a Rusia transportaron una cantidad inmensa de material por un valor de 428 millones de libras que incluía cinco mil carros de combate y más de siete mil aviones, solo de Gran Bretaña. De este modo cumplimos nuestra promesa, a pesar de las duras palabras de los líderes soviéticos y de la actitud desagradable que tuvieron con nuestros marinos.”[8]


[1] Churchill, Winston, La segunda guerra mundial. LA ESFERA DE LOS LIBROS. Madrid, 2006. Págs.443 y 444.
[2] Churchill…Op.Cit…Págs. 444 y 4445.
[3] Churchill…Idem…Pág. 446.
[4] Churchill…Ibid…Pág.446
[5] Churchill…Ibid…Pág.447
[6] Churchill…Ibid…Pág. 448. (Las negrillas son nuestras)
[7] Churchill…Idem…Pág. 449. (Las negrillas son nuestras).
[8] Churchill…Ibíd…Pág.453.