martes, 5 de septiembre de 2017

"Aprendimos a quererte..."

“Aprendimos a quererte, desde la histórica altura…”…Con este verso se inicia la famosa canción que compusiese el cantautor cubano Carlos Puebla, en homenaje póstumo al Doctor Ernesto Guevara Lynch de la Serna, “…mejor conocido como el Che…”. (…tal cual subtitulase su libro el famoso escritor y periodista mejicano Paco Taibo). Esta canción siempre tuvo un efecto emocional particular en este servidor y sirve de leitmotiv para escribir estas letras, con guitarra y cadencia cubana de fondo.

Ernesto Guevara, en mi opinión, tiene múltiples facetas; la del joven aventurero que parte de su tierra para “explorar” en bicicleta el “mundo local que lo circunda”. Quien luego, graduado de médico, parte de nuevo en motocicleta para hacer un recorrido sin regreso por ese mismo mundo y tras un destino incierto. El que hace parte de los internacionalistas que defienden a Jacobo Arbenz y, más tarde, terminan en un yate malogrado con un grupo de aventurados muchachos, quienes se han impuesto la misión de liberar a su pueblo de una dictadura que, hoy día, no obstante el billete que pudieran haber hecho entonces sus acólitos y los intereses que haya satisfecho su existencia (sobre todo en nutridos contingentes de antillanos, hoy mayameros, trocados en fórmula de supervivencia en tercera generación), nadie duda en calificar de mafiosa, corrupta y feroz, en alguna medida dolorosamente equivalente a la que llevan hoy los cubanos, doblegándoles sin piedad la cerviz (esencialmente a todos “los no alineados” que hayan manifestado abiertamente su disenso).

El Comandante “Che” de Santa Clara, héroe militar sin pretenderlo; el Ministro de Industrias, sin saber nada al respecto; trabajador voluntario incansable, pero a la vez incómodo; verdugo implacable; perseguidor inmisericorde de los “enemigos de la Revolución…”, es identificado por sus más enconados adversarios como “asesino cruel”, mote injusto si se toma en consideración que Guevara no hizo nada distinto a lo que han hecho millones como él en la historia de la humanidad. Para quienes viven viendo en la política “ángeles y demonios” según sea su “arrechera” (como suelen llamar la rabia humana, más como actitud que no como enfermedad, en Venezuela, porque en Colombia son los apremios prostáticos de juventud), verá en el médico argentino un “ángel” o un “demonio”. Este servidor, hoy día y a la sombra de una clepsidra de cuyo lado queda poca arena, ve solo a un hombre comprometido con una idea, quien se ve impelido, por la obligación que ella impone, al máximo sacrificio para lograr su expresión material.

Y precisamente a ese sacrificio quiero referirme. La “Revolución” en todo tiempo y lugar, calificación que pierde su connotación de “izquierdas” o “derechas” a los fines de estas líneas (denominaciones que vienen por cierto de la más antigua de ellas autobautizada de tal modo), máxime si son armadas, ofrecen cuatro protagonistas interesantes, como lo hemos reiterado ad nauseam: el romántico, el ideólogo, el político y el soldado. Llevado por el vuelo del “ángel vengador”, el romántico, desde la acepción del “romántico decimonónico”, se motiva por el “destino glorioso”, los discursos encendidos, el sufrimiento y el dolor. Llora, padece y hasta muere; es el primero en la línea de combate y termina encarnando al héroe. Concluye su existencia, por lo general, muerto o torturado o preso o ambas cosas, y cuando la turbamulta que dio cuenta de sus mejores años triunfa, es cubierto de poemas, cantos, loas y lemas pre-fabricados de ocasión. Por lo general su evocación siempre produce una que otra lágrima furtiva (algunas de cocodrilos con boina o gorro frigio, trocados luego en magnates de bonete y regias vestiduras) y su supremo sacrificio en tema de algún poema infantil, sobre todo porque su “dolorosa gesta” se transforma en “fecha patria” y se obliga a los niños a su eterna evocación como modelo, acción que se queda solo en eso, esto es, en el “modelo” y la “evocación”.

El ideólogo se constituye en el depositario del pensamiento de y en la “Revolución”. Termina organizando conversatorios, debates y simposios entre filósofos, para culminar convirtiéndose en académico o cronista o ambas cosas. Se cubre con el recuerdo del hecho armado y culmina su vida haciendo parte de las autoridades más encumbradas del partido y/o de las organizaciones con fines ideológicos-políticos que se creen. Si se trata de “comunistas”, en su mayoría ateos (como tiene que ser), terminan encarnando a los “pontífices de su propia sociedad revolucionaria”. Alguna vez serán “Ministros” pero “…de Educación…” o de “Arte y Cultura…” pero nunca, nunca de otra cosa. Son pensamiento puro y culminan ellos su vida útil llevando el albaceazgo de la idea…

El soldado y el político se hacen del poder. Se apropian del billete con el tiempo, conquistan, por la fuerza o no, todos los espacios y cooptan cualquier intento de asomo de cabeza por encima de su creación. Son los que promueven los crecimientos reticulares oligárquicos o las “Nomenklaturas” extensivas e intensivas. Ellos son el poder real. Y aquellos que no estén dispuestos a hacer parte de sus cónclaves, sea internos, propios o externos, carecen de posibilidades de sobrevivir en la sociedad que acaben fundando. Como “enemigos de la Revolución” serán bautizados y, en consecuencia, perseguidos, humillados, cercados, para luego ser encarcelados hasta morir en una ergástula.

Los hombres como Ernesto Guevara suelen ser “incómodos”. Claman por justicia, por honradez, por reivindicación. Rechazan privilegios, cargos, automóviles y espalderos. Promueven el trabajo voluntario dominical y el sacrificio del que “más tiene” en aras del que “menos”. Es, en suma, como diría algún encolerizado “revolucionario antillano”, un “come mierda que vino a arruinarnos el guateque”. Es tal su espíritu de sacrificio, que despierta la admiración de los más innobles. Pero no sirve a “fines más terrenales”. Es, reiteramos, “incómodamente” admirado. Guevara es plétora de anécdotas sobre el particular. “Chino” López, uno de los tantos fotógrafos que lo acompañan, al tratarse el médico argentino de una figura legendaria, lo fotografía cada domingo durante la realización del trabajo voluntario. Una gráfica sin camisa cargando sacos en una empresa azucarera; manchado de cemento o yeso durante la construcción de viviendas populares; cubierto de hollín, luego de una zafra, que supone la quema parcial de los tablones, a los fines de facilitar el desmonte de la gramínea a machete limpio. Guevara reconviene a Chino López y le exige no tomarle más fotografías “porque los lunes, en el Consejo de Ministros, sus colegas de gabinete lo miran mal”.

Sobre todo, tanto el soldado como el político no transigen con esta práctica de ocurrir a “sacrificios no solicitados” porque los coloca en un punto de mira que no hace fácil su gestión, esto es, la gestión que favorece sus intereses. Sin embargo, estos personajes incómodos abundan en las primeras de cambio, porque el ímpetu de los primeros días, las marchas iniciales y los arreboles rojizos de iniciáticos arrestos crepusculares, propios de aquellas tardes llenas de sacrificio patrio revolucionario, adornan el escenario cotidiano de todas y todos. Una suerte de comedia en la que cada quien busca su papel pero sobre todo importante figuración entre las luces de una tramoya fútil a futuro, pero indispensable en el principio. Son tiempos de esperanza, de heroicidad y expectativa. Pero pronto se cierra el telón y comienza a operar la realidad tras el poder.

Y a pesar del “sol de su bravura” estos personajes se hacen material de molienda en la maquinaria que poco a poco va formando la dinámica del poder en su ineluctable marcha, tal cual lo hacen las ruedas mecánicas de un trapiche con el fruto dulce de la caña de azúcar. Jugo se van volviendo y a fuer de carbón y candela, el alma se les hace melaza, pero no por lo dulce en extremo, sino por lo densa y pesada. Es en ese momento que el “revolucionario incómodo” o se hace disidente o se marcha tras la búsqueda de mejores destinos que, según su propia comprensión, sean más adecuados a sus “modestos esfuerzos”. Un día en esa búsqueda encuentra la muerte. En el afán por ser útil pero a la vez “ángel vengador” se equivoca de ruta o de misión, falleciendo trágicamente, lo que pone punto final a su aventurado periplo. Y esta muerte trágica favorece a quienes lo loan y permite la construcción de mitos, que hábilmente manejados desde la propaganda, culminan convirtiendo al revolucionario auténtico, en fructuosa marca comercial.

Es inútil todo lo que hagan; inútiles su sacrificios e inútiles sus búsquedas. Como dijimos en un principio, terminarán siendo “ángeles o demonios”, según sea la ubicación ideológica del espectador de su impronta y aun queriendo haber sido innovadores o magos de los tiempos o artífices del conjuro contra la maldad humana, terminan siendo apenas nombres, motes, frases huecas, figuras decorativas o apenas una silueta en alguna franela. Se ven, como epílogo, en fotografías desleídas, enmarcadas torpemente y acaso guindadas distraídamente en alguna pared de un lenocinio para nada revolucionario o posiblemente recostada “incómodamente” en una anónima esquina, más por obligación o conveniencia que por querencia o admiración. Y nada será posible en la construcción de un mundo nuevo porque una cruda realidad de poder y repartición de beneficios como fundamento esencial de lo que concluye siendo toda "Revolución", le pondrá cerco a la enseñanza de su vida para, finalmente, “ponerle cerco a su muerte”. Y su “entrañable transparencia” no será más que eso al final: mera transparencia, apenas una simple y escenográfica presencia...