viernes, 20 de julio de 2018

El discurso político de la izquierda hispanoamericana: las cinco promesas básicas

En un artículo previo, con el mismo nombre por cierto, hablamos de los cinco elementos  condicionantes del discurso de la izquierda en nuestros predios continentales de habla hispana e hicimos referencia a las cinco “promesas básicas” que de aquellos se derivan y al través de las cuales se estructura (y gravita) todo el manejo instrumental del discurso de esa facción ideológica. Y decimos instrumental porque existe a nivel mundial y desde su aparición en la Europa del siglo XIX, madurada en la Revolución Industrial, una discusión de más altura, referida a su validez filosófica, ideológica, política, económica y social, debate que por cierto escapa a las grandes masas populares por su densidad académica.

El presente artículo, tal cual el anterior, pretenderá entonces pergeñar ideas, precisamente, sobre las que hemos definido como “promesas básicas” del exordio reivindicador de la izquierda hispanoamericana, que se decantan en sus contenidos discursivos, reiteramos, especialmente a los puros efectos de su manejo instrumental. Son estas “promesas” las que se arguyen hasta la saciedad para promover ese “mecanismo virtuoso” de la “emoción-pasión-acción” que permite a sus líderes, tanto a socialistas como comunistas, organizar movimientos de masas, destinados a la única tarea de la toma del poder político y una vez allí, consolidar su presencia mediante el uso sistemático de instrumentos de control social, así como, de manera más directa, al través de la aplicación sistemática de la violencia, la represión y la muerte como mecanismos prácticos para ejercer la dominación mediante el miedo.

En razón de la exposición anterior, formulemos en consecuencia y en el contexto de su estructuración como conjuntos de actos de habla, las cinco promesas a las que hacemos referencia:

1.- “La desaparición de la pobreza mediante la justa distribución de la riqueza” o “Delirio de Robin Hood”.

2.- “La extensión de la educación gratuita, universal y de calidad” o “Delirio Platónico”.

3.- “La reivindicación popular mediante la justa venganza contra la burguesía, los opresores y el imperialismo” o “Delirio del Vengador Errante”.

4.- “La lucha contra la corrupción y su derrota definitiva” o “Delirio Revolucionario Moralizador”.

5.- “La vida eterna en la felicidad, la belleza y la pureza de las almas” o “Delirio del Paraíso Socialista Terrenal”.

Vayamos al encuentro de cada una de ellas.

La desaparición de la pobreza mediante la justa distribución de la riqueza” o “Delirio de Robin Hood”.

Con independencia de que la evidencia empírica (de una presencia abrumadora por cierto) deja patente el hecho de que la pobreza es un subproducto pernicioso del Capitalismo como sistema económico, el pobre o los pobres del mundo tienen la imperiosa necesidad de saber ¿Por qué lo somos?

Las monarquías absolutas, las constitucionales y las formas de gobierno que devinieron luego de la Revolución Industrial y que, en sus albores, reprodujesen grandes movimientos sociales como la Revolución Francesa y la Revolución Bolchevique, siempre justificaron la presencia del pobre, el desamparado, el explotado y el sufridor de oficio, mediante las apelaciones que las religiones siempre hicieron al noble y al justo en contraposición a aquellos quienes, inexorablemente, “habían venido a la tierra para expiar sus pecados de vidas pasadas” o “para sufrir en este valle de lágrimas”. La promesa de un mundo mejor “más allá de la vida”, resultaba suficiente para expresiones mayoritarias de los pueblos. Pero para algunas eminentes figuras en pequeñas comunidades, carismáticas por naturaleza, aquella explicación nunca resultó suficiente. Con el reventón de la Revolución Francesa y los movimientos independentistas en las Américas, la posibilidad de “cambiar por la vía de la acción” aquella situación de “injusticia social” se materializó, tal cual parece hacerlo el sol cada mañana.

Tres grandes conclusiones empíricas han arrojado con el tiempo los movimientos llamados “revolucionarios”: la primera, que nada es permanente y todo es susceptible de cambio mediante la resuelta acción voluntaria; la segunda, el cambio puede ser explosivo, inmediato y total; la tercera, no existe la dominación eterna. Con la Revolución Bolchevique al inicio del siglo XX, esa percepción se patentizó en hecho concluyente. De manera que la lucha contra la dominación, ejercida permanentemente tanto por parte del poder político, expresada en formas de gobierno como, por ejemplo, las monarquías o dictaduras militares, como por parte de sus oligarquías derivadas (merced de la colusión de poder político y capital), se volvió tarea fundamental del marxismo y por ende prédica sustantiva del lenguaje político marxista.

Desde entonces “la desaparición de la pobreza mediante una justa distribución de la riqueza” se ha vuelto promesa básica de toda organización o movimiento que se auto bautice o precie de ser revolucionario. En ese acto de habla complejo, hay dos de naturaleza simple e independiente como proposiciones discursivas, a saber, “la desaparición de la pobreza” y “la justa distribución de la riqueza”. Seguimos sosteniendo que la nuestra, esto es, nuestra sociedad hispanoamericana, es una sociedad estructurada sobre la base del poder como motivación; en tal sentido, la riqueza es un elemento esencial para ser reconocido socialmente. Así, la riqueza material es meta de todas y todos. No importa cómo, hay que hacerse de cierta cuantía de patrimonio material y mientras más, mejor. El reconocimiento social está en razón directa a la cuantía material del patrimonio.

“La desaparición de la pobreza” en términos estrictamente instrumentales y a los fines de un discurso que mueva a la activación del mecanismo “emoción-pasión-acción” debe pasar por la identificación de un “culpable”, identidad que se traduce en la de un “pagador”, esto es, alguien que debe “pagar por mi pobreza” porque asume la responsabilidad, cuasi penal, de ser el poseedor de la carga punitiva de “mi sufrimiento”. Una vez más, aunque la evidencia empírica también resulte abrumadora, en tanto la existencia de explotadores y esclavistas en la sociedad pre-capitalista y luego formalmente capitalista, tampoco es menos cierto que el avance de ciertos mecanismos institucionales y el reconocimiento de la esclavitud (de manera general) como una práctica deleznable y pretérita de la humanidad (aunque aún exista en buena parte del mundo), han permitido la creación de leyes para la protección de la ciudadanía, especialmente de los trabajadores.

El discurso político de la izquierda hispanoamericana promete, obsesivamente, hacer desaparecer la pobreza ¿Cómo? Con la vieja fórmula del Robin Hood: quitarle al rico para darle al pobre. Por eso cae impenitentemente en una suerte de “Delirio de Robin Hood”.

Asumiendo por “burguesía local” a todo poseyente de algún nivel de riqueza en las sociedades,  los líderes de izquierda enfocan sus baterías contra comerciantes, industriales, empresarios, banqueros y sus asociados, acusándolos de haber “desposeído al pobre” de la riqueza que, en justicia (siempre la llamada “justicia revolucionaria”), debía pertenecerle cuasi por “derecho divino” al ser “el pueblo” (por cierto solo los pobres son parte del “pueblo”) el detentor natural de la soberanía, de allí aquel concepto, también tan trillado por las “izquierdas”, de “soberanía popular”. Clarísimos de que ese es un principio marxista inequívoco, dejado sin ambages patentizado por Marx y Engels en el “Manifiesto”, esto es, la abolición de toda forma de propiedad privada, declarando entonces que “La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales”[1], desde el punto de vista instrumental y en nuestras sociedades hispanoparlantes, imbuidas de manera natural de una “pasión incontrolable” , que tiende inexorablemente también a ponerle “nombres y caras” a nuestro sufrimiento, especialmente por la ausencia de lo material, las izquierdas son raudas en identificar al “culpable de ese sufrimiento”. De manera que, por analogía elemental, mecanismo que el más simple de los cerebros puede activar, “si esta cara y aquel nombre son culpables de mi pobreza, esta cara y aquel nombre son mis enemigos naturales y  solo eliminándolos, terminará la pobreza”. Ergo: la pobreza desaparecerá cuando desaparezcan mis enemigos. Para la gran mayoría de la población, casi siempre en difíciles condiciones de pobreza material, no hay elaboración ideológica: solo el conveniente establecimiento de una conexión emocional.

Una vez en el poder político, la izquierda se dedica a la eliminación sistemática y permanente de la burguesía, pero solo de aquella parte de la burguesía que encuentra como obstáculo en su devenir y que, por elemental sentido de supervivencia, suele defenderse con “dientes y garras”. Al tiempo termina coludiéndose con sus restos; tales restos mejoran su posición y finalmente enseñan a la “izquierda revolucionaria”, más específicamente, a su “alta dirigencia” a ser tan burguesa como aquella primigenia alguna vez lo fuera. Si en su política de exterminio de la burguesía, los izquierdistas resultasen exitosos, crearán “Nomenklaturas” o “Altas Autoridades del Partido”,  estructuras que, peores que aquellas burguesías otrora odiadas, se harán más vulgarmente ricas, pero jamás por fruto del trabajo creador, sino al amparo del usufructo material del poder estatal, es decir, al través del cohecho, la concusión y el tráfico de influencias.

De allí el contenido instrumental del segundo acto de habla, esto es, “una justa distribución de la riqueza”, es decir, la materialización de un método para obtener “la riqueza a repartir” que conducirá como consecuencia a la eliminación de la pobreza. La “justa distribución” pasa por la ocupación de los bienes de la burguesía, mediante la expoliación o la exacción por la vía de la intermediación expropiadora (jurídica, legal y revolucionaria), para luego ser “redistribuidos” entre los "desposeídos” (categoría que hay que acentuar, esto es, la “desposesión”) para que tal acción devuelva “a sus legítimos propietarios” la posesión de aquella riqueza de la que “fuesen desposeídos”  por el oprobio y al través  del tiempo. De nuevo Marx y Engels lo hacen saber en su viejo “Manifiesto”, instrumento tremendamente eficaz para justificar, no obstante la distancia de siglos, la “justa distribución de la riqueza”: “El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.”[2]

En una conclusión pura y simple: “la pobreza solo podrá desaparecer sí y solo sí se hace una justa distribución de la riqueza poseída por la burguesía, culpable directa de su existencia”. En términos instrumentales: “todos somos susceptibles de ser calificados como burgueses cuando quien quiera ocupar, invadir, expoliar o expropiar, en nombre de la justicia revolucionaria, así lo deseé”.


“La extensión de la educación gratuita, universal y de calidad” o “Delirio Platónico”.
 
Con independencia de que esta debería ser una aspiración de todo Estado, más allá de fronteras físicas, políticas, ideológicas o sociales porque un pueblo educado y parafraseando a Simón Bolívar en sentido inverso, es el “instrumento luminoso de su propia construcción”, para la izquierda hispano parlante es suerte de “obsesión discursiva” y, en consecuencia, “promesa básica constante”. Solo en “Revolución” o mediante “la Revolución” el pueblo (reiteramos, solo “los pobres y desamparados”, porque solo ellos son susceptibles de hacer parte del “paraíso popular” prometido en la construcción discursiva de la izquierda), puede acceder al disfrute pleno del derecho a una educación gratuita, universal y de calidad. Gratuita, en tanto implicar su otorgamiento ningún costo a quien recibe el servicio; universal, en tanto abarcar todos los niveles educativos, es decir, básico o elemental, primaria, media, especializada y superior, fuese esta propia tanto de las Ciencias Básicas como de las Ciencias Humanas, así como para todo niño, niña, adolescente o adulto; de calidad, representando esta distinción aquella educación dotada de los más altos niveles de exigencia y contenido, consistentes con aquellos definidos como "del más alto nivel".

Logro indudable de la extinta Unión Soviética y de los primeros años de la Cuba socialista, la educación gratuita, universal y de calidad formó a su dirigencia con notable eficiencia sí, pero para mantener en el poder al mismo grupo y a su partido único. El “gobierno de los sabios” un delirio platónico de los clásicos, adjetivado de ese modo precisamente por la vieja aspiración de Platón, tiene presencia distintiva en el discurso de la izquierda hispanoparlante.  Sabiduría que se atribuye de manera natural al pueblo (reiteramos y reiteraremos hasta la saciedad, solo “los pobres y desamparados”), no tiene límites de raza, sexo, antiguo credo o color, eso sí, no puede atribuirse jamás a la burguesía porque de tenerla y demostrarla, “la pone al servicio de sus mezquinos intereses de clase”. Otro ergo: “…un pueblo sabio se auto gobierna y puede destruir la dominación de clase que ejerce la burguesía…”. Y solo “nosotros los revolucionarios y en Revolución, podemos garantizar la educación gratuita, universal y de calidad”…Y otro ergo más: “Un pueblo solo puede ser sabio si lo gobernamos nosotros” “Nuestra dominación educa”…


“La reivindicación popular mediante la justa venganza contra la burguesía, los opresores y el imperialismo” o “Delirio del Vengador Errante”.

La burguesía” y “el imperialismo” son conceptos marxistas y por ende construcciones discursivas propias del lenguaje político marxista. Toda Revolución que se precie ser de izquierda, tiene que utilizar ambos conceptos como elementos estructurales esenciales de su discurso revolucionario. Cuando nos referimos a la desaparición de la pobreza, hablamos de la identificación “con cara y nombre” del responsable de “mi sufrimiento”. Esta promesa conduce a hacer pensar a quien la escucha (y, acaso, hace consonancia cognitiva con sus contenidos personales), acerca de la existencia de un culpable del que hay vengarse con legítimo derecho, por todos los años de privaciones y carencias.
Una vez más, con independencia de que la evidencia empírica es abrumadora, respecto de los excesos cometidos por los gobiernos de derecha en nuestros predios, fuesen civiles democráticos o militares de facto, en tanto usos de las ergástulas, la tortura, la persecución, la exacción y la muerte como mecanismos de control social, con la complicidad de las grandes potencias del mundo, también en los gobiernos auto denominados de “izquierdas” tales prácticas han sido (y son) cotidianas. Pero en la “identificación plena del enemigo interno” las izquierdas son obsesivas en ubicar “caras y nombres” en aquellos sectores o grupos susceptibles de ser inequívocamente ubicables también entre “la burguesía” y “el imperialismo”. Esta “ubicación” reiteradamente utilizada “al voleo”  por los dirigentes de la izquierda, sean gobierno o no, permite además engrosar las filas de “la vindicta pública revolucionaria” con todo aquel que interese a sus objetivos estratégicos, sobre todo si se trata de conservar a ultranza el poder político.

Esta prédica encendida de la “justa venganza” dirige esfuerzos (a veces de manera quirúrgica), hacia cualquier obstáculo en el camino hacia el poder o estando en el poder, hacia cualquier foco de resistencia que se le presente al  “gobierno revolucionario”, detonando con eficiencia mediante el manejo hábil del discurso, el mecanismo virtuoso de la “emoción-pasión-acción” hasta límites que la Venezuela de 2017 y la Nicaragua del año que corre, han visto operar en sus calles con la carga sangrienta de su mortal resultado. La izquierda hispanoparlante siempre asume el papel de la “defensora de los pobres y los desamparados” y por consecuencia, sus militantes más activos, el delirio del “vengador errante” por aquel viejo principio del “internacionalismo proletario”.


“La lucha contra la corrupción y su derrota definitiva” o “Delirio Revolucionario Moralizador”.

“Desafortunadamente para nosotros en Hispanoamérica, la corrupción es crónica e ínsita a todas nuestras sociedades. No hay hueso sano. Gobiernos, empresarios, industriales, partidos políticos, Fuerzas Armadas, Iglesia Católica, sindicatos, colegios profesionales, instituciones educativas, colegios gremiales, organizaciones de la sociedad civil sin aparentes fines de lucro, etc., etc. están permeados por esta práctica, acaso, como ya lo adelantásemos de alguna manera, una forma de “negociar expeditamente” en nuestros predios.”

Con el párrafo que antecede, iniciábamos el punto correspondiente a “la corrupción” como elemento condicionante del discurso político de la izquierda hispanoparlante. Verdad catedralicia que la evidencia empírica disponible demuestra cotidianamente, es sin embargo para la izquierda “delito y práctica” atribuible con exclusividad a “la burguesía y al imperialismo”. Los “malos” del cuento,  “los execrables, los corruptores, los miserables, imbuidos siempre de ese egoísmo que le es propio al capitalismo”, son los burgueses y los imperialistas. La izquierda, siempre, “con la saeta encendida, merced del fuego purificador, nacido de y en la hornaza moralizadora revolucionaria, cauterizará todo rasgo de corrupción”. Promesa reiterada de los líderes de izquierda, termina por consumirlos en su cruda realidad cuando se vuelven gobierno. Pero para ellos “no es culpable el ciego sino el que le da el garrote”. Siendo connatural a la burguesía y al imperialismo, son ellos, “mediante complejos mecanismos de infiltración, casi místicos en su aplicación”, quienes terminan “corrompiendo” a los “malos revolucionarios” enfermedad imposible de evitar dada la falibilidad humana, porque han de saber  los mortales de esta tierra que, “solo en estos casos, los revolucionarios somos humanos”…En su discurso y en lo tocante a la lucha contra la corrupción, los líderes de la izquierda son cautivos absolutos de una suerte de “Delirio moralizador”, de natura casi monástica, delirio que, por cierto, se desvanece casi completamente en sus prácticas gubernativas. Allí solo se imponen la razón de Estado y las llamadas “condiciones objetivas del problema”…

“La vida eterna en la felicidad, la belleza y la pureza de las almas” o “Delirio del Paraíso Socialista Terrenal.

Completa la izquierda su pentagrama de promesas, con una dotada de la universalidad que su titulación le concede: la posibilidad de otorgarle a la humanidad la creación de una suerte de “paraíso terrenal” allí, en su realidad cotidiana. Consumada la Gran Revolución Socialista, creado “el hombre nuevo” y alcanzado los estadios más altos de pureza humana, allí, solo allí, se habrá al fin arribado a la “etapa superior del socialismo, cual es el comunismo”. Tal y como concluyen Marx y Engels en el “Manifiesto”, esto es, concluida “la gran Revolución”: “Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar”[3].

No privativa de la izquierda hispanoparlante la promesa de un mundo mejor, es sin embargo obsesiva su presencia en el discurso político de sus dirigentes, sin distingo de nación, cultura o posición. Si está en las calles y no es gobierno, la izquierda hispanoparlante propala a los cuatro vientos que “la burguesía y el imperialismo” serán derrotados mediante el esfuerzo unitario, sostenido y permanente de los luchadores sociales, en todos los frentes que “la meta revolucionaria vindicadora de pobres y desamparados” les exija. Y si son gobiernos, la lucha contra la burguesía local “golpista y desestabilizadora” bajo “el patrocinio y apoyo logístico del imperialismo”, será dura pero denodada, siendo inexorablemente derrotada, para dar paso a “la marcha indetenible de los pueblos por las anchas alamedas del progreso, la libertad y la democracia plenas”.

Vanas promesas de la izquierda y su discurso. Al final terminan en el mismo marasmo mal oliente que sus contrapartes. Solo que aquellas, sus contrapartes burguesas, nunca niegan sus orígenes, mienten de cotidiano y terminan solazándose en sus miserias. Ella, la izquierda hispanoparlante, termina en la misma cloaca, con los mismos hedores, pero echándole la culpa a los que hicieron un día las cañerías, negando su sustantiva contribución hecha en peores requiebros de postrimerías y emitiendo “un discurso aséptico” en el más séptico de los pozos. Cosas del “hombre nuevo y sus delirios…"




[1] Marx, Carlos & Engels, Federico, Manifiesto del Partido Comunista. LA BRUJA. Caracas, 2002. Pág.30
[2] Marx & Engels…Op.Cit…Pág.30
[3] Marx & Engels…Idem…Pág.46

jueves, 12 de julio de 2018

El discurso político de la izquierda hispanoamericana: los cinco elementos condicionantes.

Desde que el lenguaje marxista impregnó el discurso político hispanoamericano, al comienzo del siglo XX, materializado el triunfo de la Revolución Bolchevique y fundados los Partidos Comunistas en la región, el discurso político de la izquierda regional, se ha basado en cinco elementos condicionantes, ínsitos además (casi de manera natural) al comportamiento económico, sociopolítico y cultural de nuestras naciones y que permiten pergeñar cinco promesas, propaladas una y otra vez por las organizaciones políticas de esa tendencia, a veces gracias al éxito que dan las armas y las balas y, otras, mediante una sorpresiva votación mayoritaria que inclina las balanzas en la dirección que el poder tradicional mira con auténtico terror.

Existen detractores de ese discurso que incluso (como la bella politóloga guatemalteca Gloria Alvarez Cross) “impenitentemente” caminan por nuestra región, señalando sus “ambigüedades y mentiras”. En un ejercicio teórico propio, que plantearemos en estas líneas, nos atreveremos a señalar (y exponer) los cinco elementos condicionantes; de igual manera, en otro artículo que seguirá a este, abordaremos las cinco promesas que la existencia incuestionable de los condicionantes, hacen derivar y que constituyen el planteamiento básico de la izquierda revolucionaria latinoamericana, tan pronto logra alcanzar el poder político, sea mediante el uso de las armas, reiteramos o al través de los mecanismos electorales que la “democracia burguesa” le provee, en el contexto de su institucionalidad.

Los condicionantes, en número de cinco, ratificamos, parecen ser parte de nuestros bártulos existenciales desde antes de que viéramos la vida como naciones independientes: la pobreza, la ignorancia, el resentimiento, la sed de venganza y la corrupción. Como las cinco heridas de Cristo (la alusión es meramente instrumental) nos acompañaron, nos han acompañado y parece nos seguirán acompañando “per secula seculorum”, dependiendo de cuantos “secula” en un limitado “seculorum”, le queden a esta región o, acaso, al mundo. Comencemos por revisarlos uno a uno.

La Pobreza…

Entendemos en estas líneas por pobreza a la carencia material de todo tipo de bienes, sea total o parcial, siendo esta condición de “parcial” rayana en una exigüidad tal, que la cuantía de su posesión permite apenas la supervivencia más elemental. Esta situación “parcial” de la posesión es siempre utilizada por alguien, sea individual o grupal, como una suerte de “modulador” de la dominación. Así las cosas, terratenientes, patronos, gamonales de turno, jefes, jefecitos, caciques, presidentes, gobiernos, militares, políticos de oficio, empresarios, industriales (de allí la fuerza de convicción que tenga el marxismo en estas tierras para conjurar las disonancias cognitivas y promover tanta consonancia cognitiva, afirmación que hacemos apropiándonos de dos conceptos de León Festinger), han hecho uso de la “administración de la pobreza” para ejercer una sistemática y permanente dominación, sea ideológica, política o simplemente material.

Cuando la pobreza se hace endémica, se transforma en una obsesión tratar de salir de ella en quien la padece cotidianamente, como solía decir A.J Groom “la lucha de quienes no poseen será eterna”. De este modo, la pobreza produce asesinos, torturadores, perseguidores, soldados, policías, espalderos, espías y toda una fauna de seres humanos capaces, prácticamente, de “vender su alma al diablo” por dejar de vivir en una oprobiosa pobreza y, por añadidura, ser reconocidos como “factores poderosos” aun cuando ese “reconocimiento” no pase de los límites de un simple caserío.

Ninguno de nuestros países, incluso aquellos que han logrado interesantes índices macroeconómicos de crecimiento, ha logrado erradicar la pobreza. Más del 80% de nuestras poblaciones son pobres. Esa pobreza viene acompañada de falta de asistencia de los Estados y por consiguiente trae su carga de enfermedad y muerte. Ambas, aparejadas al abuso generalizado, producto de la evidente debilidad del pobre, hacen de la pobreza una verdadera tiranía, en el sentido que Victorio Alfieri diese a tal concepto: la posibilidad de que sea el tirano el que haga las leyes y las viole cada vez que le venga en gana.

El discurso político vindicador de la izquierda hispanoamericana se basa esencialmente en el uso instrumental de la pobreza como una situación de eterna injusticia que hay que corregir, identificando “culpas y culpables”, que, en el fondo, el pobre (sobre todo el nuestro) desea como una verdadera obsesión: ponerle caras, nombres y apellidos. Así “el culpable de tú pobreza” es “el imperialismo yanqui”; “la burguesía local”; “el empresario”; “los ricos blancos y bonitos” todos o uno o una combinación de aquellos. Y así, esos culpables (que de hecho buena parte de su carga forense llevan), terminan teniendo rostros, nombres e historia. Se trata de lo que Lenin y Plejanov discutían permanentemente antes y después de la Revolución Bolchevique; Goebbles y Hitler copiaron en sus manuales de manejo de masas durante el ascenso del nazismo: la identificación física de los enemigos internos y externos.

Así como ninguna de nuestras democracias liberales, apoyadas en el capitalismo como forma de relacionamiento e intercambio de naturaleza económica, han sido capaces de derrotar a la pobreza endémica (acaso porque el capitalismo de sí ha de reproducir a la pobreza, porque la pobreza es un subproducto lógico del sistema de acumulación de riquezas), los sistemas políticos autodenominados socialistas y revolucionarios, no han sido capaces ni siquiera de reproducir alguna suerte de progreso sostenible en el tiempo. Antes por el contrario, han generado los mismos vicios que en las democracias liberales, sobre todos en la reproducción viral de oligarquías parasitarias improductivas, para colmo enquistadas en el Estado y viviendo de los recursos públicos que las actividades estatales y para-estatales producen.

La Ignorancia…

En el  contexto de esta suerte de artículo, definimos a la ignorancia como la falta, total o parcial, de la carga cognitiva necesaria para elaborar pensamientos complejos que permitan, al menos, alguna clase de aproximación a la realidad política, además de la interpretación de sus discursos (sean políticos y/o ideológicos) más allá de la emoción, la pasión o la necesidad imperiosa de sobrevivir. Lo político, lo ideológico o la combinación de ambas categorías, así como sus contenidos, exige la posesión de alguna formación educativa básica o enseñanzas con cierto nivel de especialización, además de la capacidad cultural e intelectual para realizar cierto tipo de abstracciones, más allá de la supervivencia o la pasión. Citemos un ejemplo. El análisis morfológico de una construcción gramatical, exige el conocimiento previo de lo que definimos como sujeto, verbo, predicado y complemento; por supuesto que es obligante que quien pretenda hacerlo, sepa leer y escribir; finalmente, que aquella persona haya podido comer al menos una vez, habiendo despertado aquella mañana, si acaso se tratase de ese momento del día, bajo techo y no a la intemperie, sin haber sido además sujeto de malos tratos, agresiones e incluso tortura. Si ocurre lo contrario, esto es, hay hambre, dolor y falta de instrucción ¿Cómo abordar la solución del problema sin odio, miedo o resquemor, todas emociones que mueven a la pasión?

El uso instrumental de la ignorancia es práctica común en las religiones y las ideologías radicales o extremas. El ser humano compelido a sobrevivir o sujeto a la tortura cotidiana de la pobreza, es presa fácil del sincretismo mágico religioso o el discurso vindicador, lleno de estructuras conceptuales pre-digeridas por oradores imbuidos de los mismos apremios o por aquellos que, conscientes de esa situación apremiante, manipulan a las masas para obtener beneficios materiales o la propensión a la “pasión-acción militante contra un enemigo previamente identificado como culpable”.

La ignorancia, el analfabetismo, la educación de baja estofa, el afán por entender, aunada a la existencia de un talento naturalmente humano que exige explicaciones por tanta ignominia, son caldo de cultivo provechoso a la manipulación. Una vez que las disonancias cognitivas que nacen de la dicotomía pobreza-sufrimiento, son subsanadas con explicaciones simples, la mayoría atadas por lo general a razonamientos elementales o a sincretismos mágico-religiosos, el adepto es ganado para cualquier idea, particularmente para aquella que podría conducir al máximo suplicio, por aquello de que “la muerte por una buena causa, siempre libera”…


El Resentimiento y la sed de venganza…

Estos condicionantes, según este humilde servidor, no resultan ser objetos de necesaria definición. Los vemos cotidianamente en todas nuestras naciones. Siendo sociedades estructuradas sobre la base del poder como motivación (D.Mcleland), las búsquedas esenciales de todos nosotros como miembros de aquellas, se limitan al Mando, la Riqueza y el Reconocimiento. Solo si se tiene Mando (doctor, agente, soldado, carabinero, guardia, policía, oficial, jefe, director, coronel, presidente, diputado, senador, dueño, patrono, gamonal, señor, etc.) se es reconocido en nuestras sociedades. Si a esa condición se le añade dinero o alguna forma de aparentar su segura posesión, el reconocimiento es mayor, dicho en otros términos: el reconocimiento es directamente proporcional a la posesión del poder más la riqueza. No es muy distante a lo que planteasen en diversas épocas de la historia de la humanidad filósofos como Platón y Aristóteles; Vicco, Kant y Hegel; Nitezsche, más tarde Adorno y Focault. Pero en nuestro continente resulta ser el pan nuestro de cada día.

Indígenas expoliados por mineros al margen de la ley, patrocinados (los mineros), a veces, por nuestras propias Fuerzas Armadas; pobres desalojados con violencia de sus chabolas, por haber invadido tierras de ricos terratenientes; ciudadanos de a pie siendo agredidos por la fuerza pública solo por protestar pacíficamente; gente de clase media engañada por instituciones financieras o empresas de seguros; comerciantes especulando con los precios de los alimentos; gobernantes abusando de su posición para cometer peculado, tanto financiero como de uso; privilegiados de siempre, aquí y allá. Y por otra parte, matones de barrio intimidando a las comunidades; jefes de bandas de maleantes protegidos por policías corruptos que someten a poblaciones urbanas o rurales enteras; mujeres y niños maltratados solo por ser pobres e ignorantes; presidentes de instituciones bancarias que salen ilesos de la comisión de delitos fiscales o de la defraudación de sus cuenta habientes, por el solo hecho de tener pitutos o padrinos con poder en los tribunales. Jueces corruptos, sacerdotes pederastas, profesores narcotraficantes, etc., etc., etc…

Toda la fauna referida en el párrafo anterior, “individuos de número en nuestras sociedades” sean de “izquierda revolucionaria” o de “derechas monásticas demoliberales” solo despiertan las dos condicionantes que referimos en el epígrafe de esta parte: resentimiento y sed de venganza.
Y de estos se alimenta, casi consuetudinariamente, el discurso de la izquierda hispanoamericana, que valiéndose del hecho indiscutible de que la realidad expuesta en el párrafo previo, es consustancial a todas nuestras sociedades, orientan y dirigen casi quirúrgicamente los odios, resentimientos y sed de venganzas hacia las “los rostros y razas” así como “espacios y lugares” según sean convenientes a sus intereses de ocasión.


La Corrupción…

  Ningún país del mundo está exento de esta práctica, Y ya no solo en el sector público, a quien los amantes de la libre empresa suelen culpar de todos los males, sino bien enraizado en el sector privado, que ha convertido esta práctica en una “forma legítima de hacer negocios”.

Desafortunadamente para nosotros en Hispanoamérica, la corrupción es crónica e ínsita a todas nuestras sociedades. No hay hueso sano. Gobiernos, empresarios, industriales, partidos políticos, Fuerzas Armadas, Iglesia Católica, sindicatos, colegios profesionales, instituciones educativas, colegios gremiales, organizaciones de la sociedad civil sin aparentes fines de lucro, etc., etc. están permeados por esta práctica, acaso, como ya lo adelantásemos de alguna manera, una forma de “negociar expeditamente” en nuestros predios. El pobre, lleno de resentimiento, ávido por su sed de venganza e ignorante por su situación de supervivencia cotidiana, es víctima permanente de este mal y lo que es peor, incurre en el cuándo colocado en una posición más ventajosa que el resto de sus congéneres, lo aplica como práctica para sobrevivir. Total a  la corrupción descarnada: la ve, percibe, siente y padece cotidianamente.

El discurso político de la izquierda latinoamericana focaliza a los culpables del mal en sus contrapartes “demoliberales burguesas” básicamente por apoyarse en “el capitalismo”: el paradigma del mal. “Solo nosotros somos los dueños de prístinas conductas”; “solo nosotros somos propietarios de reputaciones inmaculadas”;  “solo nosotros, por disciplina marxista, somos incapaces de vivir en la riqueza y dejarte a ti la carga de la pobreza porque nosotros somos, ante todo y todos, sangre y carne del pueblo”. Habría que preguntarles a cubanos, venezolanos y hoy, especialmente, a nicaragüenses, sin esas cualidades “adornan” a sus gobernantes revolucionarios.


La combinación y el discurso político de la izquierda hispanoamericana…

 La pobreza, la ignorancia, el resentimiento y la sed de venganza junto a la lucha contra la corrupción, constituyen las bases del discurso político de la izquierda hispanoamericana. Lo vimos gráficamente en el discurso del Licenciado Andrés Manuel López Obrador en el transcurso de su campaña, lo que le trajo como rédito un triunfo sin mácula, que se manifestó en 53% sólido por encima de su próximo contendor. Escuchamos todos los días los discursos de Castro, Ortega, Maduro y Morales, plétora de los mismos conceptos. No obstante, los que están en el poder, endilgan las culpas que generen la pobreza, la ignorancia, el resentimiento y la sed de venganza, en sus “enemigos” tanto “internos como externos”. Y los casos que les atañen directamente, que son muchos y reproductores por excelencia de pobreza, los atribuyen a “infiltraciones externas” o “traiciones promovidas desde dentro” por los “enemigos de la Revolución” jamás como enfermedad propia del poder y su detentación absoluta.  La izquierda revolucionaria, según ellos, nace sin nuestros “pecados originales”.


La izquierda latinoamericana ha explotado este discurso desde los inicios del siglo XX y sin demérito de alguno de sus honestos luchadores, que los han tenido y han sido cifras en el combate por la libertad de los pueblos en nuestro continente, hoy suenan como música vacía de organillero malo, en contraposición a sus logros revolucionarios y en cada una de las naciones en las cuales han logrado o lograron tomar el poder. No han reproducido otra cosa que pobreza; han acentuado, sobre todo en los últimos años, una suerte de ignorancia supina, sobre la base de la dádiva como mecanismo de control social de masas; y se han alimentado del resentimiento y la sed de venganza, mediante la focalización del odio popular sobre sus enemigos políticos o todos aquellos que resulten incómodos adversarios. Sonó un día como fórmula inmaculada de reivindicación de los preteridos del continente. Hoy no es más que máscara barata de un carnaval vetusto que ya mustio, revela en su rostro los signos inequívocos de la borrachera del poder. ¡Ojo!: cuidado con la cruda al despertar…