En el “Manifiesto del Partido Comunista”, Carl Marx y Federico Engels,
con sus miradas puestas en 1843 y en pleno ascenso de la Revolución Industrial
en Europa, deslizan esta reflexión:
“Hombres
libres y esclavos; patricios y plebeyos; señores y siervos, maestros y
oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron
una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta, lucha que
terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el
hundimiento de las clases sociales. (…) Nuestra época, la época de la
burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las
contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en
dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan
directamente: la burguesía y el proletariado.”[1]
A 174 años de esa cavilación
marxista, dotada además de extraordinaria simpleza y claridad, seguimos en esa
suerte de enfrentamiento pero con características tremendamente interesantes.
Para atisbar sobre la calidad de lo “interesante”,
hablemos un poco más de esa “burguesía” pero
con “ojos” de hoy. En los países “capitalistas”, la “burguesía” está representada en esa suerte de “oligarquía aristotélica” que surge de la “convivencia marital” entre el poder político y el empresariado
privado, tal cual ocurriese en las postrimerías del siglo XVIII, por ejemplo en
Inglaterra, donde la monarquía resultara financiada en sus guerras invasivas
por guildas de comerciantes que, finalizada la acción de guerra, terminaran a
su vez siendo recompensadas por los monarcas, al través de la “concesión graciosa” de la
administración de las riquezas, obtenidas mediante exacción de los territorios
ocupados. El negocio iba, en alguna medida, a medias…
Hoy la “burguesía” colabora con las “campañas
electorales” de los “partidos
tradicionales” (a lo Marcelo Odebretch en América del Sur), recibiendo en
el camino pingües beneficios por la vía de la concesión de jugosos contratos,
muchos de ellos para realizar obras inservibles o sin ningún valor para las
comunidades donde han sido “levantadas”
(léase la “muy publicitada” extensión
del Puerto de Contenedores, en Cádiz y un Aeropuerto Internacional en medio de
la nada, en Valencia, a un costo nada despreciable de 300 millones de euros
ambas “pitanzas” en la España “real, Popular y pontificia”).
Esa “burguesía” se ha dedicado a construir, además, “paraísos fiscales” auspiciados por los
gobiernos que se nutren de sus operaciones (nótese que hablamos de gobiernos
que no de poblaciones), muchas de ellas al margen de la ley (las operaciones),
que no redundan en beneficio alguno para la gente que vive en esas naciones,
pero que alimentan convenientemente a los tan publicitados “indicadores económicos”. Pero como hoy “la trampa es institución”, al punto de
que en el fútbol no se es buen jugador si no se aprende bien y con la destreza
de un prestidigitador, a “sacar la falta
al contrario sin haberla realmente cometido” la acción corruptora de la “burguesía”, junto a la pobreza
galopante del “proletariado”, hacen
parte constitutiva y normal de las “reglas
del juego” en “la pujante sociedad capitalista”. Que vamos, que todos se la
apañan, mientras esperan su “turno”.
El asunto es que el “turno” nunca
llega…
Las “abundancias y excesos” de la “burguesía”
es posible apreciarlas en pasquines como HOLA o en otras revistas “del corazón” menos afamadas que la
referida o en sus melifluos programas de televisión que se nutren de las
menudencias de su lujosa vida doméstica, mientras se hace la espera en los Bancos
de Alimentos o se arregla la puerta de entrada con alambres oxidados, al no
poseer los recursos para hacerlo como corresponde. El asunto es que esa
realidad, por extremadamente dura que parezca, hace parte de las rutilancias
propias del capitalismo, que mientras pudo arrojar mieles por la vía del Estado
de Bienestar, todos vieron como de “absoluta
normalidad funcional”, especialmente aquellos a quienes hubiese tocado en
suerte “el número acertado” en la
ruleta de la vida. Y cualquier
cristiano de los “afortunados” diría
en sana paz “¡pero si a mí no me ha
pasado nada!...” y como un viejo poeta de romancero agregaría “¿Por qué habrían de inquietarse las
perdices, si es avena y no plomo lo que llueve?...”
Pero esa “burguesía” de banqueros, empresarios, comerciantes y logreros, junto
a sus políticos corruptos y economistas sesudos, se les olvidó un pequeño
detalle: los que piden préstamos, consumen sus productos, contratan servicios,
invierten sus magros ahorros y, por sobre todas las cosas, votan, son humanos,
en una expresión colectiva: “la gente”.
Se les olvidó “la gente” y al seguir
concentrando “la presión de agua del
grifo” únicamente en ellos, la magia del “chorreo por gravedad” se ha acabado y esa “gente” ya no puede pagar, ni consumir, ni contratar pero sobre
todo y todo: ya no los quiere votar. Y en esa búsqueda obsesiva por una
solución, la “gente” vota “al contrario” y allí aparecen los
nuevos oráculos de esa creación decimonónica de la que ofreciésemos, al
principio, apenas una muestra pírrica filosófico-política: el Socialismo.
Y la “burguesía” arde a manos de la “la
tea vengadora” de estos nuevos “libertadores
socialistas” que prometen coloridas y heráldicas cornucopias de abundancia,
al proletario que sufre, hambriento y sediento de justicia. Además le ofrecen,
en el “mismo paquete”, por lo general
tocado de exagerado moño carmesí, el disfrute de la plusvalía de su trabajo, hurtada
vilmente por la burguesía y que debía haber producido solo gozo para él. A la
par ofrece el respeto por los derechos que, como clase trabajadora, merece,
unido al escudo albo de su protección eterna, contra la voracidad egoísta de la
“burguesía” insaciable. Pero cuan amarga es la sorpresa del “proletario” cuando descubre que los
líderes del socialismo liberador, terminan construyendo su propia versión de “burguesía” esta vez con otro nombre: “Nomenklatura”.
La “Nomenklatura” tan ávida de dinero, lujos y “bon
vivant” por aprovechamiento de, acaso, la oportunidad única de lucrarse “revolucionariamente”, no solo detiene “el grifo del reparto” sino que cuando
lo abre, solo de vez en cuando y de cuando en vez, lo hace exclusivamente para
nutrirse de su escuálido torrente, haciendo inexistente “la magia del chorreo”. Y la argumentación para tan tamaña
injusticia, que para la “Nomenklatura”
no lo es tal, sino más bien “la
administración eficiente de la propiedad colectiva del Estado”, radica en
la indispensable supervivencia de la “dirigencia”
porque solo aquella terminará con el “sufrimiento
permanente” y es por eso que debe estar liberada de toda “presión y apremio”, para que con mente
clara y precisión de propósitos, puedan cumplir con “su sagrado deber revolucionario de salvar al proletariado tantas veces
esquilmado por la burguesía”.
Y de la eterna decepción que
provee la “burguesía”, ocasionada por
sus cíclicas “crisis económicas” (que
si llegasen a ser vistas como ondas en un osciloscopio, tendrían “crestas” cada vez más altas y agudas,
seguidas de “valles” cada vez más
largos y profundos), productos naturales de su insensatez y codicia, a más de
su negligencia supina, “la gente” pasa
de una vida “extrema” a otra “extrema y dura”. En suma, pasa en alas
de un mal sueño a una horrible pesadilla, vale decir, de la “burguesía extrema” a la “Nomenklatura en Extremadura”. ¡Mecáchis!...
[1]
Marx, Carl y Engels, Federico; Manifiesto del Partido Comunista. LA BURBUJA
EDITORIAL. Caracas, 2002. Pág.5.