Max Weber define al líder carismático
como aquel individuo poseedor de cualidades extraordinarias que percibidas en
principio por sus seguidores inmediatos, es visto luego como persona modélica o
enviada por Dios y por eso le atribuyen la calidad de “líder”. Mucho antes, en el Siglo XVI, en la Italia del humanismo
cívico, Giovanni Botero afirmaba que el príncipe tenía que decidir entre la
bondad y la maldad, entendida esta última como la capacidad de infundir miedo.
Decía entonces Botero que solo mediante las acciones heroicas devenidas de la
severidad y el miedo, era posible que el príncipe fuese recordado
constantemente (“re-putare”). Finalmente Gustav Le Bon, unos años antes que
Weber, hablaba del “prestigio” como cualidad
esencial del Líder de Masas; ese “prestigio”
que otorgan los arrestos heroicos sobre las gentes, en particular aquellos
nacidos de la auto-convicción. De manera que el líder carismático podría ser
definido, desde las perspectivas de estos tres grandes filósofos políticos, como aquella persona que dotada de
cualidades extraordinarias, percibidas inicialmente por sus seguidores, goza
además de la capacidad de ser constantemente rememorado, virtud de su
reputación y su prestigio.
Edward Spranger nos habla, por su
parte, del Líder Dominador y lo define “…como aquella persona que, en su forma más pura, pone al servicio de
su voluntad de poder todas las esferas de valor de su vida…” y cita como sus características
esenciales las siguientes:
a) Para él lo fundamental es el
poder, el mando, el ámbito de dominio.
b) Sigue y tiene siempre un programa de
finalidades, sujetándolo a todos y haciendo uso de todo tipo de medios para
ejecutarlo, sean correctos o incorrectos.
c) Se considera libre de toda
norma pero las impone a los demás, incluso por vía coactiva.
d) “Sus disposiciones son indiscutibles, inatacables, coacciona para que
sean elogiadas primero por quien ha de cumplirlas después, y todo el grupo está
sujeto a las leyes, solo él se considera libre totalmente, y si las cumple,
será únicamente a objeto del “buen ejemplo”…”
e) Todo aquello que va en aumento
de su poder, es bueno y conveniente; lo que no, es malo y rechazable.
f) Define actos y deseos; lo que
él desea, debe ser deseo compartido; cómo él actúa deben actuar todos.
g) “Cae siempre en el paternalismo rígido y explica al grupo que “los hace
sufrir porque los quiere”…”
h) Opera según la lógica de “amigos” o “enemigos”. Lo que se percibe como
lo segundo, se rechaza por estorboso.
i) “Cuando su pasión por el poder es desorbitada, queda lentamente rodeado
por un equipo de trabajo que se desvive por complacerle y adivinar su
pensamiento, ya que suele recompensar estas “atenciones” interpretándolo como
“fidelidad personal”…”
j) “Nunca admite un “segundo al mando” que tenga talla para mandar al
grupo en su ausencia. Su poder se manifiesta en su ausencia.”
k) Resulta ser un personaje
absorbente. Se inmiscuye en todos los asuntos por elementales que sean. “Quiere decirlo todo y visarlo todo. Nada
escapa a su fiscalización.”
l) Cada individuo en su entorno
es percibido como un instrumento para el logro de su programa.
m) El peligro del líder dominador
estriba en que al rebasar el punto de no retorno en el ejercicio de su
dominación “…ya no puede distinguir entre
la adulación y la justa alabanza, o la objeción y la rebeldía…”[1]
De manera que si intersectamos el
concepto previamente pergeñado por nosotros, con el concepto de Spranger,
obtendremos como resultado un concepto formal de Líder Carismático Dominador, a saber, aquella persona que dotada de cualidades extraordinarias percibidas por
sus seguidores, goza además de la capacidad de ser constantemente rememorado,
virtud de su reputación y prestigio, poniendo al servicio de su voluntad de
poder todas las esferas de valor de su vida. Las características definidas
por Spranger, corresponderían también y por analogía a la categoría de Líder Carismático Dominador.
Dentro de los seguidores de estos
LCD (a partir de ahora identificaremos al Líder
Carismático Dominador por sus iniciales LCD) hagamos la abstracción de los
políticos de oficio, los soldados profesionales con intereses de poder, riqueza
o figuración y los negociantes aventureros con motivaciones puramente
pecuniarias, básicamente porque, en todo lugar y tiempo, esta gente siempre ha
estado “clara” con su “fidelidad” : depende exclusivamente de
la satisfacción plena de sus intereses y necesidades. Cuando el LCD no es “apto” o deja de ser “condición necesaria y suficiente” para
el logro de esa “satisfacción plena”,
la lealtad y fidelidad de esos grupos se pierde de ipsofacto. Quedémonos con
los románticos, los ideólogos y las mayorías silenciosas porque son ellos los
que siguen ciegamente al LCD y, en consecuencia, son ellos los más susceptibles
de ser afectados por su “gestualidad”,
misma que acompaña a su discurso político, no solo en la ocasión de masas, sino
en su parla cotidiana de naturaleza pública.
Adolf Hitler y, previamente, Benito Mussolini,
calzan no solo la definición de LCD sino plenamente sus características: la
evidencia empírica disponible lo confirma. Y a sus discursos, ambos líderes, uno
fascista (más bien fundador del Fascismo) y el otro Nazi (igualmente creador
del NSAP) acompañaban sus discursos con una gestualidad característica:
mentones levantados, pechos erguidos, dedos acusadores, expresiones de duda al
referirse a sus adversarios (definidos prontamente como enemigos) en tanto “rectitud, eficiencia y honradez”. Displicencia
y desprecio al mirar a sus subalternos cotidianamente, o, en su lugar, una
gratificadora condescendencia con los más vulnerables, misma que extendiesen en
más de una ocasión al “pueblo”, hacen
parte de la gestualidad con la que tanto Hitler como Mussolini acompañaban sus
largos discursos.
Dotados además de una importante
intemperancia, que se reflejaba en cada una de aquellas ocurrencias que
provocaran estallidos de ira, eran también cotidianas sus actitudes de agresión
verbal, acompañadas de puños cerrados y
patadas al piso, pletóricas de interjecciones llenas de dicterios y
acusaciones. Hay una gestualidad que acompaña al LCD, gestualidad que,
histriónica en ocasiones, ratifica la convicción del seguidor y el odio en el
enemigo.
En el otro espectro ideológico,
Fidel Castro, horma comunista y Hugo Chávez, calzado socialista, con
independencia de que el segundo, especialmente luego del 2002, comenzara a
imitar al primero hasta en los más elementales gestos (dedo acusador o dedo
rectilíneo llevado a la frente como signo previo antes de una reflexión
discursiva), también llevan consigo, además de la definición y características
de LCD, un lenguaje gestual caracterizado por las grandes inflexiones de voz,
acompañadas por las exageradas maniobras con las manos, grandes movimientos
corporales y gritos aparentemente llevados por la emoción, pero que responden a
una actitud estudiada previamente. La condescendencia hacia el subalterno y el
más pobre, que responde a esa actitud paternalista del LCD, es casi un calco
del uno hacia el otro, quienes, dicho sea de paso, también comparten esas “insinuaciones inocentes” hacia las
mujeres bonitas, sobre todo cuando ocupan puntos neutros o están ejerciendo
funciones en campos adversarios, especialmente como moderadoras o
entrevistadoras en los medios de comunicación social.
Regresando en el péndulo
ideológico, nos encontramos con Donald Trump. Empresario ultraconservador
estadounidense, indubitablemente anticomunista y, como dirían los cubanos
castristas, “contrarevolucionario”,
pero que además también calza para sus seguidores, románicos e ideólogos e
incuestionablemente para la “mayoría
silenciosa estadounidense”, la definición y características de un LCD.
Trump también acompaña su discurso con una gestualidad también singular: mentón
alzado, labios apretados, dedos acusadores, grandes movimientos corporales
inusuales en un político estadounidense de oficio, junto a balandronadas
cotidianas e insultos reiterados hacia un “adversario
político” a quien se espera convertir en el muy corto plazo en “enemigo político” acaso para justificar
su “perentoria destrucción” en aras
de hacer “America great again” . Una
condescendencia equivalente hacia el más vulnerable, especialmente obreros y
gente común (pero especialmente blanca y pobre) y una actitud equivalente hacia
“los grandes anónimos en mi campaña”,
lo hacen cruzar “el mismo puente” que
sus contrapartes comunistas y socialistas. Con respecto a la actitud hacia las
damas, huelgan los comentarios: radicalmente distinta de forma, parece serlo de
fondo. Se trata de una gestualidad común al LCD, una gestualidad que parece
estar asociada más a una condición ínsita a este tipo de líder que una postura
meramente ideológica en lo teórico-político o instrumental en los términos de los
imperantes objetivos de propaganda.
Castro, Chávez y Trump, los dos
primeros ya fallecidos y el tercero por asumir la conducción del país más poderoso
de la tierra, son, desde nuestra percepción teórica, líderes carismáticos
dominadores, dotados de una misma “cadencia
discursiva”, cargada además esta última, de una “gestualidad equivalente”. Los dos primeros, como ya dijésemos, hoy
parte sustantiva de la historia de los pueblos del mundo, uno acaso más que
otro, demostraron que los ensayos de los líderes carismáticos dominadores en
función de poder (curiosamente también los primeros que mencionásemos),
proporcionaron resultados que no pudieron sostenerse en el largo plazo, aun
manteniendo esa gestualidad característica, aunada a una discursiva agresiva,
contumaz y acusadora. A Trump aún le queda el beneficio de la duda…La realidad
que construya aún está por verse… ¿O
no?...