domingo, 27 de noviembre de 2016

La gestualidad en el líder carismático dominador: Castro, Chávez y Trump.

Max Weber define al líder carismático como aquel individuo poseedor de cualidades extraordinarias que percibidas en principio por sus seguidores inmediatos, es visto luego como persona modélica o enviada por Dios y por eso le atribuyen la calidad de “líder”. Mucho antes, en el Siglo XVI, en la Italia del humanismo cívico, Giovanni Botero afirmaba que el príncipe tenía que decidir entre la bondad y la maldad, entendida esta última como la capacidad de infundir miedo. Decía entonces Botero que solo mediante las acciones heroicas devenidas de la severidad y el miedo, era posible que el príncipe fuese recordado constantemente (“re-putare”).  Finalmente Gustav Le Bon, unos años antes que Weber, hablaba del “prestigio” como cualidad esencial del Líder de Masas;  ese “prestigio” que otorgan los arrestos heroicos sobre las gentes, en particular aquellos nacidos de la auto-convicción. De manera que el líder carismático podría ser definido, desde las perspectivas de estos tres grandes filósofos políticos, como aquella persona que dotada de cualidades extraordinarias, percibidas inicialmente por sus seguidores, goza además de la capacidad de ser constantemente rememorado, virtud de su reputación y su prestigio.

Edward Spranger nos habla, por su parte, del Líder Dominador  y lo define “…como aquella persona que, en su forma más pura, pone al servicio de su voluntad de poder todas las esferas de valor de su vida…”   y cita como sus características esenciales las siguientes:

a) Para él lo fundamental es el poder, el mando, el ámbito de dominio.
b)  Sigue y tiene siempre un programa de finalidades, sujetándolo a todos y haciendo uso de todo tipo de medios para ejecutarlo, sean correctos o incorrectos.
c) Se considera libre de toda norma pero las impone a los demás, incluso por vía coactiva.
d) “Sus disposiciones son indiscutibles, inatacables, coacciona para que sean elogiadas primero por quien ha de cumplirlas después, y todo el grupo está sujeto a las leyes, solo él se considera libre totalmente, y si las cumple, será únicamente a objeto del “buen ejemplo”…” 
e) Todo aquello que va en aumento de su poder, es bueno y conveniente; lo que no, es malo y rechazable.
f) Define actos y deseos; lo que él desea, debe ser deseo compartido; cómo él actúa deben actuar todos.
g) “Cae siempre en el paternalismo rígido y explica al grupo que “los hace sufrir porque los quiere”…”  
h) Opera según la lógica de “amigos” o “enemigos”. Lo que se percibe como lo segundo, se rechaza por estorboso.
i) “Cuando su pasión por el poder es desorbitada, queda lentamente rodeado por un equipo de trabajo que se desvive por complacerle y adivinar su pensamiento, ya que suele recompensar estas “atenciones” interpretándolo como “fidelidad personal”…”  
j) “Nunca admite un “segundo al mando” que tenga talla para mandar al grupo en su ausencia. Su poder se manifiesta en su ausencia.”  
k) Resulta ser un personaje absorbente. Se inmiscuye en todos los asuntos por elementales que sean. “Quiere decirlo todo y visarlo todo. Nada escapa a su fiscalización.”  
l) Cada individuo en su entorno es percibido como un instrumento para el logro de su programa.
m) El peligro del líder dominador estriba en que al rebasar el punto de no retorno en el ejercicio de su dominación “…ya no puede distinguir entre la adulación y la justa alabanza, o la objeción y la rebeldía…”[1] 

De manera que si intersectamos el concepto previamente pergeñado por nosotros, con el concepto de Spranger, obtendremos como resultado un concepto formal de Líder Carismático Dominador, a saber, aquella persona que dotada de cualidades extraordinarias percibidas por sus seguidores, goza además de la capacidad de ser constantemente rememorado, virtud de su reputación y prestigio, poniendo al servicio de su voluntad de poder todas las esferas de valor de su vida. Las características definidas por Spranger, corresponderían también y por analogía a la categoría de Líder Carismático Dominador. 

Dentro de los seguidores de estos LCD (a partir de ahora identificaremos al Líder Carismático Dominador por sus iniciales LCD) hagamos la abstracción de los políticos de oficio, los soldados profesionales con intereses de poder, riqueza o figuración y los negociantes aventureros con motivaciones puramente pecuniarias, básicamente porque, en todo lugar y tiempo, esta gente siempre ha estado “clara” con su “fidelidad” : depende exclusivamente de la satisfacción plena de sus intereses y necesidades. Cuando el LCD no es “apto” o deja de ser “condición necesaria y suficiente” para el logro de esa “satisfacción plena”, la lealtad y fidelidad de esos grupos se pierde de ipsofacto. Quedémonos con los románticos, los ideólogos y las mayorías silenciosas porque son ellos los que siguen ciegamente al LCD y, en consecuencia, son ellos los más susceptibles de ser afectados por su “gestualidad”, misma que acompaña a su discurso político, no solo en la ocasión de masas, sino en su parla cotidiana de naturaleza pública.

Adolf Hitler y, previamente, Benito Mussolini, calzan no solo la definición de LCD sino plenamente sus características: la evidencia empírica disponible lo confirma. Y a sus discursos, ambos líderes, uno fascista (más bien fundador del Fascismo) y el otro Nazi (igualmente creador del NSAP) acompañaban sus discursos con una gestualidad característica: mentones levantados, pechos erguidos, dedos acusadores, expresiones de duda al referirse a sus adversarios (definidos prontamente como enemigos) en tanto “rectitud, eficiencia y honradez”. Displicencia y desprecio al mirar a sus subalternos cotidianamente, o, en su lugar, una gratificadora condescendencia con los más vulnerables, misma que extendiesen en más de una ocasión al “pueblo”, hacen parte de la gestualidad con la que tanto Hitler como Mussolini acompañaban sus largos discursos.

Dotados además de una importante intemperancia, que se reflejaba en cada una de aquellas ocurrencias que provocaran estallidos de ira, eran también cotidianas sus actitudes de agresión verbal,  acompañadas de puños cerrados y patadas al piso, pletóricas de interjecciones llenas de dicterios y acusaciones. Hay una gestualidad que acompaña al LCD, gestualidad que, histriónica en ocasiones, ratifica la convicción del seguidor y el odio en el enemigo.

En el otro espectro ideológico, Fidel Castro, horma comunista y Hugo Chávez, calzado socialista, con independencia de que el segundo, especialmente luego del 2002, comenzara a imitar al primero hasta en los más elementales gestos (dedo acusador o dedo rectilíneo llevado a la frente como signo previo antes de una reflexión discursiva), también llevan consigo, además de la definición y características de LCD, un lenguaje gestual caracterizado por las grandes inflexiones de voz, acompañadas por las exageradas maniobras con las manos, grandes movimientos corporales y gritos aparentemente llevados por la emoción, pero que responden a una actitud estudiada previamente. La condescendencia hacia el subalterno y el más pobre, que responde a esa actitud paternalista del LCD, es casi un calco del uno hacia el otro, quienes, dicho sea de paso, también comparten esas “insinuaciones inocentes” hacia las mujeres bonitas, sobre todo cuando ocupan puntos neutros o están ejerciendo funciones en campos adversarios, especialmente como moderadoras o entrevistadoras en los medios de comunicación social.

Regresando en el péndulo ideológico, nos encontramos con Donald Trump. Empresario ultraconservador estadounidense, indubitablemente anticomunista y, como dirían los cubanos castristas, “contrarevolucionario”, pero que además también calza para sus seguidores, románicos e ideólogos e incuestionablemente para la “mayoría silenciosa estadounidense”, la definición y características de un LCD. Trump también acompaña su discurso con una gestualidad también singular: mentón alzado, labios apretados, dedos acusadores, grandes movimientos corporales inusuales en un político estadounidense de oficio, junto a balandronadas cotidianas e insultos reiterados hacia un “adversario político” a quien se espera convertir en el muy corto plazo en “enemigo político” acaso para justificar su “perentoria destrucción” en aras de hacer “America great again” . Una condescendencia equivalente hacia el más vulnerable, especialmente obreros y gente común (pero especialmente blanca y pobre) y una actitud equivalente hacia “los grandes anónimos en mi campaña”, lo hacen cruzar “el mismo puente” que sus contrapartes comunistas y socialistas. Con respecto a la actitud hacia las damas, huelgan los comentarios: radicalmente distinta de forma, parece serlo de fondo. Se trata de una gestualidad común al LCD, una gestualidad que parece estar asociada más a una condición ínsita a este tipo de líder que una postura meramente ideológica en lo teórico-político o instrumental en los términos de los imperantes objetivos de propaganda.

Castro, Chávez y Trump, los dos primeros ya fallecidos y el tercero por asumir la conducción del país más poderoso de la tierra, son, desde nuestra percepción teórica, líderes carismáticos dominadores, dotados de una misma “cadencia discursiva”, cargada además esta última, de una “gestualidad equivalente”. Los dos primeros, como ya dijésemos, hoy parte sustantiva de la historia de los pueblos del mundo, uno acaso más que otro, demostraron que los ensayos de los líderes carismáticos dominadores en función de poder (curiosamente también los primeros que mencionásemos), proporcionaron resultados que no pudieron sostenerse en el largo plazo, aun manteniendo esa gestualidad característica, aunada a una discursiva agresiva, contumaz y acusadora. A Trump aún le queda el beneficio de la duda…La realidad que construya aún está por verse… ¿O no?...



[1] Redorta, Josep; El poder y sus conflictos. ARIEL. Barcelona, 2005. Págs. 40, 41, 55 y 56.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Una dinámica política venezolana: “la conjura por el afán”…Primera parte: la formulación teórica.

La evidencia empírica pareciese sugerir, cada vez que en esfuerzo investigativo nos aproximamos al examen de sus ocurrencias, que la “dinámica política” venezolana obedece a un “patrón de ondas” que por determinista que parezca, oscila al interior de un conjunto de frecuencias equivalentes, con independencia del tiempo y el espacio. Si entendemos esa dinámica como parte de la realidad que ofrece la inmensa variedad de los fenómenos macroscópicos, vemos que tiene dos “elementos” que predominan como “acciones condicionantes” dentro del amplio espectro de acciones de los actores: “la conjura” y “el afán”. Y, finalmente, una combinación “política” de ambos: “la conjura por el afán”. De eso trata este artículo y  en esta concepción nos iremos adentrando poco a poco, con la intencionalidad de probar, desde la evidencia empírica, reiteramos, que tal interpretación es posible, como ejercicio de reflexión en alguna medida filosófica y teórico-política.

Conjura: acción de conjurar…

Partiendo de las significaciones que el Diccionario de la Real Academia Española provee acerca del vocablo “Conjura”, en una primera búsqueda se encuentra que la “Conjura” no es más que “la acción de conjurar”. Al hacer la búsqueda sobre “Conjurar”, es posible hallar más de siete significados sustantivos. De ellos seleccionamos tres; en primer lugar aquel que  distingue “conjurar” como “ligarse con alguien, mediante juramento, para algún fin”; el segundo que establece como significado “conspirar, uniéndose muchas personas o cosas contra alguien, para hacerle daño o perderle”; y el tercero, “rogar encarecidamente, pedir con instancia y con alguna fórmula de autoridad algo”. De estos tres conceptos es posible colegir entonces que “Conjurar” supone el contubernio, la conspiración y el ruego, es decir, la connivencia de un grupo de individuos para conspirar, previamente juramentados, a los fines de causar daño a un tercero, sea a él directamente o a algo que este represente y que, para el logro de ese fin, se ruegue con instancia por un resultado eficaz. De modo que la acción de conjurar, en nuestra concepción argumental, puede traducirse como la acción de producir la connivencia de un grupo de individuos para conspirar, previamente juramentados, a los fines de causar daño a un tercero, sea a él directamente o a algo que este represente y que, para el logro de ese fin, se insista en rogar con instancia, con alguna fórmula de autoridad, para el logro de ese resultado eficaz. Hagamos un ejercicio equivalente respecto del vocablo “afán”.

Afán: Quizá de afanar…

Una situación equivalente ocurre con “afán”. Consultada la misma fuente (DRAE), esta última ofrece también un buen número de significados. De ellos hemos seleccionado cuatro, a saber, “esfuerzo o empeño grandes”; “deseo intenso o aspiración de algo”; “apuro, aprieto o necesidad extrema”; “prisa, diligencia o premura”. Con independencia de que tales significados (como ocurriese con el vocablo anterior) sean distintos en términos de su uso, esto es, diversos contenidos de significancia que adquiere el vocablo en contextos distintos, nuestro recurso metodológico supone la construcción de un concepto desde la combinación de cada uno de ellos, vistos en un contexto como el de la política: amplio y variado.
En tal sentido podemos decir entonces que “el afán” bien podría ser visto como el esfuerzo o empeño grandes, puesto en juego para lograr un deseo intenso, deseo que puede derivarse de un apuro, aprieto o necesidad extrema, cuya solución implica prisa, diligencia o premura. Ahora ¿Qué ocurriría si tales conceptos fuesen adjetivados como “políticos”? Y si así fuese ¿Bajo qué criterios entenderíamos la adjetivación política? Veamos…

La adjetivación “política”.

En el lenguaje cotidiano es común la utilización (sea en la parla popular, en la tecniparla experta o en los medios de comunicación social) del vocablo “político” (y su versión en género femenino “política”) como adjetivo calificativo de uso libérrimo y disímil en mayor o menor medida. Con independencia de que la “Comunicación Política” y la “Propaganda” como actividades especializadas para la difusión e instrumentación de la lucha por el poder, dejan claro su peso específico como vocablo, en tanto herramienta de adjetivación discursiva, queremos, en el contexto que abordaremos, especificar el significado que lo “político” y la “política” en su adjetivación, tienen para nosotros.

La “política” y por consecuencia lo “político” desde la perspectiva conceptual que hemos adoptado  como postura académica medular, implica concebirla como “el arte-ciencia del poder, sus formas de dominación y de distribución entre las diferentes configuraciones políticas” entendiendo por “configuraciones políticas” cualquier estructura de organización social humana cuyo sentido de existencia y/o necesidad de pervivencia sea el poder. Iglesias y congregaciones religiosas en general; burocracia estatal, así como corporaciones militares o policiales; instituciones educativas; sindicatos y colegios gremiales; partidos políticos; organizaciones sin fines de lucro y empresas, son ejemplos de “configuraciones políticas”  en un espectro de visión mucho mayor que aquel que describe, en ejercicio de constricción, el acto de habla “organizaciones con fines políticos”, porque si una organización es de tal naturaleza virtud de su exclusiva participación en la contienda institucional por el poder, las otras ¿Acaso no lo son?...¿Qué se disputa en una congregación religiosa sino el poder por su conducción desde la perspectiva del monopolio de “la verdad y la bendición divina”? ¿Qué se disputa en una empresa si no la dirección de sus destinos y el monopolio en el disfrute de los privilegios, que del beneficio material se derivan? ¿Qué disputan las “empresas” en liza comercial? ¿No es acaso “el liderazgo de mercado” una forma de dominación y de ejercer poder sobre los competidores y consumidores? Desde esta perspectiva de visión “más abierta”, lo “político” escapa al afán jurídico de lo normativo y al afán restrictivo de la pugna interpartidaria. La política encarna la pugna por el poder, con independencia de su lugar, ocurrencia y tiempo.

En tal sentido “la política” y “lo político” desde nuestra perspectiva, adjetiva y en consecuencia complementa, la lucha por el poder en todas sus formas; el ejercicio de lo que Frederik Nietzsche llama “la voluntad de poder”; la distribución de ese poder entre las distintas configuraciones políticas; y, finalmente, el afán por conseguir poder político, especialmente aquel que se deriva del control total del Estado y la sociedad, a través de un sistema político.

La conjura y el afán políticos…

Con base a nuestra exposición anterior, y en una misma línea de razonamientos, definimos entonces a la Conjura Política como ligarse con alguien, mediante juramento, para conspirar, a través de la unión de la mayor cantidad posible de personas, contra un sistema político y/o quienes lo dirigen, a los fines hacerle daño y deponerlo, mientras se ruega discursivamente (se pide con instancia), basándose en la creencia casi siempre religiosa, que una nueva fórmula política y/o ideológica, podrá inexorablemente resolver los problemas sociales, económicos y políticos de una nación por vía expedita. Si hacemos una disección de los actos de habla estructurales que constituyen este concepto, bien podríamos argumentar acerca de su construcción. Hagamos el ejercicio:
1)            Ligarse con alguien, mediante juramento, para conspirar…
2)            …a través de la unión de la mayor cantidad posible de personas…
3)            …contra un sistema político y/o quienes lo dirigen…
4)            …a los fines hacerle daño y deponerlo…
5)            …mientras se ruega discursivamente (se pide con instancia)…
6)            …basándose en la creencia casi siempre religiosa...
7)            …que una nueva fórmula política y/o ideológica, podrá resolver los problemas sociales, económicos y políticos de una nación por vía expedita…

El primero de los actos de habla es meridianamente claro: implica la reunión de personas, asociadas y comprometidas bajo juramento, para conspirar. El segundo, la intencionalidad en la agrupación de la mayor cantidad de  personas posibles destinadas precisamente a conspirar. Y lo que convierte en “política” esta “conjura” es el sujeto de la conspiración: el sistema político o quienes lo dirigen, con la intencionalidad inequívoca de hacerle daño y finalmente deponerlo, deposición que implica, de nuevo, la naturaleza “política” de nuestra perspectiva. Y para el logro de esa conjura política, el ruego religioso mediante (con el soporte espiritual de la creencia religiosa de la que se trate, que termina  transformándose en fórmula rogatoria discursiva) y la fe indeclinable de que una nueva fórmula política y/o ideológica, podrá resolver los problemas sociales, económicos y políticos de una nación por vía expedita…

Con el “afán político” podemos acometer una construcción equivalente, llegando a decir de aquel que se trata del esfuerzo o empeño grandes, fruto del deseo intenso o de la aspiración política y/o ideológica, nacida además de un apuro o necesidad social extrema, cuya solución es vista como un imperativo categórico que implica diligencia y premura. Y en su disección en actos de habla, llegar a indicar que se trata del esfuerzo o empeño grandes, nacidos del deseo o la aspiración extrema por la solución de las necesidades sociales, mediantes acciones políticas ideológicas, dada la naturaleza de imperativo categórico que tiene la solución con premura y diligente de esas necesidades. Más simple: las necesidades perentorias de carácter social se satisfacen por vía expedita y con premura, mediante la lucha, ideológica y política, por y para la conquista del poder político.


LA CONJURA POR EL AFÁN: aproximación política…

En un ejercicio de “intersección conceptual” acerquemos los conceptos de “Conjura Política” y “Afán Político” para obtener de la experiencia, un concepto más amplio e integral:

Ligarse con alguien, mediante juramento, para conspirar, a través de la unión de la mayor cantidad posible de personas, contra un sistema político y/o quienes lo dirigen, a los fines hacerle daño y deponerlo, mientras se ruega discursivamente (se pide con instancia), basándose en la creencia casi siempre religiosa, que una nueva fórmula política y/o ideológica, podrá resolver los problemas sociales, económicos y políticos de una nación por vía expedita, lo que implica diligencia particular en las acciones que se emprendan con tal fin, poniendo en ello esfuerzo o empeño grandes, nacidos del deseo intenso o de la aspiración, precisamente política y/o ideológica, de que la construcción de una “nueva nación” es posible con premura y exclusivamente por una “nueva vía”.

Y mediante el ejercicio anterior hemos definido ampliamente lo que hemos dado en llamar “la conjura política por el afán político”, esto es, el contubernio, la conspiración, mediante la agrupación de personas bajo juramento, para destruir un sistema político y/o a quienes lo dirigen, poniendo todo su empeño, rogando a una instancia superior religiosa a la que se alude discursivamente, con la convicción de que los problemas políticos, económicos y sociales de una nación, pueden resolverse con apremio y premura, única y exclusivamente mediante una nueva creación política e ideológica, creación que supone la destrucción total de lo anterior por  pretérito, por obsoleto.

Esos principios parecen haber condicionado la ocurrencia de las inflexiones en nuestros sistemas políticos. La Gesta Emancipadora y el discurso de los próceres de nuestra independencia durante su ocurrencia; la ristra interminable de revoluciones entre la Revolución de las Reformas (incluso ella misma) y la Guerra Federal; la ocurrencia y discursiva de la centena de revoluciones entre la Guerra Larga y la Gran Revolución Liberal Restauradora, tras la caída del Liberalismo Amarillo. La contingencia vindicativa de la Rehabilitación frente a una Restauración “caduca” con apenas un par de lustros. La desaparición de la Rehabilitación Positivista, luego de una Transición y un intento modernizador, para dar paso a la Democracia Civilista Revolucionaria. El traste de esta última para dar paso al lenguaje progresista militar de un Nuevo Ideal Nacional. La dilución del Nuevo Ideal Nacional y su sustitución por la Socialdemocracia Representativa; y finalmente la muerte de esta última para dar paso a la pesadilla revolucionaria del Socialismo del Siglo XXI, todas, aparentemente todas las inflexiones referidas, parecen haber tenido su origen en “la conjura política por el afán político”.


En la segunda y tercera partes del artículo y mediante una comparación entre los actos de habla estructurales del concepto, con episodios y el discurso político utilizado en nuestra historia política como evidencia empírica, intentaremos probar la presencia impertérrita de la “conjura por el afán” en cada momento y en cada inflexión… La conjura por el afán: nuestro motor de cambio político…

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Venezuela: diálogo suma cero

El dialogo y la negociación son actividades para conducir el conflicto hacia el desescalamiento y finalmente a su conclusión. Concretamente la Negociación es un Medio Alterno para la Resolución de Conflictos. [1]  Todo el que se sienta a negociar, lo hace con la intencionalidad de reducir fricciones y de encontrar un camino que evite más pérdidas o, al menos, las conjure. El Árbitro, Negociador o Interviniente de Buena Fe, es un tercer actor que las partes en conflicto introducen como facilitador, en un proceso de negociación y acuerdo, previo y mutuamente concertado.

Pero en el contexto de un conflicto político, que en otro artículo hemos definido como “…aquel que nace de la confrontación por las ideas políticas, sus contenidos, sus constructos orgánicos devenidos en ideologías y aquellos que, simultáneos o no, resulten de la lucha por el poder político…”   acaso el Diálogo (como herramienta básica de la Negociación) y, particularmente la Negociación, como medio alterno de resolución de conflictos, sean vistos, más bien, como estrategias de los jugadores en el contexto de un Juego no Cooperativo de naturaleza Suma Cero.              

Un Juego no Cooperativo de naturaleza Suma Cero en el contexto de la Teoría de Juegos y como dice John Harsanyi, es un cotejo cuya naturaleza supone la existencia de un “derrotado” y un “ganador”. No hay medias tintas: el juego solo concluye cuando alguien grita “victoria”.[2]  El “Diálogo” en Venezuela, esto es, aquel que hoy han iniciado unas contrapartes políticas que más que adversarios encarnan a enemigos jurados desde hace 18 años, pareciera no tener naturaleza negociadora desde la perspectiva de los medios alternos, sino más bien de “estrategia” en el contexto de un juego suma cero. Esta argumentación necesita un ejercicio teórico explicativo.

Una Estrategia en el contexto de la Teoría de Juegos es un curso de acción seleccionado por los jugadores, buscando por esta vía la maximización de sus pagos o, en el peor de los casos, el alcance del maximin (el mínimo pago posible dentro del conjunto de los máximos pagos posibles). En un juego de naturaleza suma cero, el maximin es igual al máximo, vale decir, máximo y mínimo se igualan en un objetivo: la derrota del contrario. En otro orden de ideas, la Mesa de Diálogo puede ser un escenario sutil para continuar el mismo juego de naturaleza no cooperativa: le hago creer al contrario que tengo la intencionalidad de negociar admitiendo algunos “retrocesos” que lucen (o hago lucir como “avances”) y eso lo acompaño con un discurso externo (acaso sin relación con los negociadores específicos sentados en la mesa) de naturaleza contumaz y tono ofensivo, amenazador y retador.

Esta percepción que pareciese resultar un tanto esquizofrénica, obedece sin embargo a la estrategia, también sutil, de hacer aparecer a la contraparte como poco o nada interesada en el diálogo y, por esta vía, debilitar tanto a la parte actora directa como a quienes lo siguen.
Ayuda, en el emprendimiento de este tipo de estrategias, la existencia real de agendas individuales propias, tanto de personas naturales como de organizaciones políticas que nunca apuestan al Diálogo como herramienta dentro de la Negociación como medio alterno de resolución de conflictos, posiblemente porque atenta contra la obtención de “maximins” en otros juegos o en el propio juego político de las partes inmersas en el conflicto político. Así, el Diálogo se transforma de “medio alterno” en “estrategia” y se configura más bien como un “Diálogo suma cero”, esto es, su intencionalidad es reducir y neutralizar de tal manera al contrario (entendiendo por “contrario” a cualquiera de las partes) que este termine siendo, mediante el uso aparente de un medio alterno de resolución de conflictos, indefectiblemente derrotado, bien mediante la pérdida de credibilidad o, acaso, mediante su debilitamiento interno o  su propia implosión, de tratarse de un grupo o una organización partidaria.

El llamado “Diálogo” en Venezuela parece estar calzando esos zapatos. Mientras unos negociadores llegan a acuerdos aparentes y se comprometen a su cumplimiento, los discursos propalados al público en general, tanto de los negociadores propiamente dichos, como aquellos de importantes actores en ambos bandos, pasan de ser “conciliatorios y acompañantes del proceso” a “contumaces promotores de la confrontación”, sin importar el costo que esta tenga. Con independencia de que esa parece ser la dinámica de todo proceso de esta naturaleza, resulta sorprendente como en un mismo “bando”, las posiciones sean tan extremas. Mientras en uno se habla de cumplir con lo acordado, en ese mismo bando se habla de “pararse de la mesa” si en apenas un par de días no se logran “resultados materiales contundentes”. Al otro lado, se presentan fotografías y grabaciones, obtenidas mediante fisgoneos ilegales, para probar que “la otra parte” no tiene interés en cumplir con los acuerdos a los que se arriben.

Ejemplos palmarios de estas conductas los vemos, por parte de la oposición, en los ejercicios discursivos de algunos de sus actores. El alcalde Carlos Ocariz, miembro activo de la mesa en representación de la oposición, tiene una postura morigerada y ofrece dar cumplimiento a los acuerdos, pero deja abierta la posibilidad de una confrontación por otra vía. Mientras en su mismo “bando” los diputados Freddy Guevara y Juan Requesens, ambos militantes de toldas distintas dentro de la llamada Unidad (Voluntad Popular y Primero Justicia) amenazan con  la calle si no hay logros concretos, aun habiendo existido solamente dos reuniones. Al propio tiempo y en un mismo día, desde la misma tolda del diputado Guevara, la Sra. Lilian Tintori (esposa del “máximo líder” de Voluntad Popular) anuncia, de una vez, que el diálogo fracasó.

Del lado del chavismo gobernante, el alcalde Jorge Rodríguez, manifiesta la voluntad indeclinable del gobierno y su partido, de cumplir todos y cada uno de los acuerdos alcanzados “al pie de la letra” mientras el diputado Diosdado Cabello Rondón, Primer Vicepresidente del PSUV, insiste en la “mala voluntad” de su contraparte, presentando como pruebas irrefragables fotos, videos y pláticas grabadas de las partes actorales, durante las “conversaciones privadas” de la mesa, convicción que, para todos los espectadores de la opinión nacional, apunta a que son de naturaleza aparentemente “secreta”. En fin, el diálogo parece ser más “estrategia” que herramienta dentro de un “medio de resolución de conflictos” y en el contexto de un juego suma cero, poco o nada, respecto del escalamiento, puede esperarse. Ya veremos que nos depara el futuro, pero el ulular del viento presagia tormenta…



[1] JANSEN RAMÍREZ, Víctor G; Control social y medios alternos para solución de conflictos. Valencia, 2008. Universidad de Carabobo.
[2]  “But there are also other possibilities. For example, any two-person game can be treated as a two-person zero-sum game if there are only two possible outcomes for each player, say, "victory" and "defeat" - with no possibility for "larger" or "smaller" victories and defeats. In such a case no special linearity assumption is needed concerning the players' utility functions in order to assure the zero-sum property, because we can always assign the utility v = +1 to "victory" and the utility d = -1 to defeat, making their joint payoff u identically zero, as u = v + d -(+l)+(-l) = 0.” Harsanyi, John; Rational behavior and bargaining equilibrium in games and social situation. CAMBRIDGE UNIVERSITY PRESS. New York, 1977. Pág.99.