jueves, 8 de diciembre de 2016

Democracia, Estado de Bienestar y Sistemas de Conflictos.

La Democracia es, en el sentido aristotélico del término, una forma de gobierno. Junto a la Oligarquía y la Aristocracia comparte esta definición en el marco de la más clásica filosofía política de este grande del pensamiento humano occidental de todos los tiempos: Aristóteles. Con el devenir del tiempo y más específicamente entre los siglos XX y XXI, adquirió un peso específico singular, tanto que asumió identidades en un amplio espectro político ideológico. Así, luego del triunfo de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, la democracia representativa, con división de poderes, procesos electorales tanto para la escogencia de representantes a un parlamento bicameral como a su propia Primera Magistratura Nacional, en el contexto del Capitalismo Desarrollista como sistema económico, anclado en una sociedad de clases con el empresario capitalista a la cabeza, terminó siendo asumida como el paradigma democrático occidental, incluso en los países con monarquías constitucionales.

El modelo de la Democracia Participativa, Directa y Social, impulsada por filósofos y teóricos políticos como Poulantzas, Peat y Macpherson, neosocialistas y, por otra parte, la Democracia Popular, una forma sui generis propia de los países autodenominados socialistas, terminaron por cerrar el abanico de opciones “democráticas” en los países de alguna figuración pública en el  mundo de postguerra. La Guerra Fría y los intereses geopolíticos de los bloques en pugna, colocaron en contravía a la Democracia Popular y la Democracia Representativa, haciendo los actores en liza que “el bienestar económico” se asociase a la dicotomía inextricable de Capitalismo-Democracia Representativa, mientras “el malestar económico” (pobreza, exacción, fracaso y ruina), empíricamente comprobable, se hermanase al Socialismo-Democracia Popular.

Ante el fracaso económico evidente de los países con y en Socialismo-Democracia Popular, al no hacer posible, mediante economías centralizadas, el logro de “la justa distribución de la riqueza” pero sí “la justa distribución de la pobreza” (con, además y por añadidura, la consecuente creación contradictoria de unas “oligarquías revolucionarias” identificadas con el curioso nombre de “Nomenklaturas”) la dicotomía Capitalismo-Democracia se alzó con la presea del Bienestar, siendo este estado, esto es, el Estado de Bienestar, inextricablemente unido al par dicotómico referido.

Un Sistema de Conflictos es, por definición nuestra, un sistema complejo cuyas partes interactuantes son, a su vez, sistemas de conflictos sociales, económicos y civiles-militares que terminan alcanzando, virtud de su relacionamiento mutuo, un fin común, fin que hace que su crecimiento e intersección, lo mantengan en cohesión dinámica, rotando intersectado al interior del Sistema Político. Finalmente, el Sistema Político es llevado, por acumulación permanente de perturbaciones, al umbral de inestabilidad y de allí, al través de su trascendencia, hacia otras configuraciones sistémicas.

De manera que siendo el Estado de Bienestar consustancial a la dicotomía Capitalismo-Democracia Representativa, la pérdida del primero supone el debilitamiento de la segunda. Veamos esta situación a la luz de los Sistemas de Conflictos. El Sistema de Conflictos Socioeconómicos como sistema complejo, se va integrando con todas aquellas situaciones conflictuales que tiene su origen en la forma, cuantía y modos de distribución de la riqueza. Así los conflictos laborales (desempleo, bajos salarios, por ejemplo), la pobreza, la inasistencia social, la falta de acceso a la educación y la muy elemental satisfacción de las necesidades básicas mediante el acceso oportuno y suficiente a los bienes y servicios, van cargando de perturbaciones (y por ende de entropía) al Sistema de Conflictos Socioeconómicos. Entra en rotación al interior del Sistema Político primero en un recodo, luego en el centro y finalmente en buena parte de la constitución sistémica política, haciéndose totalmente visible. No tarda ese Sistema de Conflictos Socioeconómicos en intersectarse con el Sistema de Conflictos Políticos. Integrado por los conflictos de naturaleza política, esto es, aquellos derivados de las confrontaciones ideológicas, la falta de acceso al poder político, los apremios por la condición de minorías “beta” en el espectro de partidos políticos, las fricciones inter e intrasistémicas en las fronteras entre lo político (la participación) y lo ideológico (confrontación socialismo-capitalismo) y, finalmente, la elemental lucha por el poder, las confrontaciones por motivos sociales y económicos, comienzan a ser “explicadas” en la retórica política, haciéndose parte de su patrimonio argumental y ayudando a disminuir la disonancia cognitiva de los actores que, mientras más pobres cultural y materialmente, dan pábulo a aquellas “justificaciones” dónde encuentran “respuestas” o “razones” a sus sufrimientos y posibilidad cierta de conjurarlos a corto plazo.

Los colectivos sociales jamás miran hacia atrás; siempre parecen vivir en el “aquí y ahora” y el “discurso político apropiado” ayuda a la satisfacción de los apremios políticos de poder, utilizando como “motivos básicos” las necesidades de las gentes. Así, el Sistema de Conflictos Socioeconómicos (reales) se intersecta con el Sistema de Conflictos Políticos (reales, existentes o creados al calor de la turbulencia socioeconómica) para dar origen a un Sistema de Conflictos más amplio, más entrópico en sí mismo y, por ende, aún más entrópico al Sistema Político.

Las perturbaciones, en aumento gracias a la entropía social, política y económica, no tardan en manifestarse en situaciones explosivas y, más temprano que tarde, el Sistema Político comienza a “defenderse” mediante el empleo de la Fuerza Pública, llámese Policía o Fuerzas Armadas. En un inicio como “represor”, los conflictos civiles-militares responden a una confrontación entre bandos opuestos enfrentados: los civiles manifestándose en protestas de naturaleza violenta (o acaso no) y la fuerza pública como garante de “la ley y el orden”. Pero policías y militares hacen parte de la sociedad y es posible que al interior de algún cuerpo de tal naturaleza, se comiencen a gestar conflictos que, gracias a la sordina legal militar, se mantengan a “soto voce”. Lo cierto es que, cuando tales conflictos afloran en forma de confrontación intrasistémica, los tres sistemas se intersectan y el Sistema Político entra en una grave crisis existencial.

Al borde de esa crisis de cuasi supervivencia del Sistema Político, renacen los nacionalismos, las xenofobias, los encerramientos, los mensajes elementales donde “Patria, Estabilidad y Seguridad” son los conceptos que como malformaciones congénitas, hacen eclosión en sociedades inveteradamente enfermas por sus propias contradicciones. En los países desarrollados, se transforman en “nuevos liderazgos”, inscritos en “nuevas organizaciones” políticas, con “nuevos mensajes” que, al esculcarlos en sus contenidos, solo se consiguen las mismas “frases hechas” en el pasado nazi-fascista de la humanidad. En los países pequeños y débiles institucionalmente, devienen en guerras civiles o en los sueños trasnochados de y para el hallazgo de “dictadores mesiánicos” o ideologías revolucionarias vindicativas y distribuidoras de riqueza, dirigidas o no por aquellos.

La consustancialidad que del Capitalismo-Democracia y Estado de Bienestar se construyó en Europa Occidental luego del fin de la Segunda Guerra mundial, está llevando hoy a esa región continental al borde de su propia crisis existencial. Italia cruje bajo el peso de una crisis económica y se voltea por una parte hacia el viejo Fascismo y, por la otra, hacia un Socialismo sarampionoso y vengador. Austria hace lo propio, viendo en el Nazismo redivivo la posibilidad de su salida de una crisis económica, que ya empezó a manifestarse en sus ciudades más pequeñas. En Alemania, la cuna del error hitleriano en los años 30, ya empezó el “nacionalismo alemán” a amenazar el poder, por la vía de la imposibilidad de la CDU de evitar el colapso económico en ciernes, del que culpa la población más ignorante a los migrantes en masa procedentes de oriente próximo.

Se tambalea la Turquía democrática y da paso a un Rejep Tagip Erdogan que se disfraza de Ataturk, cuando bajo sus vestiduras “muy occidentales”, se ven los calzados acornados de Selim. Y en nuestros predios, ya están empezando a mostrar las garras dictadorzuelos, tanto de un extremo como del otro, con arrestos de “Perones” de ultraderechas o de “Stalinotes” de izquierda acomodaticia: Macri y Maduro son pruebas vivientes de ello. Todo esto nos hace pensar que la “D” de Democracia y de Dinero, parece ser la misma, esto es, la Democracia es débil cuando es débil el Estado de Bienestar. Solo sobrevive la idea decente de un gobierno del pueblo, para pueblo y por el pueblo, cuando hay suficiente dinero del pueblo, para invertir por el pueblo, sobre todo para el pueblo y, más que nada, para repletar los bolsillos de quienes “democráticamente” lo dirigen. Triste destino el de la humanidad. ¡Que poco ha aprendido de sus grandes errores!



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