La Democracia es, en el sentido
aristotélico del término, una forma de gobierno. Junto a la Oligarquía y la
Aristocracia comparte esta definición en el marco de la más clásica filosofía
política de este grande del pensamiento humano occidental de todos los tiempos:
Aristóteles. Con el devenir del tiempo y más específicamente entre los siglos
XX y XXI, adquirió un peso específico singular, tanto que asumió identidades en
un amplio espectro político ideológico. Así, luego del triunfo de los Estados
Unidos en la Segunda Guerra Mundial, la democracia representativa, con división
de poderes, procesos electorales tanto para la escogencia de representantes a
un parlamento bicameral como a su propia Primera Magistratura Nacional, en el
contexto del Capitalismo Desarrollista como sistema económico, anclado en una
sociedad de clases con el empresario capitalista a la cabeza, terminó siendo
asumida como el paradigma democrático occidental, incluso en los países con
monarquías constitucionales.
El modelo de la Democracia
Participativa, Directa y Social, impulsada por filósofos y teóricos políticos
como Poulantzas, Peat y Macpherson, neosocialistas y, por otra parte, la Democracia
Popular, una forma sui generis propia de los países autodenominados
socialistas, terminaron por cerrar el abanico de opciones “democráticas” en los países de alguna figuración pública en
el mundo de postguerra. La Guerra Fría y
los intereses geopolíticos de los bloques en pugna, colocaron en contravía a la
Democracia Popular y la Democracia Representativa, haciendo los actores en liza
que “el bienestar económico” se
asociase a la dicotomía inextricable de Capitalismo-Democracia
Representativa, mientras “el malestar
económico” (pobreza, exacción, fracaso y ruina), empíricamente comprobable,
se hermanase al Socialismo-Democracia
Popular.
Ante el fracaso económico
evidente de los países con y en Socialismo-Democracia
Popular, al no hacer posible, mediante economías centralizadas, el logro de
“la justa distribución de la riqueza”
pero sí “la justa distribución de la
pobreza” (con, además y por añadidura, la consecuente creación
contradictoria de unas “oligarquías
revolucionarias” identificadas con el curioso nombre de “Nomenklaturas”) la dicotomía Capitalismo-Democracia se alzó con la
presea del Bienestar, siendo este
estado, esto es, el Estado de Bienestar, inextricablemente unido al par dicotómico referido.
Un Sistema de Conflictos es, por definición nuestra, un sistema complejo cuyas partes interactuantes
son, a su vez, sistemas de conflictos sociales, económicos y civiles-militares que
terminan alcanzando, virtud de su relacionamiento mutuo, un fin común, fin que
hace que su crecimiento e intersección, lo mantengan en cohesión dinámica, rotando
intersectado al interior del Sistema Político. Finalmente, el Sistema Político
es llevado, por acumulación permanente de perturbaciones, al umbral de
inestabilidad y de allí, al través de su trascendencia, hacia otras
configuraciones sistémicas.
De manera que siendo el Estado de
Bienestar consustancial a la dicotomía Capitalismo-Democracia
Representativa, la pérdida del primero supone el debilitamiento de la
segunda. Veamos esta situación a la luz de los Sistemas de Conflictos. El Sistema
de Conflictos Socioeconómicos como sistema complejo, se va integrando con todas aquellas situaciones conflictuales que
tiene su origen en la forma, cuantía y modos de distribución de la riqueza. Así
los conflictos laborales (desempleo, bajos salarios, por ejemplo), la pobreza,
la inasistencia social, la falta de acceso a la educación y la muy elemental
satisfacción de las necesidades básicas mediante el acceso oportuno y
suficiente a los bienes y servicios, van cargando de perturbaciones (y por ende
de entropía) al Sistema de Conflictos
Socioeconómicos. Entra en rotación al interior del Sistema Político primero en
un recodo, luego en el centro y finalmente en buena parte de la constitución
sistémica política, haciéndose totalmente visible. No tarda ese Sistema de Conflictos Socioeconómicos en intersectarse con el Sistema de Conflictos Políticos. Integrado por los conflictos de naturaleza
política, esto es, aquellos derivados de las confrontaciones ideológicas, la
falta de acceso al poder político, los apremios por la condición de minorías “beta”
en el espectro de partidos políticos, las fricciones inter e intrasistémicas en
las fronteras entre lo político (la participación) y lo ideológico
(confrontación socialismo-capitalismo) y, finalmente, la elemental lucha por el
poder, las confrontaciones por motivos sociales y económicos, comienzan a
ser “explicadas” en la retórica
política, haciéndose parte de su patrimonio argumental y ayudando a disminuir
la disonancia cognitiva de los actores que, mientras más pobres cultural y
materialmente, dan pábulo a aquellas “justificaciones”
dónde encuentran “respuestas” o “razones” a sus sufrimientos y posibilidad
cierta de conjurarlos a corto plazo.
Los colectivos sociales jamás
miran hacia atrás; siempre parecen vivir en el “aquí
y ahora” y el “discurso político
apropiado” ayuda a la satisfacción de los apremios políticos de poder,
utilizando como “motivos básicos” las
necesidades de las gentes. Así, el Sistema
de Conflictos Socioeconómicos (reales) se intersecta con el Sistema de Conflictos Políticos (reales, existentes
o creados al calor de la turbulencia socioeconómica) para dar origen a un
Sistema de Conflictos más amplio, más entrópico en sí mismo y, por ende, aún
más entrópico al Sistema Político.
Las perturbaciones, en aumento
gracias a la entropía social, política y económica, no tardan en manifestarse
en situaciones explosivas y, más temprano que tarde, el Sistema Político comienza
a “defenderse” mediante el empleo de
la Fuerza Pública, llámese Policía o Fuerzas Armadas. En un inicio como “represor”, los conflictos
civiles-militares responden a una confrontación entre bandos opuestos
enfrentados: los civiles manifestándose en protestas de naturaleza violenta (o
acaso no) y la fuerza pública como garante de “la ley y el orden”. Pero policías y militares hacen parte de la
sociedad y es posible que al interior de algún cuerpo de tal naturaleza, se
comiencen a gestar conflictos que, gracias a la sordina legal militar, se
mantengan a “soto voce”. Lo cierto es
que, cuando tales conflictos afloran en forma de confrontación intrasistémica,
los tres sistemas se intersectan y el Sistema Político entra en una grave
crisis existencial.
Al borde de esa crisis de cuasi
supervivencia del Sistema Político, renacen los nacionalismos, las xenofobias,
los encerramientos, los mensajes elementales donde “Patria, Estabilidad y Seguridad” son los conceptos que como
malformaciones congénitas, hacen eclosión en sociedades inveteradamente
enfermas por sus propias contradicciones. En los países desarrollados, se
transforman en “nuevos liderazgos”,
inscritos en “nuevas organizaciones”
políticas, con “nuevos mensajes” que,
al esculcarlos en sus contenidos, solo se consiguen las mismas “frases hechas” en el pasado
nazi-fascista de la humanidad. En los países pequeños y débiles institucionalmente,
devienen en guerras civiles o en los sueños trasnochados de y para el hallazgo
de “dictadores mesiánicos” o
ideologías revolucionarias vindicativas y distribuidoras de riqueza, dirigidas
o no por aquellos.
La consustancialidad que del Capitalismo-Democracia y Estado de
Bienestar se construyó en Europa Occidental luego del fin de la Segunda Guerra
mundial, está llevando hoy a esa región continental al borde de su propia
crisis existencial. Italia cruje bajo el peso de una crisis económica y se voltea
por una parte hacia el viejo Fascismo y, por la otra, hacia un Socialismo
sarampionoso y vengador. Austria hace lo propio, viendo en el Nazismo redivivo
la posibilidad de su salida de una crisis económica, que ya empezó a
manifestarse en sus ciudades más pequeñas. En Alemania, la cuna del error
hitleriano en los años 30, ya empezó el “nacionalismo
alemán” a amenazar el poder, por la vía de la imposibilidad de la CDU de
evitar el colapso económico en ciernes, del que culpa la población más
ignorante a los migrantes en masa procedentes de oriente próximo.
Se tambalea la Turquía
democrática y da paso a un Rejep Tagip Erdogan que se disfraza de Ataturk, cuando
bajo sus vestiduras “muy occidentales”,
se ven los calzados acornados de Selim. Y en nuestros predios, ya están
empezando a mostrar las garras dictadorzuelos, tanto de un extremo como del
otro, con arrestos de “Perones” de ultraderechas
o de “Stalinotes” de izquierda
acomodaticia: Macri y Maduro son pruebas vivientes de ello. Todo esto nos hace
pensar que la “D” de Democracia y de
Dinero, parece ser la misma, esto es, la
Democracia es débil cuando es débil el Estado de Bienestar. Solo sobrevive
la idea decente de un gobierno del pueblo, para pueblo y por el pueblo, cuando
hay suficiente dinero del pueblo, para invertir por el pueblo, sobre todo para
el pueblo y, más que nada, para repletar los bolsillos de quienes “democráticamente” lo dirigen. Triste destino el de la humanidad. ¡Que poco ha aprendido de sus grandes
errores!
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