jueves, 6 de abril de 2017

LA MALDICIÓN GITANA: “Cinco, pentágono y pentagrama…”

El 5 es un número primo. Entonces, por definición, es solo divisible por la unidad y por él mismo. Un número sumamente interesante que contiene en sí mismo la habilidad de tener en el número 3, lo que podríamos definir como su “equilibrio perfecto”.  Y cinco son los protagonistas de un constructo propio de análisis de nuestra impronta política y que hemos referido en estos artículos ad nauseam: La Célula Pentagonal de Poder. “Organismo generatriz” de nuestras estructuras institucionales de poder político, se forma en torno al líder carismático que surge en la trascendencia de un sistema político (producida por la máxima influencia perturbadora de un sistema de conflictos), con 5 protagonistas esenciales que lo rodean cual “microorganismos constitutivos”: el romántico, el ideólogo, el político de oficio, el soldado y el negociante o mercader.

Y cómo un pentagrama de una partitura musical, se escriben allí los acordes melódicos de nuestros  5 vicios nacionales que, según la evidencia empírica parece mostrar, nos obligan a entonar nuestros propios apremios tras la lucha por el poder y de manera cuasi cíclica, cada vez que un sistema político trasciende su umbral de inestabilidad. El condicionamiento de nuestra vida institucional a la presencia de un líder carismático; el proceso de oligarquización que se experimenta tras la colonización de los sistemas políticos por parte de las retículas oligárquicas, que nacen como multiplicación de la célula pentagonal de poder; el peculado cohechador que inducen las relaciones y complicidades entre partes interactuantes en esas retículas; el continuismo que se deriva de la necesidad vital de mantener tanto a retículas como célula pentagonal, en funcionamiento orgánico; y, finalmente, el golpe de Estado como pulmón respiratorio fundamental para mantener oxigenado o por el contrario asfixiar lo existente, configuran esta suerte de “MALDICIÓN GITANA” que parece habernos caído desde que nuestras banderas de países independientes comenzaran a ondear sobre estas tierras. Cinco, pentágono y pentagrama, conjuros de una maldición gitana.

Emprendamos la tarea de desarrollar más ampliamente los vicios nacionales, así como la aventurada decisión de conceptuar su presencia como “maldición gitana”.  Persuadidos de la extravagancia de la categoría, toda vez que de científica acaso no tenga nada, nos apropiamos de su consideración empírica, prevalidos de nuestros orígenes hispánicos como sociedades. Decían las ancianas en un tiempo infantil ya ido, muchas de las cuales habían nacido en las postrimerías del Siglo XIX, que debíamos “cuidarnos” de caer en los dominios de una “maldición gitana”, casi siempre proferida por una dama de aquella etnia, dedicada a la brujería o a la más inocente función de la “lectura de manos”. Y había que cuidarse de aquellos “maleficios” porque eran imperecederos en el tiempo, imponían castigos inexorables y nos perseguían más allá del sepulcro. Esas características son las que nos han permitido la “diversión” de adoptar esa nombradía. Nuestros vicios nacionales lucen sempiternos; pareciese que estamos irremediablemente destinados a vivirlos una y otra vez, habiendo sido sentenciados a sufrir su castigo inexorable en un “por los siglos de los siglos”, que culmina en un “amén” de culpabilidad reconocida, pletórico de arrepentimiento y autocompasión, tal cual pudiese hacerlo el alcohólico “en regeneración” ante la presencia acusadora de la copa de licor apresuradamente vaciada.

El primero de aquellos vicios propios y que pudiésemos ubicar como el “vicio originario” es el que hemos definido como “el condicionamiento de nuestra vida institucional a la presencia de un líder carismático”. Desde Simón Bolívar, José de San Martín, Gervasio Artigas, Julio Argentino Roca, José Hilario López, Francisco de Paula Santander, Francisco Morazán, Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende y párese de contar, hemos estado al pendiente de la aparición de un “mesías” que asuma nuestras responsabilidades como pueblos. A grupa del “corcel cuando sale la luna”, una suerte de héroe legendario que nos ofrece “villas y castillos” y que, efectivamente, en sus ejecutorias para lograr el poder político, muestra una voluntad indeclinable, valor a toda prueba y resolución sin tacha, llega con fuerza carismática para ofrecernos “la certeza de un futuro mejor”. Finalmente, luego de un esfuerzo titánico, mucha o poca reyerta sanguinolenta, plomo, sable y cañón o acaso voto mediante, el líder carismático se convierte en “el sol” de su sistema político planetario y luce que su  sola palabra “bastará para sanarnos”. Es entonces cuando comienza a formar sus centros de poder con acólitos y seguidores; surge entonces el romántico, quien lo sigue a todo evento; el ideólogo, quien convierte a hasta su más simple reflexión en doctrina y se hace “pontífice de su religión particular” devenida en ideología con el discurrir del siglo XX. Y cierran los 5 personajes, quienes terminarán representando el poder factual, a saber, el político de oficio, quien le servirá de operador del poder en los predios de los partidos; el soldado, quien lo cuidará y protegerá a cambio de una cuota de poder, reparto oportuno del botín y otorgamiento “meritorio” de prebendas; y, finalmente, el negociante o mercader, quien los hará, con sus “complicidades y contactos”, “coimas de alto nivel” o “comisiones adecuadas”, ricos a todos, por aquello de la obligante necesidad de pasar “una vejez tranquila”.

Así las cosas, la existencia del primer vicio origina la aparición del segundo, esto es, “el proceso de oligarquización que se experimenta tras la colonización de los sistemas políticos por las retículas oligárquicas que nacen como multiplicación de la célula pentagonal de poder”. En un mecanismo del cual el poder político es pródigo, cada microrganismo en el entorno de la célula generatriz, trata de emular al líder carismático y cada quien va creando su propia célula pentagonal; los microrganismos de las otras células, emulan a aquella que les dió vida y de este modo se van formando retículas que, en función de las relaciones y complicidades promovidas por los negociantes y los mercaderes, se van trocando en verdaderas “retículas celulares” que a fuer de acumulación de riquezas, se van constituyendo en verdaderas “retículas celulares oligárquicas” que terminan colonizando totalmente al sistema político, apareciendo en consecuencia el tercer vicio: “el peculado cohechador que inducen las relaciones y complicidades entre partes interactuantes en esas retículas”. El peculado, sea de uso o producto de la administración fraudulenta de fondos públicos, se instala al interior de esas retículas, trocándose en verdaderas “retículas cancerígenas del sistema político”, creando todo un subsistema de negociados, tráfico de influencias, coimas, mordidas, sobornos y prácticas oscuras, que van generando a su vez un entramado de complicidades que arrastran todo y a todos. En la medida en que líder, célula generatriz y retículas oligárquicas absorben poder, entronizándose por consecuencia sobre el sistema político y, por ende, sobre la nación (siempre claro bajo la “protección fiel” del soldado, quien, como ya dijimos, termina haciendo parte de las retículas oligárquicas), van consolidando esa forma de existencia, llegando al descaro de presentarlo a la población de manera absolutamente evidente, sin importar la opinión de la gente que los eligió (si de elección se tratase).

Como consecuencia de la acumulación creciente de perturbación, cada vez un mayor número de descontentos, o bien porque quedaran por fuera de las “retículas”, fueran extrañados de aquellas, o nunca les dieran el “chance” para el tan deseado y esperado medro, además de los ciudadanos comunes hartos de tanta sinvergüenzura, comienzan a soplar “vientos de cambio” y es entonces donde sobreviene nuestro cuarto vicio nacional, a saber, “el continuismo que se deriva de la necesidad vital de mantener tanto retículas como célula pentagonal en funcionamiento orgánico”. El afán por “continuar” atornillado al poder; la necesidad prácticamente vital de proseguir en el negociado de lo público y de la riqueza que de él se deriva; la urgente imposición de un “haber quemado las naves” que se hubo de traducir en un constante abuso tanto hacia el adversario político como hacia el posible rival en el usufructo de los beneficios del peculado (lo que coloca a los “microrganismos reticulares” ante la posibilidad de quedar sin hábitat posible, si acaso aquellas “retículas oligárquicas” llegaran a desaparecer), impulsa la necesidad impostergable de amarrarse al continuismo, mismo que se traduce en amañar elecciones, sobornar funcionarios electorales, trampear sistemas electrónicos o cohechar a diestra siniestra mediante la compra de votos en el mejor de los casos y en el peor, arreciando la represión, al través del crimen, la desaparición y la apertura apresurada de más ergástulas, destinadas a encarcelar o amenazar con prisión a la voz disidente. Si estos caminos se viesen imposibilitados para dar vida al “continuismo indispensable”, sobrevendría entonces nuestro último vicio nacional, aquel que tiene visos de albur, esto es, “el golpe de Estado como pulmón respiratorio fundamental para mantener oxigenado al sistema político reticular oligárquico y su célula pentagonal generatriz”. El soldado protegiendo sus intereses, actúa en consecuencia y defiende el hábitat que le permite “clavar sus estandartes y aposentar el vivac”. Pero podrían ocurrir sorpresas y aquel golpe de Estado pensado en principio para “oxigenar” lo existente y su modus vivendi, podría terminar por asfixiarlo, al ser acaudillado por un nuevo líder carismático de sable y uniforme quien vendría “por sus fueros”  o por quienes hartos de no hacer parte del festín, culminaran por aprovecharse de las debilidades del sistema político y procedieran raudamente a darle “un empujón postrero”, a los fines de promover su caída, amparados en la invulnerabilidad que acaso les proporcionara la fortaleza de “otra soldadesca patrocinadora”.

Y en una suerte de “corsi e recorsi” inspirado en los apremios interpretativos de Gianbatista Vico, el metabolismo inexorable signado por la gitana maldición, nos persigue sin tregua. Desde el establecimiento per secula seculorum de oligarquías rapaces nacidas en una supuesta “lucha por la libertad” hasta “gamonales cultos” venidos en la ola arrolladora de los llamados “cambios revolucionarios”.

Acaso sirvan de ejemplo la existencia de una sempiterna oligarquía colombiana, que viera la luz en una lejana medianía del siglo XIX y que ha condenado a la inmensa población de ese país a una pobreza sin salvación, llena de penurias económicas y sociales, que culminaran impulsándola a la guerra y más tarde al narcotráfico; la insistencia de “revolucionarios peronistas” argentinos en atornillarse al poder, para luego, por desgracia y escape electoral de la población, volver a caer en las manos de una suerte de “itálica sociedad rural”  a la cabeza de un predador comercial vestido de político; la manía de los paraguayos del Partido Colorado decimonónico en mantener un status cuo,  que deslizándose de manos militares  hacia los presidentes “electos”, pretendiese un día cambiar radicalmente de signo con un ex –prelado de cabeza y bragueta caliente , quien además de las sotanas, pareciese haber terminado colgando de una idea política imprecisa; la “tromba revolucionaria” que un día lejano, allá al filo postrimero de los años 50, descendiese de las sierras cubanas y sobreviniese de la manigua independentista, para acabar con una dictadura “corrupta y sangrienta” y  llevar “la libertad” al pueblo antillano, solo para convertirse  con el tiempo en la propia sinecura, también sangrienta, acaso una versión “revolucionaria” de lo mismo que juraron acabar.


La nepótica presencia presidencial nicaragüense nacida también de revolucionaria mesnada, que jurase sobre los caídos en Masaya no dar un paso atrás en sus ideales revolucionarios, convertida ahora en suerte de “continuidad administrativa” merced de la liquidación electoral de su oposición política; la obsesión reeleccionista de la Revolución Indigenista Boliviana y su par Ciudadana en Ecuador; las maniobras fraudulentas de un PRI mejicano que nace para mantener en el poder no un ideal, sino a un grupo de gamonales hediondo a sotol, pólvora y corrupción, manteniendo sobre el pueblo más engañado del mundo, una suerte de “esclavitud miserable”. Y, finalmente, ese adefesio venezolano mal bautizado “Revolución Bolivariana”, que ni es “revolución” y menos “bolivariana”, y donde se han reproducido, más aviesamente, los 5 vicios nacionales latinoamericanos, acaso con mayor posibilidad actual de  comprobación empírica. En fin, un muestrario de vicios que se repiten una y otra vez, gravitando sobre nuestras vidas ciertamente como eso, precisamente como eso: ¡COMO UNA MALDICIÓN GITANA, PROFERIDA POR LA MÁS CRUEL DE LAS MARUJAS…!

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