El 5 es un número primo.
Entonces, por definición, es solo divisible por la unidad y por él mismo. Un
número sumamente interesante que contiene en sí mismo la habilidad de tener en
el número 3, lo que podríamos definir como su “equilibrio perfecto”. Y cinco
son los protagonistas de un constructo propio de análisis de nuestra impronta
política y que hemos referido en estos artículos ad nauseam: La Célula
Pentagonal de Poder. “Organismo
generatriz” de nuestras estructuras institucionales de poder político, se
forma en torno al líder carismático que surge en la trascendencia de un sistema
político (producida por la máxima influencia perturbadora de un sistema de
conflictos), con 5 protagonistas esenciales que lo rodean cual “microorganismos constitutivos”: el romántico, el ideólogo, el político de
oficio, el soldado y el negociante o mercader.
Y cómo un pentagrama de una
partitura musical, se escriben allí los acordes melódicos de nuestros 5 vicios nacionales que, según la evidencia
empírica parece mostrar, nos obligan a entonar nuestros propios apremios tras
la lucha por el poder y de manera cuasi cíclica, cada vez que un sistema
político trasciende su umbral de inestabilidad. El condicionamiento de nuestra vida institucional a la presencia de un
líder carismático; el proceso de oligarquización que se experimenta tras la
colonización de los sistemas políticos por parte de las retículas oligárquicas,
que nacen como multiplicación de la célula pentagonal de poder; el peculado
cohechador que inducen las relaciones y complicidades entre partes
interactuantes en esas retículas; el continuismo que se deriva de la necesidad
vital de mantener tanto a retículas como célula pentagonal, en funcionamiento
orgánico; y, finalmente, el golpe de Estado como pulmón respiratorio
fundamental para mantener oxigenado o por el contrario asfixiar lo existente, configuran
esta suerte de “MALDICIÓN GITANA” que parece habernos caído desde que nuestras
banderas de países independientes comenzaran a ondear sobre estas tierras. Cinco,
pentágono y pentagrama, conjuros de una maldición gitana.
Emprendamos la tarea de
desarrollar más ampliamente los vicios nacionales, así como la aventurada
decisión de conceptuar su presencia como “maldición
gitana”. Persuadidos de la
extravagancia de la categoría, toda vez que de científica acaso no tenga nada,
nos apropiamos de su consideración empírica, prevalidos de nuestros orígenes hispánicos
como sociedades. Decían las ancianas en un tiempo infantil ya ido, muchas de
las cuales habían nacido en las postrimerías del Siglo XIX, que debíamos “cuidarnos” de caer en los dominios de
una “maldición gitana”, casi siempre
proferida por una dama de aquella etnia, dedicada a la brujería o a la más
inocente función de la “lectura de
manos”. Y había que cuidarse de aquellos “maleficios” porque eran imperecederos en el tiempo, imponían
castigos inexorables y nos perseguían más allá del sepulcro. Esas
características son las que nos han permitido la “diversión” de adoptar esa nombradía. Nuestros vicios nacionales
lucen sempiternos; pareciese que estamos irremediablemente destinados a
vivirlos una y otra vez, habiendo sido sentenciados a sufrir su castigo
inexorable en un “por los siglos de los siglos”,
que culmina en un “amén” de
culpabilidad reconocida, pletórico de arrepentimiento y autocompasión, tal cual pudiese hacerlo el alcohólico
“en regeneración” ante la presencia
acusadora de la copa de licor apresuradamente vaciada.
El primero de aquellos vicios propios
y que pudiésemos ubicar como el “vicio
originario” es el que hemos definido como “el condicionamiento de nuestra vida institucional a la presencia de un
líder carismático”. Desde Simón Bolívar, José de San Martín, Gervasio
Artigas, Julio Argentino Roca, José Hilario López, Francisco de Paula
Santander, Francisco Morazán, Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende y
párese de contar, hemos estado al pendiente de la aparición de un “mesías” que asuma nuestras
responsabilidades como pueblos. A grupa del “corcel
cuando sale la luna”, una suerte de héroe legendario que nos ofrece “villas y castillos” y que,
efectivamente, en sus ejecutorias para lograr el poder político, muestra una
voluntad indeclinable, valor a toda prueba y resolución sin tacha, llega con
fuerza carismática para ofrecernos “la
certeza de un futuro mejor”. Finalmente, luego de un esfuerzo titánico,
mucha o poca reyerta sanguinolenta, plomo, sable y cañón o acaso voto mediante,
el líder carismático se convierte en “el
sol” de su sistema político planetario y luce que su sola palabra “bastará para sanarnos”. Es entonces cuando comienza a formar sus
centros de poder con acólitos y seguidores; surge entonces el romántico, quien lo sigue a todo evento; el ideólogo, quien convierte a hasta su más simple reflexión en
doctrina y se hace “pontífice de su
religión particular” devenida en ideología con el discurrir del siglo XX. Y
cierran los 5 personajes, quienes terminarán representando el poder factual, a
saber, el político de oficio, quien
le servirá de operador del poder en los predios de los partidos; el soldado, quien lo cuidará y protegerá
a cambio de una cuota de poder, reparto oportuno del botín y otorgamiento “meritorio” de prebendas; y, finalmente,
el negociante o mercader, quien los
hará, con sus “complicidades y contactos”, “coimas de alto nivel” o “comisiones
adecuadas”, ricos a todos, por aquello de la obligante necesidad de pasar “una vejez tranquila”.
Así las cosas, la existencia del
primer vicio origina la aparición del segundo, esto es, “el proceso de oligarquización que se experimenta tras la colonización
de los sistemas políticos por las retículas oligárquicas que nacen como
multiplicación de la célula pentagonal de poder”. En un mecanismo del cual
el poder político es pródigo, cada microrganismo en el entorno de la célula
generatriz, trata de emular al líder carismático y cada quien va creando su
propia célula pentagonal; los microrganismos de las otras células, emulan a
aquella que les dió vida y de este modo se van formando retículas que, en
función de las relaciones y complicidades promovidas por los negociantes y los
mercaderes, se van trocando en verdaderas “retículas
celulares” que a fuer de acumulación de riquezas, se van constituyendo en
verdaderas “retículas celulares
oligárquicas” que terminan colonizando totalmente al sistema político,
apareciendo en consecuencia el tercer vicio: “el peculado cohechador que inducen las relaciones y complicidades entre
partes interactuantes en esas retículas”. El peculado, sea de uso o
producto de la administración fraudulenta de fondos públicos, se instala al
interior de esas retículas, trocándose en verdaderas “retículas cancerígenas del sistema político”, creando todo un
subsistema de negociados, tráfico de influencias, coimas, mordidas, sobornos y
prácticas oscuras, que van generando a su vez un entramado de complicidades que
arrastran todo y a todos. En la medida en que líder, célula generatriz y
retículas oligárquicas absorben poder, entronizándose por consecuencia sobre el
sistema político y, por ende, sobre la nación (siempre claro bajo la “protección fiel” del soldado, quien,
como ya dijimos, termina haciendo parte de las retículas oligárquicas), van
consolidando esa forma de existencia, llegando al descaro de presentarlo a la población
de manera absolutamente evidente, sin importar la opinión de la gente que los
eligió (si de elección se tratase).
Como consecuencia de la
acumulación creciente de perturbación, cada vez un mayor número de
descontentos, o bien porque quedaran por fuera de las “retículas”, fueran extrañados de aquellas, o nunca les dieran el “chance” para el tan deseado y esperado
medro, además de los ciudadanos comunes hartos de tanta sinvergüenzura, comienzan
a soplar “vientos de cambio” y es
entonces donde sobreviene nuestro cuarto vicio nacional, a saber, “el continuismo que se deriva de la necesidad
vital de mantener tanto retículas como célula pentagonal en funcionamiento
orgánico”. El afán por “continuar”
atornillado al poder; la necesidad prácticamente vital de proseguir en el
negociado de lo público y de la riqueza que de él se deriva; la urgente
imposición de un “haber quemado las
naves” que se hubo de traducir en un constante abuso tanto hacia el
adversario político como hacia el posible rival en el usufructo de los
beneficios del peculado (lo que coloca a los “microrganismos reticulares” ante la posibilidad de quedar sin
hábitat posible, si acaso aquellas “retículas
oligárquicas” llegaran a desaparecer), impulsa la necesidad impostergable
de amarrarse al continuismo, mismo que se traduce en amañar elecciones,
sobornar funcionarios electorales, trampear sistemas electrónicos o cohechar a
diestra siniestra mediante la compra de votos en el mejor de los casos y en el
peor, arreciando la represión, al través del crimen, la desaparición y la
apertura apresurada de más ergástulas, destinadas a encarcelar o amenazar con
prisión a la voz disidente. Si estos caminos se viesen imposibilitados para dar
vida al “continuismo indispensable”,
sobrevendría entonces nuestro último vicio nacional, aquel que tiene visos de
albur, esto es, “el golpe de Estado como
pulmón respiratorio fundamental para mantener oxigenado al sistema político
reticular oligárquico y su célula pentagonal generatriz”. El soldado
protegiendo sus intereses, actúa en consecuencia y defiende el hábitat que le
permite “clavar sus estandartes y aposentar el vivac”. Pero podrían
ocurrir sorpresas y aquel golpe de Estado pensado en principio para “oxigenar” lo existente y su modus vivendi, podría terminar por
asfixiarlo, al ser acaudillado por un nuevo líder carismático de sable y
uniforme quien vendría “por sus fueros” o por quienes hartos de no hacer parte del
festín, culminaran por aprovecharse de las debilidades del sistema político y
procedieran raudamente a darle “un empujón postrero”, a los fines de
promover su caída, amparados en la invulnerabilidad que acaso les proporcionara
la fortaleza de “otra soldadesca
patrocinadora”.
Y en una suerte de “corsi e recorsi” inspirado en los
apremios interpretativos de Gianbatista Vico, el metabolismo inexorable signado
por la gitana maldición, nos persigue sin tregua. Desde el establecimiento per secula seculorum de oligarquías
rapaces nacidas en una supuesta “lucha
por la libertad” hasta “gamonales
cultos” venidos en la ola arrolladora de los llamados “cambios revolucionarios”.
Acaso sirvan de ejemplo la existencia de una
sempiterna oligarquía colombiana, que viera la luz en una lejana medianía del
siglo XIX y que ha condenado a la inmensa población de ese país a una pobreza
sin salvación, llena de penurias económicas y sociales, que culminaran
impulsándola a la guerra y más tarde al narcotráfico; la insistencia de “revolucionarios peronistas” argentinos
en atornillarse al poder, para luego, por desgracia y escape electoral de la
población, volver a caer en las manos de una suerte de “itálica sociedad rural” a
la cabeza de un predador comercial vestido de político; la manía de los
paraguayos del Partido Colorado decimonónico en mantener un status cuo, que deslizándose de manos militares hacia los presidentes “electos”, pretendiese un día cambiar radicalmente de signo con un
ex –prelado de cabeza y bragueta caliente , quien además de las sotanas,
pareciese haber terminado colgando de una idea política imprecisa; la “tromba revolucionaria” que un día
lejano, allá al filo postrimero de los años 50, descendiese de las sierras
cubanas y sobreviniese de la manigua independentista, para acabar con una
dictadura “corrupta y sangrienta” y llevar “la
libertad” al pueblo antillano, solo para convertirse con el tiempo en la propia sinecura, también
sangrienta, acaso una versión “revolucionaria”
de lo mismo que juraron acabar.
La nepótica presencia
presidencial nicaragüense nacida también de revolucionaria mesnada, que jurase
sobre los caídos en Masaya no dar un paso atrás en sus ideales revolucionarios,
convertida ahora en suerte de “continuidad
administrativa” merced de la liquidación electoral de su oposición
política; la obsesión reeleccionista de la Revolución Indigenista Boliviana y
su par Ciudadana en Ecuador; las maniobras fraudulentas de un PRI mejicano que
nace para mantener en el poder no un ideal, sino a un grupo de gamonales
hediondo a sotol, pólvora y corrupción, manteniendo sobre el pueblo más
engañado del mundo, una suerte de “esclavitud
miserable”. Y, finalmente, ese adefesio venezolano mal bautizado “Revolución Bolivariana”, que ni es “revolución” y menos “bolivariana”, y donde se han
reproducido, más aviesamente, los 5 vicios nacionales latinoamericanos, acaso
con mayor posibilidad actual de comprobación empírica. En fin, un muestrario
de vicios que se repiten una y otra vez, gravitando sobre nuestras vidas
ciertamente como eso, precisamente como eso:
¡COMO UNA MALDICIÓN GITANA, PROFERIDA POR LA MÁS CRUEL DE LAS MARUJAS…!
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