martes, 4 de abril de 2017

Exigencias “liberales” y apremios “republicanos”.

Desde que en las Cortes de Cádiz, a inicios del siglo XIX y por exigencia instrumental del discurso político, surgiese la voz “liberal”, mucha agua se ha arrimado a su molino, convirtiendo al Liberalismo en corriente de pensamiento filosófico político que ha desatado encendidos debates de significación sustantiva. Despojado de su identidad estrictamente política (porque han de saber quiénes tengan la gentileza en leernos, que el Liberalismo es “estrictamente político” que no económico), ha servido a cuanta identidad se le ha propuesto o encasquetado, al convertirlo más en vocablo común por el uso libérrimo, que en concepto formal en Filosofía Política y, aún más, como aplicación posible en la problemática que plantea de cotidiano la Teoría Política.

Pero el caso que nos ocupa en este artículo son las actuales “exigencias” liberales respecto de nuestros verdaderos “apremios”  hispanoamericanos que, según nuestro particular modo de ver, son en realidad de naturaleza “republicana”. Y alguien, en el sumun de la exigencia discursiva, a más de ausente a la vez del conocimiento que fructifica en la exploración de la Filosofía Política, así como en los temas de aplicación de la Teoría Política, podría verse impelido a increparnos airada y resueltamente sobre tal proposición. Vayamos pues al cruce de espadas argumentativas a ver quien recibe el primer “touché”.

Al Liberalismo, político en su natura reiteramos, le preocupa esencialmente el tema de la libertad. Sea esta asignatura de naturaleza individual o comunitaria, de donde devienen entonces el Liberalismo Libertario y su contraparte, el Liberalismo Comunitario, se han dado a la tarea actual en Hispanoamérica (una vez más)  de “vender” al Liberalismo como la “filosofía de la libertad plena”, concentrándose en su versión tocada de sombrero economicista que un día (malhadado por cierto) le arrequintaran sin piedad y desde su especializado reducto en las ciencias sociales, Von Hayek, Friedman y Fukuyama. Con sorprendente parecido estructural a la estadounidense “República de la Sociedad Comercial”, este “liberalismo económico” pretende asumir características omnicomprensivas de la realidad. Y, en tal sentido, se confunden sus exigencias sobre “libertad financiera”, “libertad económica” y “libertad comercial” como verdaderas y únicas “exigencias liberales”, condiciones además definidas como imprescindibles para salir de nuestra obsesiva pesadilla respecto del “desarrollo” y en los que ya llevamos dos centurias por estos predios hispanoparlantes.

El ejercicio de la libertad en nuestra región hispanoamericana y desde nuestro muy particular punto de vista científico político (más allá de que se trate de la “positiva” o la “negativa” de Isaiah Berlin), implica la satisfacción de ciertos aspectos instrumentales de “forma” antes que tocar “fondo”.  Y ante las acuciantes preguntas ¿Puede la libertad ser sometida a condiciones de “forma”? ¿Tales condicionantes, sin ser plena y ampliamente definidos, no podrían más bien transformarse en “mordazas”? Responderemos desde este lado de la “pedana” con un movimiento ligeramente sinuoso y en alguna medida confuso: Sí y no… ¿Cómo?...Preparémonos para argumentar respecto del “Sí”, que constituye la columna vertebral de este corto artículo.

“El ejercicio de la libertad plena nos llevaría al estado de naturaleza de Hobbes”; la proposición anterior es una máxima en la que se encuentran Filosofía y Teoría Políticas, vale decir, pensamiento y acción en política real. Esa máxima supone en consecuencia la renuncia de parte de la libertad individual en función de cierta “libertad colectiva” que debería conducirnos a la convivencia, condición sine cua non de la gregaria supervivencia humana. El ejercicio de esa “libertad colectiva” no está garantizada por el simple ejercicio moderado de las conciencias individuales respecto del ejercicio de la “libertad individual”, tal y como si se tratase de una sumatoria simple de guarismos, para lograr un valor mayor. No; tienen que existir “reglas” y quienes “administren” la aplicación de esas “reglas”. De allí devienen la existencia de las “leyes” y las “instituciones” concebidas para su aplicación y observancia de su cumplimiento. Las “leyes” las decide un soberano o una asamblea que representa la “soberanía del colectivo”, mediante el ejercicio sistemático y permanente del “parlamento”. Del cumplimiento de esas leyes depende, en consecuencia, “el bien común”. De manera que como conclusión de nuestro razonamiento, “el ejercicio de la libertad colectiva, es solo posible bajo el imperio de la ley, teniendo como meta el bien común” y esta proposición es, fundamentalmente, la esencia del Republicanismo. La tragedia de nuestras naciones es precisamente esa: carecer de leyes que apunten al bienestar colectivo, bajo la administración, supervisión y control de instituciones permanentes, estables y duraderas. De ahí que las “exigencias liberales” son solo posibles en el contexto de un tejido institucional que represente al común, en un marco legal decidido ampliamente por las mayorías y en función del bien común.

En tal sentido, antes que “exigencias liberales”, se imponen “apremios republicanos”. Tener Repúblicas primero; construirlas con preeminencia de todo, bajo el imperio de la ley común y con el derrotero señero del respeto a  instituciones parlamentarias, que construyan, con independencia de intereses individuales, grupales o partidistas, la estructura legal de una nación; instituciones ejecutivas que se encarguen de cumplir y hacer cumplir las leyes, sin el interés de poder de por medio y el rastrero servicio a intenciones ocultas; y sus contrapartes institucionales judiciales, que velen por la correcta administración de justicia, más allá de amagos intencionados o representación de intereses oscuros. “Apremio Republicano” debería ser nuestra máxima. Dejemos la “exigencia liberal” para tiempos mejores. Necesaria es la República no el negocio…





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