lunes, 20 de febrero de 2017

El “Socialismo Real” hispanoamericano: utopía, praxis y contradicción. De la retórica a la farsa.

Cualquiera que se asome desde la Ciencia Política y con seriedad, al pensamiento escrito que dejasen como legado Carl Marx y Federico Engels, no puede, desde nuestra muy humilde óptica científica, negar la pulcritud de sus planteamientos filosóficos y la impecable construcción metodológica de su trabajo, a la luz de la realidad que observasen en la Europa de la segunda medianía del siglo XIX, especialmente en aquella sumergida en la carrera febril por la Revolución Industrial y en el contexto de la tumultuosa adolescencia del sistema capitalista.

Vlladimir Ilich Ulianov (Lenin) le imprimió esa necesaria caída de la voluta filosófica a la realidad posible tras la conservación del poder político, construyendo por cuenta propia y desde su “¿Qué hacer?” esa versión teórico práctica que terminara bautizándose “marxismo-leninismo”. Y Josip Stalin, desde el ejercicio pleno y brutal de ese poder alcanzado “por las masas proletarias”, lo dotó de ese rostro pasmosamente cruel, esto es, desde la retórica marxista, Stalin se hizo del poder absoluto, administrándolo por gracia de las “masas” hasta que una inesperada apoplejía se lo llevara aquella larga noche de agonía, allá en su solitario sofá, acaso como tragicómica sentencia tras su larga y sangrienta dictadura.

De Marx  y Engels devino “la utopía posible” (contradicción retórica en sí misma, pero dotada de posibilidad desde la creación filosófica marxista); de Lenin y su pregunta simple, devino la posibilidad práctica de la organización para la lucha y la toma del poder; y de Stalin la cruda realidad entre praxis socialista y contradicción. Stalin inauguró ese paso letal del Socialismo: de la retórica a la farsa. Y esa maldición nos ha perseguido hasta nuestros días, porque ese parece ser el destino natural del Socialismo doquiera que se instale.

En nuestro continente hispanoamericano suele darse, por otra vía, un metabolismo que pareciese inmanente a nuestra realidad política y que termina, inexorablemente, afectando nuestros sistemas políticos. Inaugurado en lo que parece nuestra experiencia épica republicana, la conformación de cualquier sistema político en nuestros predios hispanoparlantes pasa por las etapas que hemos señalado en diversos artículos: desde un líder, sea carismático o no, se conforma una célula pentagonal de poder, con románticos, ideólogos, políticos de oficio, soldados y negociantes. Los negociantes proveen los recursos financieros y de ellos, junto a los soldados y políticos de oficio, se deriva entonces una oligarquía (en el sentido aristotélico del término) que no solo controla los recursos del Estado sino que a partir del usufructo de aquellos, engrosa su patrimonio particular y tiende sus redes (redes oligárquicas) hacia diversos espacios de la sociedad, mediante un crecimiento profuso de múltiples y complejas complicidades patrimoniales.

De esa oligarquía deviene a su vez una suerte de “clase media” tributaria que se hace administradora de sus recursos, por cierto de origen inequívocamente oligárquico, obteniendo sus pitanzas del chorreo por acumulación.  Y de esta clase media termina originándose una suerte de “clase política” que durante la vida de los sistemas políticos que supongan gobiernos “alternativos y responsables”, funge como la “administradora absoluta” de la cosa pública. Finalmente, bajo de aquella estructura, está lo que retóricamente en nuestras naciones solemos llamar “el pueblo”. Un masa variopinta de connacionales, por lo general en la exigüidad de medios materiales o en la más absoluta de las pobrezas, quienes “esperan su turno” en esa larga cadena de distribución de recursos en la que se convierte el Estado, siendo los mecanismos de distribución, además de sus ínsitos organismos en la administración pública, los partidos políticos de la oligarquía que se encargan de administrar también “el chorreo”.En su tiempo vital llega un instante en que la corrupción, la voracidad, la concusión y el cohecho, generan un gran malestar entre la “clase media” y “el pueblo”, especialmente en aquellos no beneficiarios de “algo” del “chorreo” y, de su seno, insurge otro líder de encendida retórica, quien induce un camino equivalente que, como las vueltas de un carrusel, repite el ciclo de nuevo. 

El lenguaje marxista, como lenguaje político, es extraordinariamente conveniente al discurso político que construye la masa crítica contraria al Estado corrupto, en el momento de producirse la crisis irreversible de nuestro metabolismo institucional hispanoamericano. Lleno de “propiedad popular de los medios de producción”; de “dictaduras del proletariado”; de “reivindicación de los derechos de los trabajadores”; de “parla revolucionaria y justicia social”; y, finalmente, protagonizado de manera estelar por “campesinos y obreros”, calza perfectamente con las aspiraciones sentidas en lo profundo de las sociedades hispanoparlantes, especialmente en aquellos que se sintiesen por fuera del reparto y aspirasen, como consecuencia, alguna suerte de venganza por la “injusticia” de la que creen haber sido sujetos.

Y así hace su aparición el “Socialismo Real” hispanoamericano. Sujeto de múltiples, variadas y manipulablemente arcillosas versiones, encastra en el discurso de cuanto “bicho de uña” autodenominado “vengador”, aparezca en el escenario político ya enrarecido por tanto sinvergüenza, ladrón y aprovechador profesional del erario público, excresencias naturales de nuestros sistemas políticos de parla castellana (excluimos a Brasil, pero no por inocentes, sino por no hispanoparlantes). Necesario se hace entonces proporcionar algunos ejemplos. Comencemos por los socialismos de inicios del Siglo XX. Atrabiliarios y reivindicadores, se echaron a las armas para derrocar “dictaduras sangrientas y corruptas”. Con el discurso popular en los labios, líderes carismáticos tomaron el poder, quedando algunos de ellos en el camino, para reproducir luego gobiernos más crueles y corruptos que los que terminaran derrocando. La Revolución Obrera Boliviana y la fundación inocente del APRA peruano de Víctor Raúl Haya de la Torre, una versión gaseosa de socialismo propio que devino en socialdemocracia, reprodujo durante su vida útil a ladrones de alta factura como Allan García, por ejemplo, con su respectiva oligarquía peruana contumaz en el latrocinio y extremadamente hábil en la prestidigitación financiera.

Pero los ejemplos palmarios de hoy los constituyen el Socialismo Revolucionario Cubano, el Socialismo Sandinista Nicaragüense, su par Indigenista Boliviano, el revolucionariamente Ciudadano de Ecuador y finalmente una contradicción retórica y conceptual en sí misma: el Socialismo Bolivariano de Venezuela. Comencemos por el decano: el “Socialismo Revolucionario Cubano”. Nacido tras una lucha armada cruenta contra una dictadura que había llegado al sumun de la corrupción, la crueldad y hasta la vulgaridad propia de la depauperación moral, se inician los tiempos revolucionarios ciertamente reivindicando a los intereses de las clases populares, pero al hacerlo en el contexto de la Guerra Fría y al oponerse de manera militante a los complejos intereses estadounidenses en la isla (suerte de contubernio entre crimen organizado, burdel y obispado) tiene para sobrevivir que echarse en los brazos de la potencia oponente: la Unión Soviética.

No sin cierto placer al declararse Fidel Castro comunista, el “Socialismo Revolucionario Cubano” sirvió tristemente de proxeneta de su propia patria, haciendo honor a una impronta nacional que ellos mismos condenaran. Con logros indiscutibles en disciplina (característica muy distante de la cubanía), educación, ciencia médica e investigación agrotécnica, la caída del muro de Berlín y la desaparición de URSS, cortaron el cordón umbilical que tenían los Castro con su “estado socialista hermano benefactor” obligando al pueblo cubano a pasar roncha en el panfletariamente bautizado “período especial” mientras los Castro comían langosta y tomaban buen vino francés.

Una oligarquía tributaria del socialismo antillano, integrada por las familias de los Castro, sus soldados, políticos de oficio y autodenominada al mejor estilo comunista soviético “Nomenklatura”, junto a  una variopinta camada de negociantes tanto propios como extraños, terminan viviendo de la más vulgar corrupción dónde los propios hijos de Fidel son referidos como “agentes confiables” para conseguir “pingües negocios” en la isla. Las “prostitutas batisteras” han sido sustituidas por las “jineteras revolucionarias” y la droga, el negocio fácil y la sinverguenzura pública son parte de la realidad de un “Venceremos” que, sin duda, como parte de la retórica grandilocuente del socialismo nuestro de cada día, es atribuible solo a la oligarquía gobernante.

El segundo en edad es el “Socialismo Sandinista Nicaragüense”. Sin duda expoliado duramente por los gobiernos de los Estados Unidos, al considerarse todos y cada uno de ellos propietarios de Centroamérica desde un “siempre” que se remonta a más allá de la muerte de Morazán, ha terminado en lo que el metabolismo político hispanoamericano habría de señalarle: una dictadura disfrazada dónde el fantasma de Somoza debe estarse riendo a carcajadas, en las cálidamente húmedas calles de Managua. Ahora nepotico (al ser Rosario, la esposa de Daniel Ortega, la Vicepresidenta en funciones), luego de haber anulado electoralmente a una oposición donde milita no solo la eterna “derecha” nica, sino también los disidentes de Ortega, el “Socialismo Sandinista Revolucionario”, no obstante sus logros sociales en el campo y en la educación básica para los más desposeídos, ha promovido una vulgar delincuencia a la que se suma la corrupción militar y policial, en un ejército y una policía dónde han regresado las “estrellas” y los “generalatos”  inamovibles, que tanto odiara el sandinismo en Tacho, Tachito y sus tributarios.

Las experiencias “socialistas” conducidas por el Presidente Evo Morales y el Presidente Doctor Rafael Correa, el uno “indigenista” y el otro “ciudadano”, ciertamente han alcanzado logros indiscutibles en materia de educación, administración de sus recursos naturales, distribución del ingreso y construcción de infraestructura. Pero no lo han hecho desde una práctica estrictamente “socialista”, sino a partir del diseño de políticas públicas pensadas y concertadas con la gente, un curso de acción reñido con el más elemental postulado nacido en y desde el “Socialismo Real”. La “retórica socialista” ha servido al discurso de ocasión, en particular en aquellos momentos en que el gobierno de los Estados Unidos, intentara derrocarlos por la vía del descontento presuntamente popular, pero realmente digitado por quienes en el pasado detentasen el poder, esto es, las viejas oligarquías defenestradas y extrañadas de ese tonel de recursos gratuitos que constituye el erario público. Pero apenas un poco más de un par de lustros han recorrido ambas experiencias “socialistas” y ya son sonados los casos de concusión, cohecho y corrupción pública. En Bolivia la “coima militar” a los contrabandistas por el lado de la frontera chilena y el caso de la línea aérea LAMIA, dónde también participasen militares venezolanos; y, en Ecuador, el negocio de los dólares “extrañamente desaparecidos de los presupuestos públicos”, las concesiones de algunos servicios y las empresas que abiertamente son poseídas por una oligarquía nacida al amparo de una “Alianza” no necesariamente por el “País”.

Pero el que bate todos los records de utopía, praxis, contradicción, retórica vacua y farsa cotidiana es el llamado “Socialismo Bolivariano de Venezuela”, hoy bajo el liderazgo teórico del Presidente Nicolás Maduro Moros. Definido sobre una contradicción retórica en sí misma “Socialismo” y “Bolivariano”, es indispensable señalar inicialmente dónde radica este contrasentido; en primer lugar porque tal construcción ideológica no existía en los tiempos de Bolívar, lo que convierte tal acto de habla en un anacronismo; lo segundo, que Bolívar jamás profesó un sentimiento realmente “popular”, en el sentido en que el “Socialismo” entiende lo “popular”, un ejemplo gráfico: con frecuencia mencionó su “horror a la pardocracia”. Siendo un mantuano de origen (lo que los ecuatorianos llamasen un “pelucón”) no entendía el ejercicio del poder político sino en manos de una elite, llegando a sugerir (y luego a legislar sobre el particular en la Constitución Boliviana de 1826) la imperiosa existencia de un “Senado Hereditario” que debía ser constituido con los descendientes directos de los libertadores, lo que sugiere una suerte de creación de una “aristocracia política”. No existe en Bolívar ninguna referencia a “gobiernos populares”  en tanto la participación colectiva (especialmente de los más humildes) en el ejercicio del poder político, por lo que mal puede entonces construirse el acto de habla “Socialismo Bolivariano” porque entraña en sí mismo una contradicción equivalente a decir “Capitalismo Social”.

En segundo término, el “Socialismo Bolivariano” luce profundas contradicciones entre teoría y praxis. De verbo socialista encendido y en un arremeter cotidiano contra la “propiedad privada burguesa” en el contexto de los restos de una “democracia burguesa inoficiosa y corrupta”, son frecuentes los señalamientos de corrupción, concusión y cohecho contra el gobierno socialista venezolano, además de sindicársele de favorecer las operaciones del narcotráfico local. Pero si acaso esas acusaciones fuesen propias de sus enemigos ideológicos, lo que resulta lógico suponer, basta con mirar su comportamiento tanto público como privado: grandes vehículos blindados de lujo; profusión de guardaespaldas; viviendas palaciegas; viajes a centros turísticos paradisíacos; costosas joyas; ropa de marcas europeas; y fiestas fastuosas costeadas con el erario público. A esto hay que añadirle sociedades dudosas con miembros del hampa común; la formación de una oligarquía propia al mejor estilo de sus predecesores de la “democracia burguesa” y, peor aún, de las dictaduras militares del pasado. Y la más reciente: el destape de una olla podrida que destaca los vínculos del Vicepresidente de la República con una suerte de negociado multimillonario en las compras del Estado, obscuros lazos con las mafias del tráfico de estupefacientes y empresarios privados con oficinas y múltiples inversiones en la ciudad de Miami, una de las capitales financieras más importantes del (tan odiado por ellos) “Imperio Norteamericano”.

Plétora de contradicciones ideológicas resulta también la retórica socialista revolucionaria del “Socialismo Bolivariano”. El “beneficio” o “utilidad” es un concepto propio de la práctica capitalista por definición, sin embargo es frecuente escuchar al Presidente Maduro hablar de “planes de inversión financiados con el beneficio de las empresas en manos del Estado”; susceptible de ser tildado de “exageradamente rígido nuestro argumento” la construcción anterior escapa por completo a la estricta retórica socialista: en el socialismo no existe la “utilidad” como concepto y tampoco la “inversión” como acción. De hecho el Presidente Maduro ha sido particularmente cáustico con “algunos marxistas-leninistas” a quienes llamó “traidores preciosistas”, dicterio que pareciese un ataque directo al Partido Comunista de Venezuela, organización política que apoya al “proceso revolucionario” pero que se ha manifestado particularmente crítico al gobierno en las últimas semanas.

De manera que como lo hemos podido apreciar en líneas previas, nuestro “Socialismo Real” hispanoamericano no escapa del metabolismo inexorable de nuestros sistemas políticos. Es pletórico de contradicciones ideológicas y es más “retórico” que real, rayando en algunos casos en auténtica “farsa”, con todo lo contradictorio que pueda tener una “farsa” respecto del cognomento de “auténtica”. Ineficiente e inoficioso y, en no pocas ocasiones, improductivo, el “Socialismo Real” hispanoamericano no difiere con mucho (sobre todo en el ejercicio del poder político) con aquellos sistemas políticos instaurados por sus odiados enemigos de las “Democracias Burguesas” o de las “Dictaduras Fascistas” ambas formas de gobierno bajo el patrocinio del “Imperio Norteamericano”. Corruptos, cohechadores, ávidos de la riqueza material y del ejercicio omnímodo y unipersonal del poder, los gobiernos (y algunos mandatarios) socialistas o autodenominados de tales, terminan cayendo en el mismo pozo séptico que habitan sus denostados predecesores “oligarcas burgueses”, resultando más amargo escucharlos cuando en heroicas peroratas, especialmente en sus onomásticas revolucionarias, se desgañitan nombrando inútilmente y en el paroxismo de la contradicción “…la soga en casa del ahorcado” al defender con fruición sus logros, pero sobre todo “…su moral y ética socialistas revolucionarias…”








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