Decía J.G.A Pocock que un
lenguaje político constituía una manera “prescripta
de hablar” el discurso político en un contexto histórico determinado,
definiendo en consecuencia el “discurso
político” como un conjunto estructurado
de actos de habla, hablado en ese “lenguaje político”, precisamente en ese
contexto de prácticas sociales e históricas determinadas. Desde estas
perspectivas y con la presentación de evidencia empírica constatable,
trataremos de mostrar la presencia de la “bravuconada”
como estilo discursivo dentro del lenguaje político marxista, utilizado como
recurso estratégico en un contexto definido por la negociación política. Pero
antes, resulta esencial definir primero que entendemos por “bravuconada”.
El Diccionario de la Real
Academia Española muestra como significado del vocablo, la secuencia que nos
permitimos transcribir: bravuconada, de bravucón,
dicho o hecho propio del bravucón. Y por bravucón: de bravo, esforzado o valiente solo en la apariencia.
De manera que una “bravuconada” es
una acción propia del “bravucón” que
termina siendo un sujeto esforzado o
valiente pero solo en apariencia. Desde la perspectiva de un juego y
utilizada la “bravuconada” como
estrategia, esta tendría por objeto mostrarse (el negociador) como “valiente y esforzado” en apariencia.
Sería acaso interpretable como una “esforzada
apariencia” con la intención de “disuadir”
o “atemorizar” o mostrarse “esforzado” en hacer realidad el fruto
de “una lucha denodada y permanente”
por una “causa trascendente”.
La “bravuconada” hacía parte de aquellos famosos debates entre Lenin y
Plejanov respecto de la agitación y la propaganda. Era indispensable mantener
en agitación constante a la masa para lograr los objetivos revolucionarios a
corto plazo. De ahí el discurso encendido en la plaza pública, en la fábrica,
en los campos. Resultaba esencial mantener a la masa “a punto de quiebre” para generar la necesaria acción tumultuaria
para cuando se ofreciese. El dicterio, el insulto, la acusación y el
señalamiento, como figuras retóricas, debían dominar el exordio hasta lograr el
tumulto explosivo. Solo así la acción vindicativa podía ser la protagonista del
discurso revolucionario. Paradójicamente, esta forma leninista de agitación,
pasó al Fascismo italiano y de allí, al Nacionalsocialismo alemán. Son
históricas, así como reproducidas ad
nauseam, las bravuconadas del Duce
y del Fhürer en sus discursos
cotidianos de antes y después de la toma del poder.
Ese estilo del “bravucón” de manos en la cintura,
brazos en alto, gritos destemplados y acciones teatrales, aún no imitados jamás
por Josip Stalin, si lo fueron en la parla discursiva de su aparato gobernante,
los discursos de los Comisarios del Partido Comunista Soviético, especialmente
en las fábricas y granjas nacionalizadas, así como en los cuarteles y
repartimientos militares. Esas exhortaciones constantes a los “Camaradas”, a las “armas”, a las “batallas
populares”, pasaron a formar parte sustantiva del lenguaje marxista,
convirtiéndose en una forma específica de hablar y concebir el discurso marxista-leninista
con independencia del tiempo y el lugar. Pero cabe preguntarse ¿Se convirtió
esta parla discursiva camorrera en
estilo? ¿Se hizo condición necesaria y suficiente en el marxista-leninista más
como afán de ser visto el Socialismo como una forma de vida que como un sistema
político-ideológico? ¿Se transformó acaso en estrategia para encarar los juegos
de poder? ¿Hasta dónde se hizo retórica y dejó de ser discurso por
auto-convicción? Algunas de esas
interrogantes han sido magistralmente respondidas por afamados filósofos,
algunos marxistas como Henri Lefevre y Michael Foucault o por alguna de sus
contrapartes filosóficas demoliberales, como por ejemplo, Fernando Sabater.
La interrogante que urge estas
letras es “la bravuconada como estrategia
en un juego de poder de naturaleza suma-cero”,
reformulando la pregunta: ¿Hasta dónde es “real” la bravuconada? ¿En dónde
termina la intencionalidad histriónica y comienza la intencionalidad
estratégica? En América hispana, más específicamente, en nuestra historia
inmediata, tenemos al menos tres muestras palmarias del “bravucón”: los Comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez en sus
expresiones más causticas, el Doctor Rafael Correa con una discursiva más
atemperada, pero dependiendo del “escenario”.
Imposible determinar con exactitud estos límites, pero si es posible escoger
momentos en la retórica de estos tres personajes que, según sea las coyuntura en tránsito, se puede apreciar
la presencia del “histrionismo bravucón”
como parte de las estrategias escogidas en el ámbito de una negociación de
fuerza. Los discursos de Castro en el contexto de la crisis de los misiles de
1962. Aquellos de Chávez antes del golpe del 2002 y luego durante los sabotajes
petrolero y patronal. El arrebato de Correa de quitarse la corbata y abrirse la
camisa como acto de “inmolación patria”
frente a los policías que lo tenían secuestrado, mientras se profería un
discurso “revolucionario-marxista”
más como elemento de agitación y propaganda, en el contexto de una situación
comprometida, que como una acción impensada y propia del calor de los
acontecimientos. Castro, inequívocamente marxista-leninista; Chávez, de afecto
fraternal por aquel (tanto por el socialismo marxista como por Fidel); y
Correa, “marxistamente discursivo”
sin serlo, hicieron uso frecuente de la “bravuconada”
como instrumento estratégico de negociación.
No parecería ser aquel
comportamiento de “bravucón” impulsado por y en la “bravuconada misma”, sino parte de una “actuación deliberada” acompañada del discurso incendiario marxista
como parte de una movida o conjuntos de movidas para lograr un resultado
previamente estudiado, aun cuando el estudio hubiese sido producto de las
circunstancias reproducidas in situ,
en medio de un instante particular. Pero
como muestra del uso de la “bravuconada”
en el marco de la historia política contemporánea, traemos un ejemplo
interesante respecto de un incidente que envolviese a Sir Winston Churchill y a
Josip Stalin, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, colación intencional
que hacemos para salirnos de un ámbito que no sea “tan familiar” a nosotros como aquel que mencionáramos previamente
y que, acaso, menos susceptibilidades hiera al ser recientemente fallecidos dos
de los personajes mencionados y el tercero estar inmerso en una justa electoral
por culminar.
Corría la segunda gran
conflagración mundial y la Unión Soviética seguía bajo el asedio de los alemanes,
aun habiendo sido derrotados los nazis en Stalingrado. Stalin recibía de
Inglaterra ayuda material desde la ruta del norte, mediante convoyes de barcos
con escolta británica, que arribaban a puertos soviéticos liberados del asedio
nazi o nunca tomados por estos, virtud de la heroica resistencia rusa. Dos
encuentros previos en Moscú con ocasión de sendos viajes de Churchill para
acordar con los rusos estrategias comunes contra los alemanes, luego de la
invasión de Hitler a la URSS, lo que había volteado la tortilla a favor de los
Aliados, habían sido en particular molestos para el Primer Ministro británico
por el trato, en instantes, “particularmente
desagradable” de Stalin. Acaso inscrito en lo que pudiera ser la proverbial
bravuconada marxista, el trato del jerarca ruso era visto por Churchill como
ausente de tacto diplomático.
En el invierno de 1943, el Primer
Ministro había recibido numerosas quejas del Almirantazgo Británico respecto
del trato recibido en los puertos rusos por parte de las autoridades
soviéticas, sobre el tránsito y libre desplazamiento de las tripulaciones tanto
de los mercantes ingleses, como de las unidades navales inglesas, que prestasen
servicios como escoltas de los convoyes. El Primer Ministro envía entonces el
siguiente telegrama directamente a Stalin, quejándose de semejante trato,
pormenorizando las afrentas y aprensiones de las que son víctimas las
tripulaciones, sobre todo tomando en consideración los “importantes sacrificios que marinos ingleses han hecho para apoyar la
resistencia rusa contra el hitlerismo”. Dice
allí Sir Winston:
“Las autoridades civiles de su país nos han negado todos los visados
para los hombres que iban al norte de Rusia, incluso para relevar los que hace
tiempo deberían haber sido relevados. Mólotov ha presionado al gobierno de Su
Majestad para que acepte que la cifra del personal militar británico en el
norte de Rusia no supere la del personal militar soviético y la delegación
comercial en este país. Pero no hemos podido aceptar su proposición porque su
trabajo es bastante diferente y la cantidad de hombres necesarios para las
operaciones bélicas no se puede determinar de forma tan poco práctica”[1]
Luego de esta manifestación de
presunto bloqueo de las autoridades civiles rusas, lo que pudiese traducirse en
actos propios de la burocracia soviética y sus repertorios formales de
intermediación con propios y extraños, el Primer Ministro Británico, como
dijéramos previamente, comienza a pormenorizar lo que él define como “las restricciones” a las que son
sometidas las tropas, marinería y oficiales tanto de la Marina de Guerra como
su par marítima mercante:
“… (a) Nadie puede desembarcar de una embarcación de Su Majestad ni de
un barco mercante británico si no es en una embarcación soviética, en presencia
de un oficial soviético y después de que le examinen los documentos en cada
ocasión. (b) Nadie procedente de un buque de guerra británico está autorizado a
pasar junto a un barco mercante británico sin que se informe a las autoridades
soviéticas de antemano. Esta medida se aplica incluso al almirante británico
que se encuentre al mando. (c) Los oficiales y los marinos británicos están
obligados a conseguir pases especiales antes de poder desembarcar o pasar de un
barco británico a otro. Estos pases a menudo retrasan mucho con el consiguiente
trastorno para la tarea que estén llevando a cabo. (d) No se pueden desembarcar
provisiones, equipaje, ni correo para la fuerza operacional si no es en
presencia de un oficial soviético y hay que cumplir numerosas formalidades para
embarcar todas las provisiones y el correo. (e) La correspondencia privada del
servicio es objeto de censura, aunque para una fuerza operacional de este tipo
de censura debería quedar, en nuestra opinión, en manos de las autoridades
británicas. La imposición de estas restricciones afecta tanto a los oficiales
como a los marinos, lo que perjudica las relaciones anglo soviéticas y
resultaría sumamente ofensivo si el Parlamento se enterara.”[2]
El texto
anterior, más allá de la también proverbial intencionalidad británica por “controlar” todos los espacios dónde,
durante la guerra, hubiese tenido alguna clase de influencia, aunada a algunas
de las características del líder dominador (Spranger) que resaltaran en
Churchill, resulta evidente que en la condición de “único aliado” en el esfuerzo de Guerra, sin costo material alguno
para los soviéticos hasta ese momento, debía suponer un trato más respetuoso.
Doce días, inusual en esos tiempos de huracanado viento bélico, se tarda Stalin en responder al telegrama de Churchill y lo hace en los siguientes términos, iniciando el texto con un tema para nada relativo al reclamo formulado por el inglés. Dice allí el “Mariscal” Stalin:
“Recibí su mensaje del uno de octubre en el que me informaba de su
intención de enviar cuatro convoyes a la Unión Soviética por la ruta del norte
en noviembre, diciembre, enero y febrero. Sin embargo esta comunicación pierde
su valor cuando manifiesta que esta intención de enviar convoyes al norte de la
URSS no es una obligación ni un contrato sino solo una declaración que, según
se puede entender, los británicos pueden rechazar en cualquier momento sin
tener en cuenta la influencia que esto pueda tener en los ejércitos soviéticos
que se encuentran en el frente. Debo decir que no puedo estar de acuerdo con
semejante planteamiento de la cuestión.”[3]
El “camarada” Stalin se manda un primer
párrafo diplomáticamente demoledor. En principio no solo ignora, por ahora, las
solicitudes del Primer Ministro inglés, sino que “reclama” como “una
obligación” de los ingleses “el envío
de convoyes de ayuda” (compromiso por cierto no consignado en ningún
tratado previo), que de no cumplirse, podría comprometer el esfuerzo bélico
ruso. Y manifiesta sin ambages “…no estar
de acuerdo con semejante planteamiento…”. El “camarada” está tratando a
su único aliado hasta ahora, como si se tratase de un proveedor a su servicio,
con el agravante de que, tres años antes, cuando ese “único aliado” estaba siendo bombardeado por Hitler, Stalin fungía
como fiel acompañante del líder nazi en la tarea de repartirse Europa. Y
continúa más adelante en el afán por la “bravuconada”:
“Los suministros del gobierno británico a la URSS, los armamentos y
demás productos militares, no se pueden considerar más que una obligación que,
por un pacto especial entre nuestros países, el gobierno británico asumió con
respecto a la URSS, que lleva a sus espaldas por tercer año ya la enorme carga
de la lucha contra el enemigo común de los aliados: la Alemania de Hitler.”[4]
Stalin sigue
sorprendiendo a Churchill. Le arrostra un “pacto
especial” aún no perfeccionado, insiste en la existencia de una “obligación explicita en tal pacto” y
culmina mencionando la soga en la casa del ahorcado: “…la URSS (…) lleva a sus espaldas por tercer año consecutivo (…) la
enorme carga de la lucha…”. Churchill se pregunta: “¿Y quién supondrá Stalin lo ha estado haciendo por el mundo hasta
ahora?”...Solo después de este par de “pitanzas
bravuconales” es que el líder ruso aborda el tema de los reclamos y en el
siguiente tono:
“Con respecto a su mención de las formalidades y de ciertas
restricciones que existen en los puertos del norte es necesario tener en cuenta
que estas formalidades y restricciones son inevitables en zonas próximas al
frente y no hay que olvidar la situación de guerra que existe en la URSS (…)
Sin embargo, las autoridades soviéticas concedieron numerosos privilegios en
este sentido a los soldados y los marinos británicos con respecto a los cuales
se informó a la Embajada Británica hace mucho tiempo en el mes de marzo. De
modo que las formalidades que se mencionan se basan en información inexacta.”[5]
Pero ¿habla Stalin con un “aliado” o lo hace con
un “socio incómodo”? No solo justifica las restricciones por estar cercanos
al frente de guerra (incierto) sino advierte lo evidente “…la URSS está en situación de guerra…” Por supuesto que los
ingleses lo saben: ¡¡¡son sus aliados!!!
Finalmente, parece ceder al menos en un aspecto (y lo hace como una concesión
graciosa) al afirmar que no tiene nada que objetar en relación a que “…la censura de la correspondencia privada
del personal británico en los puertos del norte la realicen las propias autoridades
británicas…” pero de nuevo advierte “…siempre
que exista reciprocidad…”. Tragando grueso, presumimos, Churchill comenta,
tanto al Presidente Roosevelt como a su Gabinete de Guerra:
“Acabo de recibir un telegrama de Stalin que no me parece exactamente
lo que uno podría esperar de un caballero por cuyo bien tenemos que hacer un
esfuerzo tan incómodo, tan extremo y tan costoso (…) Pienso, o al menos espero,
que este mensaje venga de la maquinaria más que de Stalin ya que tardaron doce
días en su elaboración. La maquinaria
soviética está bastante convencida de que pueden conseguirlo todo con
bravuconadas y estoy seguro de que es importante demostrarles que no
siempre es así.”[6]
Churchill
muestra su molestia por un texto que considera ofensivo, pero le otorga el
beneficio de la duda a la autoría de Stalin: “(…) Pienso, o al menos espero, que este mensaje venga de la maquinaria
más que de Stalin…” Y agrega un acto
de habla que consideramos medular para este artículo: “La maquinaria soviética está
bastante convencida de que pueden conseguirlo todo con bravuconadas”.
Este acto de habla sugiere que no es nueva la “bravuconada” como estrategia discursiva (y de acción) en las
gestiones de lo que el Primer Ministro define como la “maquinaria soviética”. El asunto estriba en demostrar si se trata
de un “repertorio burocrático”
(Allison) propio de toda estructura de tal naturaleza o si se trata de un “repertorio propio de la burocracia marxista”
en tanto el fondo confrontacional que la agitación supone. Lo que sí parece
colegible es que “la bravuconada es
propia de la maquinaria burocrática soviética como estrategia para obtener
resultados” según se deduce del juicio de valor del propio Churchill.
Veamos las consecuencias para los rusos.
A resultas de
este telegrama, el Primer Ministro solicita al Gabinete de Guerra se suspenda
el envío de convoyes a Stalin por la ruta del norte, petición que es no solo
concedida sino respaldada por el cuerpo ministerial, sobre todo al conocer el
contenido del telegrama. Seis días más tarde, Churchill convoca al nuevo
embajador ruso en Londres, Gúsev y le hace saber que ha recibido un sobre de
esa legación, que en apariencia contiene un documento relativo al plan de
recepción de los convoyes. Gúsev así lo ratifica y sin abrirlo, el Primer
Ministro le comunica “no estar
preparado para recibirlo”, se pone de pie, se dirige a la puerta de su
despacho y abriéndola para que el diplomático la abandone, le agradece su
presencia. Gúsev sorprendido no sabe qué hacer; intenta regresar el sobre al
Primer Ministro y este, elegantemente, se niega de nuevo a recibirlo.
Previamente le ha hecho saber que Sir Anthony Eden, Ministro de Asuntos
Exteriores de la Gran Bretaña, tratará directamente en Moscú y con el Ministro
Mólotov la marcha futura de la ayuda inglesa al esfuerzo de guerra ruso. Sobre
estas gestiones, Churchill acota:
“El
diecinueve de octubre Eden, a su llegada allí para una conferencia planeada
hacía tiempo entre los ministros de Asuntos Exteriores de los tres grandes
aliados, telegrafió que Mólotov había
ido a verlo a la embajada y le había dicho lo mucho que su gobierno valoraba
los convoyes y la tristeza que le producía su ausencia (…) Mólotov prometió
hablar con Stalin de todo esto y organizar una entrevista.”[7]
Este
testimonio de Churchill, basado en la comunicación de Eden, permite entrever
que la estrategia de la “bravuconada
marxista” está cediendo. Mólotov le ofrece “…hablar con Stalin y organizar una entrevista”. Finalmente, la
entrevista se realiza el 21 de octubre de 1943 y para “dramatizar” un poco más el ambiente, Churchill, a sugerencia de
Eden, previamente ha suspendido el envío de los destructores a la ruta, operación naval que debía preceder a los convoyes. Finalmente, se logra un acuerdo satisfactorio
a las partes, en atención a las aspiraciones mutuas y se reanuda el envío de
los suministros. La estrategia
de la “bravuconada marxista” no le funcionó
esta vez a los rusos, imponiéndose “la
tradicional flema inglesa”.
La
declinación de Mólotov, independientemente de tratarse de los esfuerzos de
guerra, que suponían la vida o la muerte de la “Madre Patria Rusa”, permite
colegir que el tono bravucón era propio de una forma de negociación tradicional
en la burocracia rusa, acaso por derivación natural del discurso marxista de la
agitación. De cualquier manera, no funcionó con Churchill. Como punto final de este largo artículo, dejemos como epílogo el
testimonio concluyente del Primer Ministro británico respecto de todo este
asunto:
“Los
cuarenta convoyes a Rusia transportaron una cantidad inmensa de material por un
valor de 428 millones de libras que incluía cinco mil carros de combate y más
de siete mil aviones, solo de Gran Bretaña. De este modo cumplimos nuestra
promesa, a pesar de las duras palabras de los líderes soviéticos y de la
actitud desagradable que tuvieron con nuestros marinos.”[8]
[1]
Churchill, Winston, La segunda guerra mundial. LA ESFERA DE LOS LIBROS. Madrid, 2006. Págs.443 y 444.
[2] Churchill…Op.Cit…Págs. 444 y 4445.
[3] Churchill…Idem…Pág. 446.
[4] Churchill…Ibid…Pág.446
[5] Churchill…Ibid…Pág.447
[6]
Churchill…Ibid…Pág. 448. (Las negrillas son nuestras)
[7]
Churchill…Idem…Pág. 449. (Las negrillas son nuestras).
[8]
Churchill…Ibíd…Pág.453.
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