“Voluntad política”; “Accionar político”; “…el problema es político…”;
“nuestra gravedad, acusa importantes componentes políticas…”; “…mientras no
hallemos el camino político, no encontraremos el rumbo…” ¿Cuántas veces
hemos escuchado o leído actos de habla como estos? ¿De dónde proviene esa “adjetivación”? ¿Es equivalente a decir “fulano está canceroso”? o ¿Ese carro es
azul? ¿O el perro es negro? Hace tiempo que hemos querido escribir unas líneas
sobre el particular, sobre todo dirigidas a mis compatriotas aquí en Venezuela,
dónde tanto se ha usado “la política”
y “lo político” en el ejercicio
cotidiano de cierta “adjetivación
insustancial”.
Max Weber solía decir que existía
una percepción de “la política”, en
el contexto de la Ciencia Política y que, desde allí, podrían identificarse el “científico político” y el “político de oficio”. El primero de
ellos, esto es, el “científico político”
abordada los fenómenos atinentes al poder, su alcance, conservación y
distribución entre las distintas configuraciones políticas (partidos,
asociaciones con ese fin, Estados y sus burocracias, así como las personas que
de esas configuraciones hacen parte, configuraciones políticas en sí mismas),
entendiendo al poder desde la dominación. El otro, “el político de oficio”, una configuración más, era aquel
individuo que vivía “de y para” la
política. Pero en las adjetivaciones “políticas”
de Weber, por ejemplo y con independencia de su estatura históricamente
académica, es evidente la presencia de una “sustancialidad”,
basada esencialmente en la existencia de una estructura conceptual (o de
elementos estructurales de tal naturaleza) que las sustentan.
Cuando las monarquías absolutas
fueron desapareciendo lentamente del mapa de las formas de gobierno en el
mundo, siendo sustituidas por las Repúblicas o sus versiones más contemporáneas
de corte democrático liberal e imponiéndose poco a poco el parlamentarismo
constitucionalista, permitiendo la participación colectiva en la elaboración
del “discurso político” (según J.G.A Poccok, un conjunto estructurado
de actos de habla, proferidos por los agentes, expresado de manera
imprescindible en un lenguaje político y en el contexto de prácticas sociales e
históricas determinadas) mediante la expresión más o menos libre de la
opinión, “la política” y “lo político” se hicieron vocablos
cotidianos, utilizado más desde el “sentir”
que desde “el saber” y el pensar”.
Y en la medida en que a la “política” se fueron incorporando “políticos” al parecer más “de
oficio” que “científicos”, el vocablo se convirtió a veces en sustantivo
adjetivado o en adjetivo sustantivado. En virtud de este ejercicio discursivo
sistemático y permanente del “político de
oficio”, al decantarse su perorata en el lenguaje coloquial, las voces en
referencia tomaron una suerte de personalidad múltiple, a veces polícroma y en
otras ocasiones francamente carente de tonalidad alguna. Así, la “política” parece haberse convertido en
voz para nominar “todo aquello que formalmente no tuviese un nombre”, fuese borroso o
sirviese al propósito de completar un discurso modelador en un momento determinado,
tras una conveniente y culminante adjetivación.
Siguiendo ese decurso cotidiano, “la política” y “lo político” se han convertido en vocablos percibidos como
exclusivamente propios de la pugna interpartidaria, en cuyo devenir los “políticos de oficio” hacen discurrir
sus opiniones, “liquidando” sus discursos
con las voces in comento, más como convenientes remoquetes que como argumentos
formales para sustanciar el discurso. Así, “la
voluntad”, acción creadora por excelencia del ser humano, la misma que
atormentó a Frederik Nietzche su vida entera hasta llevarlo a la demencia,
puede ser “política” y nosotros nos
preguntamos ¿En relación a qué, cuándo, cómo y dónde?.
Cualquier problema (mientras más
complejo e indefinido mejor) puede ser “político”;
el accionar de cualquier individuo, en cualquier contexto, puede
arrequintársele a conveniencia una “naturaleza
política”; y malabarismos verbales de cualquier índole, pudiesen, mediante
una conveniente adjetivación, adquirir la oportuna vestidura de lo “político” según se trate la ocasión.
En la concreta realidad de la
pugna interpartidaria (a decir de Rómulo Betancourt la confrontación entre
partidos políticos por y para el acceso al poder, inequívocamente una expresión
de “la política” pero de ninguna
manera “toda la política”) la
adjetivación de cualquier ocurrencia como “política”
le ha permitido a este ámbito la construcción de universales omnicomprensivos y
ha vaciado de su naturaleza teórica el concepto, ocurriendo acaso con ello lo
mismo que ha acontecido con “el
Socialismo” o “lo Socialista” en
la Venezuela de hoy: la adjetivación del concepto lo ha vaciado de su
naturaleza ideológica, convirtiéndolo en un universal omnicomprensivo que sirve
al propósito tanto de caracterizar un proceso de distribución de la riqueza,
como a un par "revolucionario" de alpargatas rojas.
Una situación equivalente ha ocurrido en Venezuela con “la política” más concretamente desde el advenimiento de la democracia de partidos, hasta los días que corren con el disparatadamente bautizado “Socialismo Bolivariano”, por cierto,
teóricamente, una suerte de contrasentido en sí mismo. “Lo político” y “la política” resultan referentes
exclusivos para adjetivar las ocurrencias al interior de la pugna
interpartidaria (o la naturaleza originaria de ella misma) o acaso para referir más “lo que se siente” respecto de una
situación que, en sana Teoría Política, lo que“alcanza a significar”. “Lo político”
y “la política” como adjetivos, son
utilizados de manera libérrima y muchos de los que así lo hacen, aun siendo
politólogos o filósofos políticos, lo hacen intencionalmente sabiendo el peso
específico que en el discurso y sobre los oyentes, tiene su oportuna “colocación adjetival”.
Con independencia de que en
Venezuela “los políticos de oficio”
parecen haber discutido más de “posiciones
de poder” que de “ideas sustentables
en lo teórico-político”, aspecto que poco o nada interesa cuando la confrontación se limita a un simple “quítate tú para ponerme
yo”, resulta doloroso para quienes creemos en la precisión teórica de los
conceptos, en los campos específicos del conocimiento científico, ver como en
el caso de la Ciencia Política, más concretamente en la Teoría Política, sus
estructuras conceptuales y voces, sobre cuyos contenidos se ha trabajado
intensamente desde hace centurias, terminen siendo vaciadas de sus significados
reales, virtud del “voleo discursivo”
y la “prestidigitación oral por
conveniencia”.
Si se me acusara de presuntuoso,
preciosista o académico iluso, suponga usted que mañana alguien empezase a usar
el término médico “dismenorrea” para
designar una conducta irregular en lo económico y a lo fines de caracterizar
las “hemorragias de fondos públicos con
efectos dolorosamente dañinos a la economía nacional”, solo por la simple
conveniencia oportuna al discurso, virtud de la cacofonía y naturaleza particular
del término. Acaso no importe a muchos médicos, en particular en nuestra tierra
de gracia, donde la palabra oral o escrita poco o ninguna importancia tienen, pero tal vez exista un galeno, en particular obstetra, que sienta al menos
asombro, algo de estupor, pena o tal vez “dolor
espiritual” porque físico, solo alguna galena interesada por la situación
podrá, finalmente, sentirlo en esa dimensión y, en consecuencia, por partida doble…
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