martes, 10 de enero de 2017

Lo “Político”, la “Política” y las “adjetivaciones insustanciales”. Breve reflexión…


“Voluntad política”; “Accionar político”; “…el problema es político…”; “nuestra gravedad, acusa importantes componentes políticas…”; “…mientras no hallemos el camino político, no encontraremos el rumbo…” ¿Cuántas veces hemos escuchado o leído actos de habla como estos? ¿De dónde proviene esa “adjetivación”? ¿Es equivalente a decir “fulano está canceroso”? o ¿Ese carro es azul? ¿O el perro es negro? Hace tiempo que hemos querido escribir unas líneas sobre el particular, sobre todo dirigidas a mis compatriotas aquí en Venezuela, dónde tanto se ha usado “la política” y “lo político” en el ejercicio cotidiano de cierta “adjetivación insustancial”.

Max Weber solía decir que existía una percepción de “la política”, en el contexto de la Ciencia Política y que, desde allí, podrían identificarse el “científico político” y el “político de oficio”. El primero de ellos, esto es, el “científico político” abordada los fenómenos atinentes al poder, su alcance, conservación y distribución entre las distintas configuraciones políticas (partidos, asociaciones con ese fin, Estados y sus burocracias, así como las personas que de esas configuraciones hacen parte, configuraciones políticas en sí mismas), entendiendo al poder desde la dominación. El otro, “el político de oficio”, una configuración más, era aquel individuo que vivía “de y para” la política. Pero en las adjetivaciones “políticas” de Weber, por ejemplo y con independencia de su estatura históricamente académica, es evidente la presencia de una “sustancialidad”, basada esencialmente en la existencia de una estructura conceptual (o de elementos estructurales de tal naturaleza) que las sustentan.

Cuando las monarquías absolutas fueron desapareciendo lentamente del mapa de las formas de gobierno en el mundo, siendo sustituidas por las Repúblicas o sus versiones más contemporáneas de corte democrático liberal e imponiéndose poco a poco el parlamentarismo constitucionalista, permitiendo la participación colectiva en la elaboración del “discurso político” (según J.G.A Poccok, un conjunto estructurado de actos de habla, proferidos por los agentes, expresado de manera imprescindible en un lenguaje político y en el contexto de prácticas sociales e históricas determinadas) mediante la expresión más o menos libre de la opinión, “la política” y “lo político” se hicieron vocablos cotidianos, utilizado más desde el “sentir” que desde “el saber” y  el pensar”.

Y en la medida en que a la “política” se fueron incorporando “políticos” al parecer  más “de oficio” que “científicos”,  el vocablo se convirtió a veces en sustantivo adjetivado o en adjetivo sustantivado.  En virtud de este ejercicio discursivo sistemático y permanente del “político de oficio”, al decantarse su perorata en el lenguaje coloquial, las voces en referencia tomaron una suerte de personalidad múltiple, a veces polícroma y en otras ocasiones francamente carente de tonalidad alguna. Así, la “política” parece haberse convertido en voz para nominar  “todo aquello que formalmente no tuviese un nombre”, fuese borroso o sirviese al propósito de completar un discurso modelador en un momento determinado, tras una conveniente y culminante adjetivación.

Siguiendo ese decurso cotidiano, “la política” y “lo político” se han convertido en vocablos percibidos como exclusivamente propios de la pugna interpartidaria, en cuyo devenir los “políticos de oficio” hacen discurrir sus opiniones, “liquidando” sus discursos con las voces in comento, más como convenientes remoquetes que como argumentos formales para sustanciar el discurso. Así, “la voluntad”, acción creadora por excelencia del ser humano, la misma que atormentó a Frederik Nietzche su vida entera hasta llevarlo a la demencia, puede ser “política” y nosotros nos preguntamos ¿En relación a qué, cuándo, cómo y dónde?.

Cualquier problema (mientras más complejo e indefinido mejor) puede ser “político”; el accionar de cualquier individuo, en cualquier contexto, puede arrequintársele a conveniencia una “naturaleza política”; y malabarismos verbales de cualquier índole, pudiesen, mediante una conveniente adjetivación, adquirir la oportuna vestidura de lo “político” según se trate la ocasión.

En la concreta realidad de la pugna interpartidaria (a decir de Rómulo Betancourt la confrontación entre partidos políticos por y para el acceso al poder, inequívocamente una expresión de “la política” pero de ninguna manera “toda la política”) la adjetivación de cualquier ocurrencia como “política” le ha permitido a este ámbito la construcción de universales omnicomprensivos y ha vaciado de su naturaleza teórica el concepto, ocurriendo acaso con ello lo mismo que ha acontecido con “el Socialismo” o “lo Socialista” en la Venezuela de hoy: la adjetivación del concepto lo ha vaciado de su naturaleza ideológica, convirtiéndolo en un universal omnicomprensivo que sirve al propósito tanto de caracterizar un proceso de distribución de la riqueza, como a un par "revolucionario" de alpargatas rojas.

Una situación equivalente  ha ocurrido en Venezuela con “la política” más concretamente desde el advenimiento de la democracia de partidos, hasta los días que corren con el disparatadamente bautizado “Socialismo Bolivariano”, por cierto, teóricamente, una suerte de contrasentido en sí mismo. “Lo político” y “la política” resultan referentes exclusivos para adjetivar las ocurrencias al interior de la pugna interpartidaria (o la naturaleza originaria de ella misma) o acaso para referir más “lo que se siente” respecto de una situación que, en sana Teoría Política, lo que“alcanza a significar”. “Lo político” y “la política” como adjetivos, son utilizados de manera libérrima y muchos de los que así lo hacen, aun siendo politólogos o filósofos políticos, lo hacen intencionalmente sabiendo el peso específico que en el discurso y sobre los oyentes, tiene su oportuna “colocación adjetival”.

Con independencia de que en Venezuela “los políticos de oficio” parecen haber discutido más de “posiciones de poder” que de “ideas sustentables en lo teórico-político”, aspecto que poco o nada interesa cuando la confrontación se limita a un simple “quítate tú para ponerme yo”, resulta doloroso para quienes creemos en la precisión teórica de los conceptos, en los campos específicos del conocimiento científico, ver como en el caso de la Ciencia Política, más concretamente en la Teoría Política, sus estructuras conceptuales y voces, sobre cuyos contenidos se ha trabajado intensamente desde hace centurias, terminen siendo vaciadas de sus significados reales, virtud del “voleo discursivo” y la “prestidigitación oral por conveniencia”.

Si se me acusara de presuntuoso, preciosista o académico iluso, suponga usted que mañana alguien empezase a usar el término médico “dismenorrea” para designar una conducta irregular en lo económico y a lo fines de caracterizar las “hemorragias de fondos públicos con efectos dolorosamente dañinos a la economía nacional”, solo por la simple conveniencia oportuna al discurso, virtud de la cacofonía y naturaleza particular del término. Acaso no importe a muchos médicos, en particular en nuestra tierra de gracia, donde la palabra oral o escrita poco o ninguna importancia tienen, pero tal vez exista un galeno, en particular obstetra, que sienta al menos asombro, algo de estupor, pena o tal vez “dolor espiritual” porque físico, solo alguna galena interesada por la situación podrá, finalmente, sentirlo en esa dimensión y, en consecuencia, por partida doble…




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