domingo, 27 de noviembre de 2016

La gestualidad en el líder carismático dominador: Castro, Chávez y Trump.

Max Weber define al líder carismático como aquel individuo poseedor de cualidades extraordinarias que percibidas en principio por sus seguidores inmediatos, es visto luego como persona modélica o enviada por Dios y por eso le atribuyen la calidad de “líder”. Mucho antes, en el Siglo XVI, en la Italia del humanismo cívico, Giovanni Botero afirmaba que el príncipe tenía que decidir entre la bondad y la maldad, entendida esta última como la capacidad de infundir miedo. Decía entonces Botero que solo mediante las acciones heroicas devenidas de la severidad y el miedo, era posible que el príncipe fuese recordado constantemente (“re-putare”).  Finalmente Gustav Le Bon, unos años antes que Weber, hablaba del “prestigio” como cualidad esencial del Líder de Masas;  ese “prestigio” que otorgan los arrestos heroicos sobre las gentes, en particular aquellos nacidos de la auto-convicción. De manera que el líder carismático podría ser definido, desde las perspectivas de estos tres grandes filósofos políticos, como aquella persona que dotada de cualidades extraordinarias, percibidas inicialmente por sus seguidores, goza además de la capacidad de ser constantemente rememorado, virtud de su reputación y su prestigio.

Edward Spranger nos habla, por su parte, del Líder Dominador  y lo define “…como aquella persona que, en su forma más pura, pone al servicio de su voluntad de poder todas las esferas de valor de su vida…”   y cita como sus características esenciales las siguientes:

a) Para él lo fundamental es el poder, el mando, el ámbito de dominio.
b)  Sigue y tiene siempre un programa de finalidades, sujetándolo a todos y haciendo uso de todo tipo de medios para ejecutarlo, sean correctos o incorrectos.
c) Se considera libre de toda norma pero las impone a los demás, incluso por vía coactiva.
d) “Sus disposiciones son indiscutibles, inatacables, coacciona para que sean elogiadas primero por quien ha de cumplirlas después, y todo el grupo está sujeto a las leyes, solo él se considera libre totalmente, y si las cumple, será únicamente a objeto del “buen ejemplo”…” 
e) Todo aquello que va en aumento de su poder, es bueno y conveniente; lo que no, es malo y rechazable.
f) Define actos y deseos; lo que él desea, debe ser deseo compartido; cómo él actúa deben actuar todos.
g) “Cae siempre en el paternalismo rígido y explica al grupo que “los hace sufrir porque los quiere”…”  
h) Opera según la lógica de “amigos” o “enemigos”. Lo que se percibe como lo segundo, se rechaza por estorboso.
i) “Cuando su pasión por el poder es desorbitada, queda lentamente rodeado por un equipo de trabajo que se desvive por complacerle y adivinar su pensamiento, ya que suele recompensar estas “atenciones” interpretándolo como “fidelidad personal”…”  
j) “Nunca admite un “segundo al mando” que tenga talla para mandar al grupo en su ausencia. Su poder se manifiesta en su ausencia.”  
k) Resulta ser un personaje absorbente. Se inmiscuye en todos los asuntos por elementales que sean. “Quiere decirlo todo y visarlo todo. Nada escapa a su fiscalización.”  
l) Cada individuo en su entorno es percibido como un instrumento para el logro de su programa.
m) El peligro del líder dominador estriba en que al rebasar el punto de no retorno en el ejercicio de su dominación “…ya no puede distinguir entre la adulación y la justa alabanza, o la objeción y la rebeldía…”[1] 

De manera que si intersectamos el concepto previamente pergeñado por nosotros, con el concepto de Spranger, obtendremos como resultado un concepto formal de Líder Carismático Dominador, a saber, aquella persona que dotada de cualidades extraordinarias percibidas por sus seguidores, goza además de la capacidad de ser constantemente rememorado, virtud de su reputación y prestigio, poniendo al servicio de su voluntad de poder todas las esferas de valor de su vida. Las características definidas por Spranger, corresponderían también y por analogía a la categoría de Líder Carismático Dominador. 

Dentro de los seguidores de estos LCD (a partir de ahora identificaremos al Líder Carismático Dominador por sus iniciales LCD) hagamos la abstracción de los políticos de oficio, los soldados profesionales con intereses de poder, riqueza o figuración y los negociantes aventureros con motivaciones puramente pecuniarias, básicamente porque, en todo lugar y tiempo, esta gente siempre ha estado “clara” con su “fidelidad” : depende exclusivamente de la satisfacción plena de sus intereses y necesidades. Cuando el LCD no es “apto” o deja de ser “condición necesaria y suficiente” para el logro de esa “satisfacción plena”, la lealtad y fidelidad de esos grupos se pierde de ipsofacto. Quedémonos con los románticos, los ideólogos y las mayorías silenciosas porque son ellos los que siguen ciegamente al LCD y, en consecuencia, son ellos los más susceptibles de ser afectados por su “gestualidad”, misma que acompaña a su discurso político, no solo en la ocasión de masas, sino en su parla cotidiana de naturaleza pública.

Adolf Hitler y, previamente, Benito Mussolini, calzan no solo la definición de LCD sino plenamente sus características: la evidencia empírica disponible lo confirma. Y a sus discursos, ambos líderes, uno fascista (más bien fundador del Fascismo) y el otro Nazi (igualmente creador del NSAP) acompañaban sus discursos con una gestualidad característica: mentones levantados, pechos erguidos, dedos acusadores, expresiones de duda al referirse a sus adversarios (definidos prontamente como enemigos) en tanto “rectitud, eficiencia y honradez”. Displicencia y desprecio al mirar a sus subalternos cotidianamente, o, en su lugar, una gratificadora condescendencia con los más vulnerables, misma que extendiesen en más de una ocasión al “pueblo”, hacen parte de la gestualidad con la que tanto Hitler como Mussolini acompañaban sus largos discursos.

Dotados además de una importante intemperancia, que se reflejaba en cada una de aquellas ocurrencias que provocaran estallidos de ira, eran también cotidianas sus actitudes de agresión verbal,  acompañadas de puños cerrados y patadas al piso, pletóricas de interjecciones llenas de dicterios y acusaciones. Hay una gestualidad que acompaña al LCD, gestualidad que, histriónica en ocasiones, ratifica la convicción del seguidor y el odio en el enemigo.

En el otro espectro ideológico, Fidel Castro, horma comunista y Hugo Chávez, calzado socialista, con independencia de que el segundo, especialmente luego del 2002, comenzara a imitar al primero hasta en los más elementales gestos (dedo acusador o dedo rectilíneo llevado a la frente como signo previo antes de una reflexión discursiva), también llevan consigo, además de la definición y características de LCD, un lenguaje gestual caracterizado por las grandes inflexiones de voz, acompañadas por las exageradas maniobras con las manos, grandes movimientos corporales y gritos aparentemente llevados por la emoción, pero que responden a una actitud estudiada previamente. La condescendencia hacia el subalterno y el más pobre, que responde a esa actitud paternalista del LCD, es casi un calco del uno hacia el otro, quienes, dicho sea de paso, también comparten esas “insinuaciones inocentes” hacia las mujeres bonitas, sobre todo cuando ocupan puntos neutros o están ejerciendo funciones en campos adversarios, especialmente como moderadoras o entrevistadoras en los medios de comunicación social.

Regresando en el péndulo ideológico, nos encontramos con Donald Trump. Empresario ultraconservador estadounidense, indubitablemente anticomunista y, como dirían los cubanos castristas, “contrarevolucionario”, pero que además también calza para sus seguidores, románicos e ideólogos e incuestionablemente para la “mayoría silenciosa estadounidense”, la definición y características de un LCD. Trump también acompaña su discurso con una gestualidad también singular: mentón alzado, labios apretados, dedos acusadores, grandes movimientos corporales inusuales en un político estadounidense de oficio, junto a balandronadas cotidianas e insultos reiterados hacia un “adversario político” a quien se espera convertir en el muy corto plazo en “enemigo político” acaso para justificar su “perentoria destrucción” en aras de hacer “America great again” . Una condescendencia equivalente hacia el más vulnerable, especialmente obreros y gente común (pero especialmente blanca y pobre) y una actitud equivalente hacia “los grandes anónimos en mi campaña”, lo hacen cruzar “el mismo puente” que sus contrapartes comunistas y socialistas. Con respecto a la actitud hacia las damas, huelgan los comentarios: radicalmente distinta de forma, parece serlo de fondo. Se trata de una gestualidad común al LCD, una gestualidad que parece estar asociada más a una condición ínsita a este tipo de líder que una postura meramente ideológica en lo teórico-político o instrumental en los términos de los imperantes objetivos de propaganda.

Castro, Chávez y Trump, los dos primeros ya fallecidos y el tercero por asumir la conducción del país más poderoso de la tierra, son, desde nuestra percepción teórica, líderes carismáticos dominadores, dotados de una misma “cadencia discursiva”, cargada además esta última, de una “gestualidad equivalente”. Los dos primeros, como ya dijésemos, hoy parte sustantiva de la historia de los pueblos del mundo, uno acaso más que otro, demostraron que los ensayos de los líderes carismáticos dominadores en función de poder (curiosamente también los primeros que mencionásemos), proporcionaron resultados que no pudieron sostenerse en el largo plazo, aun manteniendo esa gestualidad característica, aunada a una discursiva agresiva, contumaz y acusadora. A Trump aún le queda el beneficio de la duda…La realidad que construya aún está por verse… ¿O no?...



[1] Redorta, Josep; El poder y sus conflictos. ARIEL. Barcelona, 2005. Págs. 40, 41, 55 y 56.

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