jueves, 12 de julio de 2018

El discurso político de la izquierda hispanoamericana: los cinco elementos condicionantes.

Desde que el lenguaje marxista impregnó el discurso político hispanoamericano, al comienzo del siglo XX, materializado el triunfo de la Revolución Bolchevique y fundados los Partidos Comunistas en la región, el discurso político de la izquierda regional, se ha basado en cinco elementos condicionantes, ínsitos además (casi de manera natural) al comportamiento económico, sociopolítico y cultural de nuestras naciones y que permiten pergeñar cinco promesas, propaladas una y otra vez por las organizaciones políticas de esa tendencia, a veces gracias al éxito que dan las armas y las balas y, otras, mediante una sorpresiva votación mayoritaria que inclina las balanzas en la dirección que el poder tradicional mira con auténtico terror.

Existen detractores de ese discurso que incluso (como la bella politóloga guatemalteca Gloria Alvarez Cross) “impenitentemente” caminan por nuestra región, señalando sus “ambigüedades y mentiras”. En un ejercicio teórico propio, que plantearemos en estas líneas, nos atreveremos a señalar (y exponer) los cinco elementos condicionantes; de igual manera, en otro artículo que seguirá a este, abordaremos las cinco promesas que la existencia incuestionable de los condicionantes, hacen derivar y que constituyen el planteamiento básico de la izquierda revolucionaria latinoamericana, tan pronto logra alcanzar el poder político, sea mediante el uso de las armas, reiteramos o al través de los mecanismos electorales que la “democracia burguesa” le provee, en el contexto de su institucionalidad.

Los condicionantes, en número de cinco, ratificamos, parecen ser parte de nuestros bártulos existenciales desde antes de que viéramos la vida como naciones independientes: la pobreza, la ignorancia, el resentimiento, la sed de venganza y la corrupción. Como las cinco heridas de Cristo (la alusión es meramente instrumental) nos acompañaron, nos han acompañado y parece nos seguirán acompañando “per secula seculorum”, dependiendo de cuantos “secula” en un limitado “seculorum”, le queden a esta región o, acaso, al mundo. Comencemos por revisarlos uno a uno.

La Pobreza…

Entendemos en estas líneas por pobreza a la carencia material de todo tipo de bienes, sea total o parcial, siendo esta condición de “parcial” rayana en una exigüidad tal, que la cuantía de su posesión permite apenas la supervivencia más elemental. Esta situación “parcial” de la posesión es siempre utilizada por alguien, sea individual o grupal, como una suerte de “modulador” de la dominación. Así las cosas, terratenientes, patronos, gamonales de turno, jefes, jefecitos, caciques, presidentes, gobiernos, militares, políticos de oficio, empresarios, industriales (de allí la fuerza de convicción que tenga el marxismo en estas tierras para conjurar las disonancias cognitivas y promover tanta consonancia cognitiva, afirmación que hacemos apropiándonos de dos conceptos de León Festinger), han hecho uso de la “administración de la pobreza” para ejercer una sistemática y permanente dominación, sea ideológica, política o simplemente material.

Cuando la pobreza se hace endémica, se transforma en una obsesión tratar de salir de ella en quien la padece cotidianamente, como solía decir A.J Groom “la lucha de quienes no poseen será eterna”. De este modo, la pobreza produce asesinos, torturadores, perseguidores, soldados, policías, espalderos, espías y toda una fauna de seres humanos capaces, prácticamente, de “vender su alma al diablo” por dejar de vivir en una oprobiosa pobreza y, por añadidura, ser reconocidos como “factores poderosos” aun cuando ese “reconocimiento” no pase de los límites de un simple caserío.

Ninguno de nuestros países, incluso aquellos que han logrado interesantes índices macroeconómicos de crecimiento, ha logrado erradicar la pobreza. Más del 80% de nuestras poblaciones son pobres. Esa pobreza viene acompañada de falta de asistencia de los Estados y por consiguiente trae su carga de enfermedad y muerte. Ambas, aparejadas al abuso generalizado, producto de la evidente debilidad del pobre, hacen de la pobreza una verdadera tiranía, en el sentido que Victorio Alfieri diese a tal concepto: la posibilidad de que sea el tirano el que haga las leyes y las viole cada vez que le venga en gana.

El discurso político vindicador de la izquierda hispanoamericana se basa esencialmente en el uso instrumental de la pobreza como una situación de eterna injusticia que hay que corregir, identificando “culpas y culpables”, que, en el fondo, el pobre (sobre todo el nuestro) desea como una verdadera obsesión: ponerle caras, nombres y apellidos. Así “el culpable de tú pobreza” es “el imperialismo yanqui”; “la burguesía local”; “el empresario”; “los ricos blancos y bonitos” todos o uno o una combinación de aquellos. Y así, esos culpables (que de hecho buena parte de su carga forense llevan), terminan teniendo rostros, nombres e historia. Se trata de lo que Lenin y Plejanov discutían permanentemente antes y después de la Revolución Bolchevique; Goebbles y Hitler copiaron en sus manuales de manejo de masas durante el ascenso del nazismo: la identificación física de los enemigos internos y externos.

Así como ninguna de nuestras democracias liberales, apoyadas en el capitalismo como forma de relacionamiento e intercambio de naturaleza económica, han sido capaces de derrotar a la pobreza endémica (acaso porque el capitalismo de sí ha de reproducir a la pobreza, porque la pobreza es un subproducto lógico del sistema de acumulación de riquezas), los sistemas políticos autodenominados socialistas y revolucionarios, no han sido capaces ni siquiera de reproducir alguna suerte de progreso sostenible en el tiempo. Antes por el contrario, han generado los mismos vicios que en las democracias liberales, sobre todos en la reproducción viral de oligarquías parasitarias improductivas, para colmo enquistadas en el Estado y viviendo de los recursos públicos que las actividades estatales y para-estatales producen.

La Ignorancia…

En el  contexto de esta suerte de artículo, definimos a la ignorancia como la falta, total o parcial, de la carga cognitiva necesaria para elaborar pensamientos complejos que permitan, al menos, alguna clase de aproximación a la realidad política, además de la interpretación de sus discursos (sean políticos y/o ideológicos) más allá de la emoción, la pasión o la necesidad imperiosa de sobrevivir. Lo político, lo ideológico o la combinación de ambas categorías, así como sus contenidos, exige la posesión de alguna formación educativa básica o enseñanzas con cierto nivel de especialización, además de la capacidad cultural e intelectual para realizar cierto tipo de abstracciones, más allá de la supervivencia o la pasión. Citemos un ejemplo. El análisis morfológico de una construcción gramatical, exige el conocimiento previo de lo que definimos como sujeto, verbo, predicado y complemento; por supuesto que es obligante que quien pretenda hacerlo, sepa leer y escribir; finalmente, que aquella persona haya podido comer al menos una vez, habiendo despertado aquella mañana, si acaso se tratase de ese momento del día, bajo techo y no a la intemperie, sin haber sido además sujeto de malos tratos, agresiones e incluso tortura. Si ocurre lo contrario, esto es, hay hambre, dolor y falta de instrucción ¿Cómo abordar la solución del problema sin odio, miedo o resquemor, todas emociones que mueven a la pasión?

El uso instrumental de la ignorancia es práctica común en las religiones y las ideologías radicales o extremas. El ser humano compelido a sobrevivir o sujeto a la tortura cotidiana de la pobreza, es presa fácil del sincretismo mágico religioso o el discurso vindicador, lleno de estructuras conceptuales pre-digeridas por oradores imbuidos de los mismos apremios o por aquellos que, conscientes de esa situación apremiante, manipulan a las masas para obtener beneficios materiales o la propensión a la “pasión-acción militante contra un enemigo previamente identificado como culpable”.

La ignorancia, el analfabetismo, la educación de baja estofa, el afán por entender, aunada a la existencia de un talento naturalmente humano que exige explicaciones por tanta ignominia, son caldo de cultivo provechoso a la manipulación. Una vez que las disonancias cognitivas que nacen de la dicotomía pobreza-sufrimiento, son subsanadas con explicaciones simples, la mayoría atadas por lo general a razonamientos elementales o a sincretismos mágico-religiosos, el adepto es ganado para cualquier idea, particularmente para aquella que podría conducir al máximo suplicio, por aquello de que “la muerte por una buena causa, siempre libera”…


El Resentimiento y la sed de venganza…

Estos condicionantes, según este humilde servidor, no resultan ser objetos de necesaria definición. Los vemos cotidianamente en todas nuestras naciones. Siendo sociedades estructuradas sobre la base del poder como motivación (D.Mcleland), las búsquedas esenciales de todos nosotros como miembros de aquellas, se limitan al Mando, la Riqueza y el Reconocimiento. Solo si se tiene Mando (doctor, agente, soldado, carabinero, guardia, policía, oficial, jefe, director, coronel, presidente, diputado, senador, dueño, patrono, gamonal, señor, etc.) se es reconocido en nuestras sociedades. Si a esa condición se le añade dinero o alguna forma de aparentar su segura posesión, el reconocimiento es mayor, dicho en otros términos: el reconocimiento es directamente proporcional a la posesión del poder más la riqueza. No es muy distante a lo que planteasen en diversas épocas de la historia de la humanidad filósofos como Platón y Aristóteles; Vicco, Kant y Hegel; Nitezsche, más tarde Adorno y Focault. Pero en nuestro continente resulta ser el pan nuestro de cada día.

Indígenas expoliados por mineros al margen de la ley, patrocinados (los mineros), a veces, por nuestras propias Fuerzas Armadas; pobres desalojados con violencia de sus chabolas, por haber invadido tierras de ricos terratenientes; ciudadanos de a pie siendo agredidos por la fuerza pública solo por protestar pacíficamente; gente de clase media engañada por instituciones financieras o empresas de seguros; comerciantes especulando con los precios de los alimentos; gobernantes abusando de su posición para cometer peculado, tanto financiero como de uso; privilegiados de siempre, aquí y allá. Y por otra parte, matones de barrio intimidando a las comunidades; jefes de bandas de maleantes protegidos por policías corruptos que someten a poblaciones urbanas o rurales enteras; mujeres y niños maltratados solo por ser pobres e ignorantes; presidentes de instituciones bancarias que salen ilesos de la comisión de delitos fiscales o de la defraudación de sus cuenta habientes, por el solo hecho de tener pitutos o padrinos con poder en los tribunales. Jueces corruptos, sacerdotes pederastas, profesores narcotraficantes, etc., etc., etc…

Toda la fauna referida en el párrafo anterior, “individuos de número en nuestras sociedades” sean de “izquierda revolucionaria” o de “derechas monásticas demoliberales” solo despiertan las dos condicionantes que referimos en el epígrafe de esta parte: resentimiento y sed de venganza.
Y de estos se alimenta, casi consuetudinariamente, el discurso de la izquierda hispanoamericana, que valiéndose del hecho indiscutible de que la realidad expuesta en el párrafo previo, es consustancial a todas nuestras sociedades, orientan y dirigen casi quirúrgicamente los odios, resentimientos y sed de venganzas hacia las “los rostros y razas” así como “espacios y lugares” según sean convenientes a sus intereses de ocasión.


La Corrupción…

  Ningún país del mundo está exento de esta práctica, Y ya no solo en el sector público, a quien los amantes de la libre empresa suelen culpar de todos los males, sino bien enraizado en el sector privado, que ha convertido esta práctica en una “forma legítima de hacer negocios”.

Desafortunadamente para nosotros en Hispanoamérica, la corrupción es crónica e ínsita a todas nuestras sociedades. No hay hueso sano. Gobiernos, empresarios, industriales, partidos políticos, Fuerzas Armadas, Iglesia Católica, sindicatos, colegios profesionales, instituciones educativas, colegios gremiales, organizaciones de la sociedad civil sin aparentes fines de lucro, etc., etc. están permeados por esta práctica, acaso, como ya lo adelantásemos de alguna manera, una forma de “negociar expeditamente” en nuestros predios. El pobre, lleno de resentimiento, ávido por su sed de venganza e ignorante por su situación de supervivencia cotidiana, es víctima permanente de este mal y lo que es peor, incurre en el cuándo colocado en una posición más ventajosa que el resto de sus congéneres, lo aplica como práctica para sobrevivir. Total a  la corrupción descarnada: la ve, percibe, siente y padece cotidianamente.

El discurso político de la izquierda latinoamericana focaliza a los culpables del mal en sus contrapartes “demoliberales burguesas” básicamente por apoyarse en “el capitalismo”: el paradigma del mal. “Solo nosotros somos los dueños de prístinas conductas”; “solo nosotros somos propietarios de reputaciones inmaculadas”;  “solo nosotros, por disciplina marxista, somos incapaces de vivir en la riqueza y dejarte a ti la carga de la pobreza porque nosotros somos, ante todo y todos, sangre y carne del pueblo”. Habría que preguntarles a cubanos, venezolanos y hoy, especialmente, a nicaragüenses, sin esas cualidades “adornan” a sus gobernantes revolucionarios.


La combinación y el discurso político de la izquierda hispanoamericana…

 La pobreza, la ignorancia, el resentimiento y la sed de venganza junto a la lucha contra la corrupción, constituyen las bases del discurso político de la izquierda hispanoamericana. Lo vimos gráficamente en el discurso del Licenciado Andrés Manuel López Obrador en el transcurso de su campaña, lo que le trajo como rédito un triunfo sin mácula, que se manifestó en 53% sólido por encima de su próximo contendor. Escuchamos todos los días los discursos de Castro, Ortega, Maduro y Morales, plétora de los mismos conceptos. No obstante, los que están en el poder, endilgan las culpas que generen la pobreza, la ignorancia, el resentimiento y la sed de venganza, en sus “enemigos” tanto “internos como externos”. Y los casos que les atañen directamente, que son muchos y reproductores por excelencia de pobreza, los atribuyen a “infiltraciones externas” o “traiciones promovidas desde dentro” por los “enemigos de la Revolución” jamás como enfermedad propia del poder y su detentación absoluta.  La izquierda revolucionaria, según ellos, nace sin nuestros “pecados originales”.


La izquierda latinoamericana ha explotado este discurso desde los inicios del siglo XX y sin demérito de alguno de sus honestos luchadores, que los han tenido y han sido cifras en el combate por la libertad de los pueblos en nuestro continente, hoy suenan como música vacía de organillero malo, en contraposición a sus logros revolucionarios y en cada una de las naciones en las cuales han logrado o lograron tomar el poder. No han reproducido otra cosa que pobreza; han acentuado, sobre todo en los últimos años, una suerte de ignorancia supina, sobre la base de la dádiva como mecanismo de control social de masas; y se han alimentado del resentimiento y la sed de venganza, mediante la focalización del odio popular sobre sus enemigos políticos o todos aquellos que resulten incómodos adversarios. Sonó un día como fórmula inmaculada de reivindicación de los preteridos del continente. Hoy no es más que máscara barata de un carnaval vetusto que ya mustio, revela en su rostro los signos inequívocos de la borrachera del poder. ¡Ojo!: cuidado con la cruda al despertar…

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